Hoy el mismo tajo de la muerte segó la vida de cuatro personas que representaban casi todas las estaciones en la vida de un periodista: el viejo maestro, la joven promesa y la mitad del camino de la profesión.
IDL-Reporteros, y yo personalmente, expresamos nuestra tristeza por las muertes de Javier Ascue, Lorena Chauca, María Gilda Gómez y Marisol Rojas.
A lo largo de los años encontré algunas veces a Javier Ascue Sarmiento en provincias, en el camino de los reportajes que relataron la historia frecuentemente trágica de nuestro país. En otras ocasiones leí sus despachos escritos desde el lugar mismo donde, al margen de la fatiga y el peligro, llegó para contar a la gente lo que él vio con sus ojos, preguntó con su voz y relató con la fidelidad de la presencia, el apunte del momento, la visión informada por la experiencia.
Lo encontré la última vez en la cobertura de la emboscada de Angashyacu, cerca de Aucayacu, en diciembre de 2005. En medio de la opresión luctuosa del momento, nos dimos un breve tiempo para conversar sobre el reportaje de riesgo y de presencia, donde suceden los hechos, no donde te cuentan que sucedieron sino desde donde tú contarás lo que pasó. Hablamos, si recuerdo bien, sobre el hecho de que los reporteros de antaño, de los 1980 o –como era su caso y el de, por ejemplo, Óscar Medrano, de los 1970– seguíamos siendo mayoría entre quienes pugnaban por llegar al lugar, a realizar el reportaje directo.
Eso no era porque los jóvenes de ahora tuvieran menos, digamos, riñones, sino porque se perdía en las redacciones la cultura del reportaje, el énfasis en el enviado especial, en la información exclusiva, en la disposición de las empresas periodísticas a invertir en ello.
Respeté mucho a Javier Ascue. Su valiente sencillez. Su disposición a salir a donde fuera para conseguir la información valiosa antes que los demás, como debe ser.
Ahora que se habla y escribe tanto sobre el crepúsculo del periodismo que conocimos, para ser supuestamente reemplazado por una masa anónima de pulgares sobre teclados de smartphones en una cacofonía presuntamente horizontal de redes, la muerte de Javier Ascue debe recordar que nada reemplazará la visión experta, la observación entrenada y memoriosa del buen reportero. Y nos dice también que mientras existan reporteros dispuestos, aguerridos, enérgicos, el periodismo no tendrá crepúsculo y que cambiarán los medios, las formas pero no lo que define su contenido: relatar la verdad de los hechos que importan y relatarla al pie mismo de su acontecimiento.
A todos nos duele mucho la muerte de Lorena Chauca, cuya ruta profesional recién empezaba y que terminó su joven vida al lado del viejo reportero, en lo que debió haber sido la ruta de la enseñanza y la trasmisión de la experiencia y terminó en el abismo y el río, en aquella conclusión siempre posible de nuestros reportajes, iniciados por la voluntad, terminados por el azar y el destino.