Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2316 de la revista ‘Caretas’.
La criminalidad, esa confiscadora de bienes, esfuerzos, ahorros, esperanzas y vidas, permanece en el tope de las preocupaciones de los peruanos, especialmente de los más pobres.
La inmensa mayoría espera o, si tiene el carácter, exige que su Gobierno los rescate de la realidad hobbesiana de sus vidas. Para eso se hicieron los Estados.
Vivir sin delito y sin criminales en sociedades complejas no es posible. Pero disminuirlo hasta relegarlo a la marginalidad estadística sí es viable. Lograrlo requiere, como muchas otras cosas de valor e importancia en la vida, de un esfuerzo prolijo, sistemático, constante, sometido a revisiones, evaluaciones y mejoras. La pomposidad burocrática, con sus solemnes lugares comunes, en cambio, no sirve para nada que no sea la subsistencia parasitaria de ellas a costa de los muy reales problemas de la gente.
Como describió bien Gino Costa el lunes 6 en un artículo publicado en El Comercio “¿Cómo vamos en seguridad ciudadana?”, no estamos entre los países más violentos del Hemisferio, pero sí “somos el país con mayores niveles de delitos callejeros, especialmente de naturaleza patrimonial”.
A la vez, es también cierto lo que Costa puntualiza: “…el incremento del uso de arma de fuego y de las extorsiones apunta a que la violencia crece”.
Y la violencia puede crecer muy rápido; las bandas pueden reproducirse con sorprendente rapidez; mientras, un grupo pequeño pero activo de criminales puede causar mucho daño y mucho mayor miedo.
Para enfrentar eso, una buena Policía es fundamental. Se necesita, claro está, otros actores y otros factores también, pero el papel de la Policía es, o debe ser, central.
Y para funcionar bien, la Policía, que es una organización vertical, necesita ser dirigida por líderes capaces, que no solo tengan solvencia profesional y sobresaliente trayectoria sino prestigio y nombradía entre sus subordinados.
Es evidente ¿no? A la luz de esa racionalidad básica, ¿qué gobierno no quisiera tener esos líderes para lograr avances importantes en lo que más desea la gente, seguridad ciudadana, lo cual a la vez traería importantes réditos políticos?
Será evidente para muchos, pero no para este Gobierno, ni para el nuevo ministro del Interior, Wálter Albán, que en un tiempo récord ha logrado demostrar su ineptitud para el cargo.
Entre los oficiales pasados al retiro el reciente fin del año pasado, figuran los generales Carlos Morán, César Cortijo, Aldo Miranda. Y entre los coroneles, Ricardo Munaylla.
Es posible que haya otros oficiales injustamente pasados al retiro. Pero el caso de los que menciono no es solamente escandaloso sino indignante.
El general Carlos Morán ha sido uno de los mejores, si no el mejor, especialista en la lucha contra las organizaciones narcotraficantes, contra el senderismo, el espionaje, el lavado de activos, entre otros crímenes organizados de alto calibre.
El general César Cortijo ha sido uno de los más experimentados y trejos policías en el enfrentamiento de bandas, en la investigación de homicidios y en la represión de extorsionadores y asaltantes.
El general Aldo Miranda logró éxitos espectaculares en seguridad ciudadana aplicando consistentemente los principios de policía comunitaria. Su hazaña en la pacificación de Cerro El Pino había sentado las bases para un modelo de acción que una vez convertido en doctrina, serviría para reproducir ese éxito en muchos otros lugares de extrema dificultad.
El coronel Ricardo Munaylla creó una división de la Policía especializada en la lucha contra las bandas de extorsionadores en construcción civil en Lima. Su método, de inteligente agresividad y manejo de la iniciativa, logró efectos importantes durante los tres años que estuvo al frente de esa unidad.
Ahora, con la obsecuente firma de Albán de por medio, estos cuatro oficiales han sido pasados al retiro.
¿Hay tantos buenos policías como para que no importe sacrificar a cuatro notables oficiales a la pequeñez mental, la ridícula paranoia y la tóxica venganza de algunos incapaces asentados en puestos por encima de su capacidad?
Entre los generales que quedan en actividad hay algunos buenos (¡ni mencionar sus nombres para que no los pasen al retiro!). Pero la voz del actual comando es la de un desdentado ‘chicheñó’, en aplicado coro de encías con su ministro.
¿Qué cosa tenían en común esos cuatro oficiales, además de ser buenos policías? La capacidad de expresar su opinión, aunque no fuera la deseada por sus superiores. Cualidad, por lo demás, compartida con otro destacado jefe policial: el general PNP (r) Darío Hurtado, ‘Apache’, a quien pasaron al retiro el último día de diciembre de 2012.
Y en el caso del coronel Ricardo Munaylla, lo que propició su salida de la División de Protección de Obras Civiles primero y de la PNP después, fue la sanción que impuso a uno de sus subordinados, un mayor PNP que resultó ser sobrino carnal –hijo de una hermana– del ex ministro del Interior, Wilfredo Pedraza. Este se encargó de terminar con la carrera de Munaylla apenas se lo permitieron quienes realmente mandan en el sector.
Gracias a la información que se hizo pública luego del hackeo al ministerio del Interior, es evidente que las listas de quienes iban a ser mandados al retiro se fueron haciendo a través de los funcionarios bisagra con Palacio. En este caso fue el viceministro de Gestión Institucional Roberto Reynoso Peñaherrera, notoriamente cercano a Eduardo Roy Gates, el asesor legal de Palacio.
Antes de desempeñar esa función, Roy Gates fue abogado de la familia Sánchez Paredes durante el tiempo en el que un grupo especial de la Policía, a cargo del entonces coronel Carlos Morán, la investigó por lavado de activos relacionado con el narcotráfico.
En cruces previos como ese radica la explicación de muchas cosas, entre ellas de no pocas infamias.
“La voz del actual comando es la de un desdentado ‘chicheñó’, en aplicado coro de encías con su ministro”.
Creo que el general Morán pudo haber logrado en la PNP el efecto que tuvo el general Óscar Naranjo en la Policía colombiana. Su línea de carrera lo hacía prever así. Fue analista del GEIN y estuvo en la captura de Abimael Guzmán; luego, en el ámbito del narcotráfico, dirigió la investigación en los casos de la organización de Fernando Zevallos; la familia Sánchez Paredes, Luis Valdez Villacorta; César Cataño, entre otros. También hizo gran parte de la investigación del caso BTR; y la identificación y captura del espía Ariza. Asimismo, creó las unidades especiales de investigación en el Huallaga, que culminaron con la captura de ‘Artemio’; y la del VRAE, que ha jugado un papel determinante en lo avanzado hasta ahora en esa región.
En el proceso, creó enemigos inopinados. Villafuerte, Rospigliosi, Abugattás resultaron unidos en fobia común. Y la paranoia que existió hacia su supuesto acceso a datos recónditos y comprometedores hizo que este gobierno lo mantuviera aislado hasta poderlo pasar al retiro.
Tanto Morán como Cortijo y Munaylla han decidido no intentar volver a la Policía a través de la vía judicial. Para ellos, esa etapa de su vida ya terminó y ahora empieza la de la vida civil. Como son capaces, en muchos aspectos les irá mejor.
El que pierde es el país. Intentarán justificar el despropósito. Pero no hay excusas♦