Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2318 de la revista ‘Caretas’.
En la tarde del viernes 17 fue enterrado en el Parque del Recuerdo en Lurín el coronel retirado de la PNP, Víctor Cancino. Junto al dolor de su familia, lo acompañaron los honores sumarios que da la Policía y los que pronuncia la religión ante la defunción rutinaria de viejos
veteranos.Estuve entre quienes fuimos a despedir a Cancino. Fue uno de los policías que más he respetado y apreciado, tanto durante su enérgica vida profesional como, luego, en sus años de gris pero inquieto y frecuentemente indignado retiro.
Hace unos meses describí la rutina de lo que él y todos sabíamos era el tramo final de su vida: “Tres veces por semana, el viejo coronel que en el pasado fuera terror de criminales, de fuera y dentro de su institución, sale de casa antes de rayar el alba. A lo largo de una vida hazañosa pero frustrante, en la que llegó a descubrir laboratorios de cocaína hasta en un colegio de monjas e investigó sin vacilaciones a Montesinos en el caso Villa Coca, el coronel ganó la admiración de los policías honestos, el miedo de los corruptos y el destino de terminar, desafiante, su carrera cuando Montesinos llegó al poder”.
Cancino tenía ya una larga carrera como investigador cuando literalmente reventó el caso Villa Coca, en julio de 1985. Muy pocos casos en la historia del narcotráfico en el Perú han tenido la importancia del de Villa Coca. No solo por la dimensión de la organización narcotraficante que fue descubierta, sino porque su revelación y la posterior investigación y proceso judicial contrapuso, a policías honestos contra policías criminales; a fiscales íntegros contra fiscales corrompidos; a jueces honrados contra jueces gangsteriles.
En torno a ese caso, como no ocurrió con otros, se libró una lucha legal, política y moral que decidió el destino del Perú durante los años siguientes. El lado dirigido por Vladimiro Montesinos (¿necesito decir cuál fue?) triunfó y avanzó hacia lo que, muy pocos años después, fue la toma del poder a través de Fujimori.
Cuando reventó Villa Coca, Reynaldo Rodríguez López controlaba literalmente a la Policía y a una parte importante del Estado. Pero dentro de esa medular corrupción, hubo gente cuya integridad cambió el curso de los acontecimientos.
Fue una casualidad que el primer contingente policial que llegó a la casa humeante, fuera un patrullero de las “Águilas Negras” de la Guardia Civil, al mando del entonces capitán Luis Montoya. El grupo de Montoya, que sostenía enfrentamientos constantes contra criminales violentos, era experimentado, decidido y agresivo. Al percatarse de haber intervenido un gran laboratorio de cocaína tomó el control de la situación; y cuando llegó un contingente de la entonces corrupta Dirección Antidrogas de la PIP (la Dintid), para tratar de limpiar la escena del delito, Montoya y su gente lo impidieron con, en determinado momento, las uzis rastrilladas.
Pese a su valentía, la carrera de Montoya hubiera terminado muy mal el día siguiente de no haber llegado el entonces joven juez Hugo Príncipe, quien respaldó su acción. Ahí los mafiosos perdieron el control.
Días después, el fiscal de la Nación de ese tiempo, César Elejalde, quien tomó desde el comienzo una actitud decidida de investigar a fondo el caso, ordenó a la Policía del ministerio Público que se hiciera cargo de las pesquisas policiales.
«La investigación avanzó con vigor mientras Elejalde fue fiscal de la Nación. Su sucesor, Hugo Denegri, trajo un asesor semisecreto: Vladimiro Montesinos».
Los dos oficiales a cargo de esa unidad eran el general Raúl Chávez González y el coronel Víctor Cancino. Ambos aceptaron sin dudar el desafío y se pusieron a investigar a la organización criminal a pesar de saber ya que una gran parte de quienes la dirigían eran sus jefes y colegas. Fueron un grupo pequeño de policías honestos investigando a un gran grupo de policías criminales.
Fue un caso inmenso en el que por casi dos años trabajaron cerca de 300 policías y unas decenas de fiscales. Así y todo, Chávez González estima que la investigación llegó apenas al 60% del caso.
La contraofensiva de los delincuentes fue dirigida por Vladimiro Montesinos y sus cómplices, que empezaron por denunciar a Chávez González y Cancino por nada menos que ‘insulto al superior’ en el fuero privativo (el 29 de agosto de 1986), por haberse atrevido a investigar a los generales delincuentes que, en efecto, además de criminales eran sus superiores. Gracias a las redes que ya tenía formadas en esas instituciones, Montesinos ganó esa primera confrontación.
Pero la investigación avanzó con vigor mientras Elejalde se mantuvo como fiscal de la Nación. Su sucesor, Hugo Denegri, llegó con un asesor semisecreto: Vladimiro Montesinos.
Poco después, una ofensiva dirigida por el propio Denegri (y manejada por Montesinos) destruyó al grupo investigador de Chávez González y Cancino. El nefasto Denegri tuvo el cuajo de denunciarlos hasta por ‘tráfico de drogas’.
Cancino y Chávez González se defendieron con coraje de las amenazas, desinformación y calumnias. El ex fiscal de la Nación, Elejalde, intervino también decidida pero infructuosamente. En septiembre de 1988, en una junta de fiscales supremos, Elejalde demandó […]: “Que el Fiscal de la Nación —Hugo Denegri— explique a la junta de fiscales supremos si las visitas que recibe del abogado Vladimiro Montesinos se deben a asuntos personales, le presta alguna asesoría o si se relaciona con el caso de narcotráfico de Villa Coca.” Denegri suspendió la reunión sin responder.
Poco más de un año después, Fujimori ganó la presidencia, Montesinos logró el poder y Chávez González y Cancino, junto con casi todos los otros oficiales que investigaron Villa Coca, fueron pasados al retiro.
Cancino, que era el más duro y rudo del grupo, no paró de pelear. A diferencia de otros, su enfrentamiento contra los mafiosos de la Policía había antecedido el caso Villa Coca. Trabajó, en la década de los 70, con el general Edgar Luque Freyre, que fundó el primer GEIN, dedicado a la inteligencia operativa contra el crimen organizado (que luego iba a servir como modelo para el segundo GEIN, que capturó a Abimael Guzmán). Uno de los fundadores del GEIN primigenio, el comandante PNP (r) Pedro Delgado Valdivia, recuerda a Cancino como “un magnífico policía […] un maestro de la honestidad [que] …odiaba a los corruptos. Me hubiera gustado la capacidad de ser igual de duro que él”.
Cancino mantuvo organizada y actualizada la información relevante, aún en el retiro. Y la tuvo a disposición de quienes la necesitaran para retomar las investigaciones, la lucha contra los mafiosos y su jefe supremo.
Vivió lo suficiente como para ver a Fujimori derrocado, a Montesinos preso y también para ver cómo varios de quienes actuaron con coraje y honestidad en el caso Villa Coca, culminaron exitosamente sus carreras. El capitán GC Luis Montoya se retiró como general de Policía y director general de la PNP. Su ex subordinado, el entonces mayor PIP Félix Murazzo fue luego director general de la PNP y breve ministro del Interior. El juez Hugo Príncipe es ahora vocal de la Corte Suprema.
Pero Cancino era demasiado trejo como para cantar ilusas victorias. Aunque dignos de una modesta celebración, los éxitos eran limitados o cosméticos, las mafias se adaptaban y lograban finalmente imperar.
Por eso, el viejo coronel se fue molesto. Hablé con él unos días antes de su muerte y, como siempre, no dejó de señalar casos de corrupción, de relacionarlos con investigaciones previas y de arengar, espolear a seguir investigando, a cumplir mejor la tarea de enfrentar a los mafiosos.
Aunque no llame más, lo seguiré, lo seguiremos escuchando.