Desde una perspectiva estadounidense, los audios en los que Vladimiro Montesinos insta a la campaña de Keiko Fujimori a buscar el apoyo de Estados Unidos a través de sus agencias de inteligencia, tienen algo de folclórico y también de desvergonzado.
Si bien en los años 90 Montesinos supo aprovechar su relación con Estados Unidos, la información posterior sobre el suministro de armas a la guerrilla FARC en Colombia, su captura y extradición en Caracas; y sus sentencias hicieron quedar mal a sus contrapartes norteamericanas.
Usar hoy el nombre o las tácticas de Montesinos como tarjeta de presentación en Estados Unidos sería, por decir lo menos, contraproducente. Como dijo Marx, la primera vez la historia sucede como tragedia, la segunda como farsa.
Pese a ello, es posible que quienes hoy se oponen a la proclamación de Pedro Castillo como Presidente, que niegan la legitimidad de las elecciones, o que planifican la remoción del nuevo Presidente, piensen en el libreto de Montesinos para conseguir el apoyo o la no objeción de los Estados Unidos.
Vale la pena, por eso, recordar algunas lecciones para Estados Unidos de los años de Fujimori y Montesinos. Hay que recordar cómo Montesinos se reinventó como ex-militar, y luego se posicionó como asesor jurídico de Alberto Fujimori. También hay que reconocer el conocimiento y capacidad de maniobra de Montesinos en las múltiples redes políticas, jurídicas, económicas, y militares peruanas. Y asimismo las debilidades de sus personajes claves.
Pero Montesinos no operó en un vacío, sino resultó beneficiario de un momento único: la combinación de la hiperinflación, la creciente violencia del conflicto armado interno, la derrota de los partidos políticos tradicionales; y también de gozar de la confianza de Alberto Fujimori, lo que lo convirtió en jefe de facto del Servicio de Inteligencia Nacional.
Muy preocupado por el conflicto interno, Estados Unidos trató de cooperar con el bastante arisco Fujimori. Sin embargo, Estados Unidos criticó el autogolpe de 1992, y también intervino para exigir la libertad de Gustavo Gorriti cuando los agentes de Montesinos lo secuestraron. Estados Unidos abogó luego por elecciones y un retorno a la democracia. En la embajada nos reunimos muchas veces con miembros de la oposición (algunos de los cuales ahora atacan el actual proceso electoral), pero Estados Unidos no pudo influir mucho en Fujimori.
A nivel táctico y también individual, los representantes de varias agencias en la embajada de Estados Unidos en Lima creyeron que Montesinos era clave para la lucha contra el narcotráfico e ignoraron información contraria a Montesinos. Apostaron mal.
En la embajada, varios veteranos de conflictos e insurgencias reportamos en esos años sobre el autoritarismo de Fujimori, su creciente control personal sobre las fuerzas armadas a través de los nombramientos hechos por Montesinos, y la aparente responsabilidad de ambos, Fujimori y Montesinos, en los asesinatos del grupo Colina. Advertimos, basados en lo que habíamos visto en Centro América, que un régimen que violaba unas leyes y reglas iba a violar otras. Sin embargo, el gobierno del entonces presidente Clinton tuvo mucho menos interés en el Perú que sus sucesores.
Pero ya en el 2000 el Departamento de Estado y las demás agencias de seguridad nacional y policiales estaban plenamente conscientes de la naturaleza del régimen, de la traición de Montesinos [sobre todo por el suministro de armas a las FARC]; y de los desaciertos y fallas de algunas agencias en la relación con éste.
¿Podría repetirse esta historia? La vía que Montesinos parece recomendar no funcionaría hoy en día, y no sólo por su ahora conocida trayectoria. De hecho, personas que apoyan a Keiko Fujimori han tratado ya de convencer a la gente en Washington que el proceso electoral peruano estuvo marcado por el fraude y que no se puede, ni se debe, proclamar a Castillo presidente; que Castillo es una amenaza, y que los Estados Unidos deberían hacerse de la vista gorda ante los futuros intentos de socavarlo.
Sin embargo, la declaración del Departamento de Estado del 22 de junio en la que felicitó al Perú por las elecciones, la negativa de la Organización de Estados Americanos a una auditoría electoral, y la ausencia de voces discordantes entre los congresistas norteamericanos, indican que no tuvieron ni tendrán eco.
Seguro habrá otros intentos, porque hay gente que cree sinceramente que un gobierno de Castillo sería desastroso (entre ellos algunos conocidos míos), y porque hay políticos que quieren aprovecharse de esa corriente de opinión.
Pero creo que los intentos de influir en Washington no tendrán éxito por tres razones: primero, porque el gobierno de Biden y un consenso bipartidista en el Congreso norteamericano piensan que hay que respetar los procesos electorales, y no se ha presentado evidencia para desvirtuar el proceso electoral del 2021.
Segundo, porque la mejor manera de evitar la involución a escenarios como el de Chávez en Venezuela es hacer lo que no hicieron los políticos venezolanos en los años 90: reforzar las instituciones democráticas, y sobre todo reducir la corrupción.
Tercero, porque es casi imposible que una agencia de inteligencia no incluya a nuestra embajadora en el Perú y al Departamento de Estado (como Montesinos supuestamente propone) en la evaluación de un proceso electoral en otro país.
Además, luego de los escándalos por la manipulación de la inteligencia en Irak (por el Pentágono), hay más barreras en el gobierno norteamericano contra la manipulación de información y el uso de “fake news” para la toma de decisiones.
El gobierno de Biden sabe que la democracia está bajo asedio mundialmente. Lo que pasa en el Perú no sólo afecta a los peruanos. Estados Unidos piensa que debe y puede tener una relación de respeto mutuo con el nuevo gobierno del Perú, basado en los valores e intereses comunes. Buscará mantener contactos también con todos los sectores en el Perú. Por supuesto, estará listo para analizar fríamente cualquier información sobre acciones que afecten sus intereses, vengan de donde vengan.
En la entrada de la sede de la CIA, está grabada en piedra una frase de la Biblia, ‘Y la verdad os hará libres’ que los visitantes incluyendo, me imagino, a Montesinos en su tiempo, ven al entrar. Es un reto universal frente al cual muchos gobiernos –y políticos– han fallado y pocos han acertado. Cómo buscar y encontrar la verdad depende no solo de las capacidades de los seres humanos sino, sobre todo, de sus voluntades.
(*) Stephen McFarland (@AmbMcFarland) fue diplomático de los EEUU por 37 años. Se especializó en América Latina y en países en guerra irregular o conflicto, como El Salvador, Perú, Irak (con la infantería de Marina), Afganistán, y también Colombia y Venezuela. Vivió parte de su niñez en el Perú, y volvió a la embajada en Lima como oficial político para reportar sobre los derechos humanos y la guerra con Sendero Luminoso, 1985-1988; y luego como consejero político, 1992-1996. En 1995 fue el representante de los EEUU en el puesto PV-2 en la Cordillera del Cóndor para monitorear el cese al fuego con Ecuador. Fue embajador en Guatemala entre 2008 y 2011.