Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2330 de la revista ‘Caretas’.
La impresionante redada contra el Movadef, que tuvo lugar la semana pasada, haría pensar, a juzgar por los recursos movilizados, que el Gobierno peruano reaccionó en todos los frentes ante un peligro mayor, claro e inminente.
Sobre todo si se la compara con la extraña negligencia que mantuvo en otros casos urgentes en el ámbito de seguridad.
Uno, por ejemplo, es el crecimiento explosivo de narcovuelos, especialmente en el VRAE, que han alcanzado dimensiones tales como para considerar reconstruido, (por más que sea en otra dirección) el puente aéreo que marcó el auge del narcotráfico desde comienzos de la década de 1980 hasta mediados de los 90.
Otro es la virulencia con que ha crecido el crimen organizado, especialmente el más violento. Lo peligroso de ese fenómeno es que no se trata de un proceso lento, sino uno que suele desencadenarse con rapidez y que una vez afianzado resulta mucho más difícil de enfrentar que cuando todavía es incipiente.
Ninguno de estos dos problemas ha sido enfrentado, salvo esfuerzos meritorios pero aislados, por este Gobierno con seriedad, responsabilidad y, menos aún, con eficiencia.
Entonces, al ver el aparatoso despliegue de la redada contra el Movadef, pensé que de repente el Gobierno sabía algo que los demás ignorábamos hasta ese momento.
Así que me pregunté y me pregunto de nuevo: en el caso del Movadef, ¿hay algún peligro real, nuevo, inminente? ¿Hay algo que no se conozca?
Hasta donde he podido ver, no hay nada que no se haya sabido una y cien veces.
El hecho es que se movilizó los recursos operativos más selectos del Estado para capturar a gente que hace vida pública y que no está en la clandestinidad. Al ver los arrestos, además, daba la impresión de que alguien había tenido una mala lectura de González Prada y estaba llevando a cabo una guerra alucinada contra la geriatría.
Lanzar a fuerzas combinadas de la Policía y de la Fuerza Armada, junto con decenas de fiscales, contra una organización derrotada, vencida, con un porcentaje muy alto de presos y de viejos, varios de ellos en franca entropía vital, no tiene sentido.
¿Que el mensaje de estos viejos ha calado en algunos jóvenes que desconocen o no conocen bien el pasado terrible de la guerra interna? Es verdad. Pero, ¿cuál es ahora ese mensaje? ¿Existe alguna prueba, luego de todas las investigaciones, de que se esté organizando a esos jóvenes desorientados, hacia la violencia, que se los esté preparando para la insurrección? Ninguna. No la hay en ninguno de los documentos que explican y justifican esa operación.
Debo decir que no tengo duda sobre la relación estrecha y subordinada que existe entre el Movadef y el PCP-SL que dirige Abimael Guzmán. Aquél es, en mi opinión, un ‘organismo generado’ que sigue con disciplina los objetivos del PCP-SL de Guzmán.
Pero la pregunta por responder es ¿cuáles son ahora esos objetivos?
“Perseo 2014” revela la respuesta equivocada a esa pregunta a través de una ceguera histórica: el intento de ignorar cambios fundamentales ocurridos desde 1992 hasta ahora.
Se actúa como si el SL de Guzmán fuera todavía una organización en guerra o conspirando para volver a ella.
Pero la realidad es que el SL de Guzmán es una organización derrotada, que reconoce su derrota e intenta concretar “un acuerdo de paz” desde 1993.
Lo que hasta entonces había sido la proclama radical y disyuntiva de la inevitabilidad de la guerra y la predeterminación del triunfo, se convirtió en la constatación de la derrota. Y en la aceptación de la misma.
El llamado “pensamiento Gonzalo” posterior a las negociaciones con Montesinos y sus asesores, no tiene nada que ver con lo que antes pasaba como tal.
Abimael Guzmán consiguió parar intelectualmente de cabeza a su organización, persuadirla de la necesidad de creer en y defender posiciones que antes hubieran resultado anatema. El otrora ardiente enemigo del revisionismo terminó revisando todo. Y tan fuerte fue el culto a la personalidad en su organización, que la mayoría de sus militantes lo siguió.
Desde que abortaran las conversaciones con Montesinos y Fujimori hasta ahora, pasaron muchos años. Creo que tanto Abimael Guzmán como Elena Iparraguirre asumen que morirán en prisión. Los otros condenados a cadena perpetua, también.
Buena parte de lo que ahora esperan es negociar mejoras en las condiciones penitenciarias para los que seguirán en prisión así como la libertad para los que cumplieron sus condenas. ¿Tienen derecho a pedir hablar sobre eso y discutirlo? Por supuesto que lo tienen.
Están vencidos, doblegados y han sido castigados con la mayor dureza que establece la ley. Los que quedan en prisión buscan condiciones más dignas de encierro; y los que han salido en libertad, reclaman la posibilidad de ejercer derechos básicos, como el de trabajar y expresarse libremente. Mientras sea un ejercicio pacífico y legal de esos derechos, ¿qué razón hay en denegarlos?
¿Que no han pedido perdón ni han reconocido públicamente su sangriento error y que tampoco han proclamado su lealtad a la democracia constitucional y su repudio perpetuo a la vía de las armas?
Es verdad que no lo han hecho en forma lo suficientemente clara. Pero, ¿ha habido alguien dentro del Estado que lo haya demandado dentro de un mínimo proceso de diálogo? ¿Que con ellos no hay nada que conversar? ¿Y por qué nadie de la ultraderecha protestó cuando hubo las conversaciones, Frank Sinatra y torta de chocolate de por medio, con Montesinos?
«La Historia con frecuencia entierra causas e ideas incluso antes de enterrar a las personas»
¿Que esa es una táctica de engaño del senderismo que practica “la guerra sin tiempo” y que esperará pacientemente a salir en libertad para volver a la vía de las armas?
Esa es una falacia. No existe la “guerra sin tiempo”.
Hay guerras de toda duración, desde las muy cortas hasta las muy prolongadas. Pero toda guerra tiene un comienzo y un fin. Las protagonizan seres humanos insertados dentro de la Historia, que con frecuencia entierra causas e ideas incluso antes de enterrar a las personas. Y, pase lo que pase, estas eventualmente envejecen, declinan y mueren.
En el caso de los senderistas, han pagado y saben que van a seguir pagando el precio de la derrota. Han querido negociar algunos términos de la misma con el Estado, y no han logrado interlocutor. Ha sido un error. Otras naciones, que han manejado contrainsurgencias inteligentes en el nivel político, han aceptado rendiciones después de largas guerras insurgentes y logrado el mejoramiento de condiciones de rendición o encierro a cambio de claras ventajas para la sociedad y el Estado.
Por lo pronto, el hecho es que entre los cientos de senderistas que salieron en libertad por cumplimiento de condena, el porcentaje de gente que volvió al camino de la violencia armada (política o criminal) es prácticamente inexistente.
Escribiré más sobre este tema en el futuro próximo. Concluyo con lo que para mí es evidente: en medio de problemas importantes de seguridad, que se agravan, la acción del Gobierno contra el Movadef fue efectista y errada.
Si se patea a un adversario vencido, la persecución exagerada crea un sentimiento de simpatía en muchos, que puede tornarse en solidaridad. Y el efímero efecto se esfumará entre la maraña de serios problemas desatendidos, ayer urgentes, mañana graves♦