El tiempo no transcurre igual ni para las naciones ni para las personas. Si alguien no lo intuía, este año horrible lo hizo comprender. En los encierros prolongados, las ruinas imprevistas y las muertes azarosas tuvimos las soluciones más miopes, la semana más larga y demostramos, me temo, más temple que inteligencia. En medio de todo, sin embargo, pese a que este año oscuro parezca lo que la noche polar al día calendario, conservamos sus memorias y podemos listarlas, día tras día, en nuestras bitácoras del año de la peste.
Pero no todos.
Orlando Velasco, por ejemplo, no puede.
Velasco, general de la PNP, fue nombrado subcomandante general de la PNP (el número dos de la institución) en mayo de este año. El 7 de agosto, luego de la renuncia de su predecesor, asumió la comandancia general de la Policía. Su puesto anterior, de subcomandante, quedó a cargo del general PNP, Jorge Lam. El tercer puesto en jerarquía dentro de la PNP, el de inspector general, fue ocupado por el general Herly Rojas, quien había sido agregado policial en Francia hasta comienzos de agosto.
Un mes después, en septiembre, durante un viaje a Chiclayo, Velasco y Lam se contagiaron del Covid-19. Ambos entraron en aislamiento médico, pero evolucionaron de manera diferente. Lam se recuperó en poco tiempo, pero Velasco, que se internó dos días después del diagnóstico, se agravó rápidamente.
Cuatro días después del internamiento fue ingresado a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). Fue entubado primero y sujeto a una traqueotomía después, en estado de extrema gravedad, bajo la fuerte sedación que permitía soportar el prolongado entubamiento y la lenta recuperación de órganos devastados por la inflamación, donde las posibilidades de sobrevivir no son mejores que las de morir.
Velasco sobrevivió. El dos de noviembre, un mes y días después de haber entrado a la UCI, salió en silla de ruedas a la clínica. Ahí, luego de 5 días de recuperación, regresó a su casa, el 7 de noviembre.
Dos días después, mientras se rehabilitaba, Vizcarra fue vacado y Merino usurpó el poder. Siguió la rehabilitación en medio de las protestas e hizo lo posible por acelerarla cuando se percató de la enorme crisis en la que la represión ordenada por el gobierno usurpador había colocado a la PNP.
El viernes 20 de noviembre, Velasco se reincorporó a la Policía. Lo primero que hizo fue visitar al reciente ministro, Rubén Vargas, nombrado poco antes por el nuevo presidente, Francisco Sagasti. El sábado 21 concurrió a Palacio, a la ceremonia de reconocimiento de Sagasti como jefe supremo de las FFAA y la PNP.
En su discurso, Sagasti remarcó la presencia de Velasco: “Quiero destacar la reincorporación del comandante general de la PNP, Orlando Velasco, quien tras una larga lucha contra este flagelo, logró superar esta difícil prueba y ahora lo tenemos de vuelta con nosotros. Agradezco mucho su esfuerzo y sacrificio”.
El domingo 22, el ministro Rubén Vargas le dio la bienvenida en una ceremonia en el ministerio del Interior. En su discurso, Vargas dijo que el retorno de Velasco marcaba “un día muy especial para la Policía Nacional y el compromiso de la institución se renueva en favor de la seguridad de todos los peruanos”.
“Hoy presenciamos – añadió Vargas– la recuperación de nuestro Comandante General después de haber superado a un enemigo invisible. Esto aún no acaba, seguimos en una guerra silenciosa en la que aún nos encontramos batallando para proteger a nuestra ciudadanía”.
Pero…
El lunes 23, en un discurso a la nación, Sagasti anunció la fulminante destitución de Velasco, de los demás integrantes del mando de la PNP y de otros 15 generales en actividad, para nombrar como nuevo comandante general de la PNP al general César Cervantes, hasta ese momento agregado policial en España. En su corto mensaje, Sagasti mencionó la represión a las marchas contra el previo gobierno usurpador y las denuncias por compras corruptas de material médico para el combate a la pandemia como la aparente razón de la purga.
El martes 24, los removidos miembros del alto mando policial intentaron hablar con el ministro Vargas o con el viceministro, pero no lo consiguieron.
El miércoles 25, en el patio principal del ministerio del Interior, por donde antaño ingresaban al Perú los pasajeros aéreos, cuando el edificio era terminal del principal aeropuerto comercial del país, se realizó la ceremonia de relevo y cambio del comando en la PNP. Estaban los generales Velasco, el recién arribado Cervantes, el ministro Vargas y un público grande en el patio, las escaleras y en el amplio balcón de la mezzanine que bordea parte del patio.
Le tocó intervenir a Velasco. El convaleciente general impresionó desde el comienzo por el vigor del tono y la fuerza de su expresión. Fue un discurso de protesta; Velasco expresó su “rechazo” a la manera en que se los había destituido, tal como había expresado en una carta de “renuncia irrevocable” en la que protestaba por la destitución y la purga consiguiente. Su discurso, cuya sostenida intensidad sorprendió a los asistentes por venir de alguien que pocas semanas antes había estado en las puertas de la muerte, terminó con una larga cita de la madre Teresa de Calcuta.
Luego, mientras Cervantes se preparaba a hablar Velasco abandonó el patio y subió con su familia a la mezzanine donde están las oficinas del comandante general, en medio del nutrido aplauso de los asistentes.
En los días siguientes, la protesta que cuestionaba la legalidad y, sobre todo, la racionalidad de la purga del alto mando policial se generalizó. El 27 de noviembre, 15 ex ministros del Interior, muy diferentes entre sí, suscribieron un comunicado en el que protestaban por:
“…el reciente relevo del alto mando de la Policía Nacional del Perú; el cual, ha contravenido el artículo 8 del Decreto Legislativo N°1267 y el artículo 7 del Decreto Supremo N° 026-2017-IN y sus modificatorias”.
¿Cuál fue el argumento para justificar la purga policial?
El más importante, calculado sin duda para obtener la aprobación inmediata de la ciudadanía, indignada por la brutalidad de la represión contra las manifestaciones populares que terminaron en una semana con el gobierno usurpador, fue precisamente dicha represión. A ello se añadió las acusaciones pendientes por compras corruptas durante la pandemia.
El principio de investigar y sancionar la brutalidad represiva es no solo necesario sino incontestable.
Pero, ¿sirvió la purga a ese principio? ¿O fue el pretexto para perpetrar una acción que nada tiene que ver con ello?
Primero, ya hemos visto que el comandante general de la PNP, Orlando Velasco, no pudo ni tuvo nada que ver con las acciones represivas durante la semana de usurpación porque estuvo fuera del comando de su institución. De hecho, su esfuerzo por recuperarse y reincorporarse fue reconocido y aplaudido por Sagasti dos días antes de destituirlo sumariamente y un día antes por Vargas, el ministro del Interior.
¿Elogiarlo fue una estrategia? Su nombre preciso es hipocresía.
Segundo: investigar bien, para hacer justicia respecto de los excesos represivos, requiere responder, en orden, tres preguntas:
¿Quién provocó la represión?
¿Quién ordenó la represión?
¿Quién ejecutó la represión?
La primera pregunta se responde con gran facilidad: la usurpación del gobierno de la nación perpetrada sobre todo por los conspiradores del Congreso y repudiada con pasión por más del 90 % de los peruanos. Esos 105 individuos –manejados por grupos mucho más pequeños, que dirigieron las maniobras conspirativas– tuvieron la responsabilidad por lo que pasó. Fueron esos “queridos congresistas” a los que saludó Sagasti en su primer discurso presidencial, sin exigirles el arrepentimiento y la retractación indispensables. Esa misma gente que, cuando estaba asustada, repitió el ‘perdón, perdón’ ni siquiera como mantra sino como la contraseña que diera acceso a la impunidad y que ahora, ya recuperados del susto gracias a las cálidas reuniones con el “querido congresista” de la Plaza de Armas, se empiezan a inflar de nuevo con los gases del poder inmerecido y la percibida impunidad.
La segunda tampoco es difícil. La PNP se puso bajo las órdenes del gobierno usurpador, que desde el comienzo buscó controlar, a través de la represión, las crecientes protestas populares. Pero para ese propósito solo se empleó una cantidad relativamente pequeña de policías que actuaron dentro de una cadena de comando.
¿Cuál fue dicha cadena?
En orden de importancia: Manuel Merino, Ántero Flores-Aráoz, Gastón Rodríguez, Jorge Lam, Jorge Cayas, jefes de unidades operativas, oficiales y suboficiales de las mismas. La responsabilidad sigue al orden de importancia. Los miembros de las organizaciones verticales reciben órdenes de sus superiores. Y aunque es cierto que no solo no tienen la obligación de obedecer órdenes ilegales sino la obligación de desobedecerlas, lo cierto es que la presión es muy grande y el entrenamiento insuficiente.
Todo aquel que sabe de mantenimiento del orden público, conoce que la represión durante esos días fue notoriamente intensificada en número de gente, en empleo de medios, en dureza de acciones, respecto de lo que usualmente hace la Policía frente a manifestaciones fuertes.
¿Quién ordenó la intensificación represiva? Las probabilidades de que se le haya ocurrido eso a Lam o a Cayas son mínimas. Es posible, sí, que ambos hayan tratado de hacer méritos ante un gobierno que quizá pensaron iba a ser algo longevo. Casi con toda probabilidad, las órdenes, o las inequívocas sugerencias, fueron hechas por Gastón Rodríguez con el acuerdo, si no la orden, de Merino y Flórez Aráoz.
¿Qué sentido tuvo purgar a un comando, en el que, cuando mucho, solo uno, Lam, estaba comprometido directamente en la represión, echándoles la culpa por lo que no hicieron, mientras se trató y trata con manos de shiatzu a los principales y evidentes responsables de lo que sucedió?
De otro lado, está claro que entre los pasados al retiro no se encuentran varios de los directamente implicados en la represión y sus excesos. Entonces, ¿se ha utilizado otra vez el dolor y las muertes de las manifestaciones para llevar a cabo agendas completamente diferentes, como, por ejemplo, saltarse 18 generales para poner a aquel con el que Rubén Vargas, de nada ilustres antecedentes en el ministerio del Interior, se sienta cómodo?
Hay responsables directos dentro de la Policía por los graves excesos cometidos contra los manifestantes que luchaban por la democracia. Son plenamente identificables. Cada uno debe ser investigado como corresponde y también el flujo de órdenes y decisiones debe ser aclarado, para poder sancionar a quienes perpetraron esos delitos. Empezando, por supuesto, por los tres primeros en la cadena de mando: Merino, Flórez Aráoz y Rodríguez Limo. Los demás, aparte de la troika mencionada, se verá que son una pequeña fracción de la PNP.
En la Policía, debe decirse, hay de todo, desde héroes cotidianos hasta delincuentes en uniforme. La necesidad de mantener un proceso continuo de reformas, entrenamiento, control interno, preparación y estímulos, es más que evidente. Y ello no debe ser algo limitado en el tiempo sino permanente, como debe suceder con toda organización compleja, de múltiples misiones.
Pero a la vez debe entenderse que no se debe combatir el vicio destrozando la virtud. La PNP ha sido, y es, también el GEIN, la Diviac y, con igual importancia, la policía comunitaria, apreciada y querida por la gente. ¿Se va a castigar a los represores que dispararon a la gente, atacando a los policías que, en cambio, la defienden cada día? ¿Se va castigar a los represores que siguieron las órdenes de los usurpadores expulsando a quienes nada tuvieron que ver con eso, mientras se les hace zalemas a los cada vez menos arrepentidos cómplices de Merino?
No ha sido el primer error de Sagasti, pero sí el más grave hasta ahora.