Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2522 de la revista ‘Caretas’.
Las decisiones políticas más importantes de la familia Fujimori han sido influenciadas o catalizadas por conflictos familiares. Unos han sido abiertos, otros más discretos, pero lo que se ve en perspectiva es un eslabonamiento extraño en el que que cada capítulo se cierra con un conflicto que abre a su vez una historia inesperada.
Hubo prólogos, pero el cierre del primer capítulo ocurrió al finalizar el verano de 1992, cuando la entonces primera dama Susana Higuchi acusó públicamente a su familia política, cuñada y concuñada sobre todo, de lucrar delictivamente vendiendo la ropa donada por japoneses caritativos a peruanos presuntamente pobres.
La denuncia de Higuchi adelantó la fecha del golpe de Estado que Montesinos llevaba preparando, con la aquiescencia de Fujimori, pero cuyo desencadenamiento no era inminente. El plan militar del golpe, hay que añadir, fue básicamente copiado del que preparó el general José Valdivia Dueñas en una conspiración previa, dirigida por otros, contra el primer gobierno de Alan García. Aquel plan no se ejecutó sobre todo por la intervención contraria del entonces embajador de Estados Unidos, Alexander Watson; y es muy probable que pocos años después Valdivia Dueñas se lo haya entregado a Montesinos luego que este se convirtiera en su decisivo agente de encubrimiento en el caso de la masacre de Cayara.
En 1992, el plan –que de toda forma se iba a realizar– se adelantó para sofocar el escándalo que la denuncia de Higuchi ya había de-satado y que sin duda iba a crecer en los días y semanas siguientes.
Fujimori se hizo dictador, repudió a su esposa y conquistó a sus hijos, unos adolescentes y otro niño. La adolescente Keiko se hizo primera dama, con los privilegios y las cargas que ello significó, mientras Kenji, cinético e inquieto, se crió al lado de su padre, en el lugar que entonces era la cúspide del Estado peruano. Años después, en 2001, pocos meses después del derrocamiento del fujimorato, visité el local entonces casi abandonado, pero aún bien conservado, del SIN. La dirección tenía dos alas: una en la que vivía y trabajaba Montesinos; y la otra en la que vivía también Fujimori con parte de su familia. En su ala, Fujimori alojaba a su madre, la señora Mutsué a la que le habían construido un baño japonés; y en una sala grande adjunta habían empotrado en el techo unos largos pasamanos para que el inquieto Kenji jugara y se entrenara.
“Si un conflicto familiar de los Fujimori aceleró el golpe de 1992; otro conflicto familiar lo impidió un cuarto de siglo después”.
El año dos mil, en medio de las intensas movilizaciones democráticas, el descrédito internacional por el evidente fraude electoral y, sobre todo, por el escándalo de la venta de los fusiles a las FARC, el gobierno de Estados Unidos decidió, luego de un intenso debate interagencias, retirar el apoyo que había dado (sobre todo a través de la CIA) a Montesinos y buscar su remoción.
Montesinos a su turno, buscó remover a Fujimori por medio de otro golpe, ofreciendo primero la presidencia a Carlos Boloña y luego al general José Villanueva Ruesta. Fujimori, sin saberlo, no dejaba de depender de Montesinos.
El 21 de agosto del dos mil, Fujimori apareció junto con Montesinos en la conferencia de prensa con la que intentaron engañar al mundo sobre el contrabando de los fusiles de las FARC. La información que los desmentía era ya abrumadora. Poco después el entonces presidente colombiano Andrés Pastrana confrontó con los hechos a un demudado Fujimori.
Luego de unos días, sin embargo, el 8 de septiembre de ese año, Fujimori, acompañado por Keiko, se reunió en Nueva York con la entonces secretaria de Estado, Madeleine Albright y el que era consejero de Seguridad Nacional, Sandy Berger.
Berger y Albright le dijeron sin ambages a su interlocutor que tenía que desprenderse de Montesinos. De acuerdo con el cable que consiguió el periodista Jeremy Bigwood, Fujimori “se erizó”, pero Keiko intervino y le pidió que escuche. Según el cable del gobierno de Estados Unidos, Keiko “hacía una campaña tras bastidores para sacar a Montesinos”. En este caso, respaldando la inequívoca (aunque entonces muy reciente) posición del gobierno gringo, Keiko logró que Alberto Fujimori –ayudado en su decisión también por el vídeo Khoury-Montesinos– anunciara su determinación de ‘desactivar’ el SIN.
En la parte final del desmantelamiento pacífico de la dictadura fujimorista, Estados Unidos intervino con un sostenido apoyo diplomático para hacerlo posible, incluyendo la fuerte presión diplomática a través de Thomas Pickering (y, a pedido expreso, de otros jefes de Estado latinoamericanos) sobre la entonces presidenta de Panamá, Mireya Moscoso, para que aceptara recibir a Montesinos.
Pero, de acuerdo con el testimonio de los propios estadounidenses, la presión de Keiko, la entonces primera dama, sobre su padre, jugó un papel importante en la crucial decisión de este de cortar con Montesinos. No hubo entonces rompimiento de Keiko con su padre pero sí confrontación.
Luego, se sabe, Fujimori se refugió en Japón, donde se relacionó con la derecha dura que finalmente lo convirtió en fallido candidato bajo el mote de “el último samurai”. Mientras tanto, Keiko Fujimori, parecía derivar, lenta pero seguramente, hacia una definición liberal.
Luego de su fracaso en la elección presidencial de 2011, Keiko Fujimori se dedicó a construir un movimiento político que la tuviera a ella como referencia y no a su padre, sentenciado ya y encarcelado. Y su figura política pareció adoptar un perfil claramente liberal, en contraste con el de su padre. En 2015, en una conferencia en Harvard, Keiko Fujimori calificó elogiosamente el trabajo realizado por la Comisión de Verdad y Reconciliación, que había sido furiosamente atacado por la derecha extrema y por el fujimorismo.
Poco después, sin embargo, a medida que el liderazgo de Keiko Fujimori se fue afirmando y el de Alberto convirtiéndose en una memoria lejana y un presente geriátrico, emergió un nuevo tono y se produjo casi una metamorfosis en Keiko: En poco tiempo la liberal de Harvard pasó a una imagen vertical, impositiva, rencorosa, en rápida deriva a una derecha agestada, primitiva, con cuentas oscuras.
Del otro lado, Alberto Fujimori mantuvo vigencia a través del protagonismo creciente de Kenji que, para profundizar las paradojas e ironías que entrelazan la historia familiar y política de los Fujimori, levantó su figura sobre los soportes paralelos de la lealtad filial y una posición crecientemente liberal y conciliadora. No hubo desde el inicio una confrontación abierta, pero sí un ensanchamiento de divergencias. Así, el liberal Kenji representó al chinochet de antaño y le proyectó su propia imagen, mientras que la hoy conservadora Keiko acentuó la distancia y aceleró la confrontación con el gobierno.
Finalmente, cuando ella maniobró para conquistar el gobierno a través de la vacancia de PPK, la súbita aparición de los singulares ‘avengers’ de Kenji Fujimori, hizo fracasar, 25 años después del 5 de abril de 1992, el golpe parlamentario con el que Keiko estuvo cerca de capturar el Poder.
Si un conflicto familiar de los Fujimori aceleró el golpe de 1992; otro conflicto familiar lo impidió un cuarto de siglo después. Cambiaron, como en una equis, las posiciones y los estilos políticos pero se mantuvo la característica fundamental de la familia: sus profundos conflictos internos que remecen al país, mientras ellos van cambiando para pelearse mejor en el involuntario octágono de la nación. ¿Conclusión? Todos ganaríamos si los Fujimori se liberaran de sus conflictos y el país se liberara de los Fujimori.