Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2342 de la revista ‘Caretas’.
“Caiga quien caiga”, editado por Planeta, es el libro de memorias de José Ugaz sobre su gestión como procurador ad-hoc anticorrupción desde noviembre del año 2000 hasta febrero del 2002.
Ugaz fue nombrado por Fujimori y ratificado luego por los presidentes democráticos Valentín Paniagua y Alejandro Toledo. La historia tiene, por eso, dos partes divididas por un cambio de régimen que fue más bien un cambio de destino.
Ugaz y el equipo que lo acompañó no fueron contratados como persona o grupo de personas; sino como un estudio de abogados para encargarse en los hechos de tareas de gobierno.
La historia empezó con un conflicto de siameses (Fujimori y Montesinos), que continuó con el colapso del régimen mafioso, la conquista de la democracia y un período corto pero deslumbrante de virtud republicana, en el que se persiguió y capturó a los malhechores más poderosos, se descubrió y recuperó grandes cantidades de dinero, se modificó leyes para hacer más eficaz y fluida la tarea de investigar y desmontar mafias.
Y así, mientras nuevos hallazgos sorprendían una y otra vez respecto de la dimensión delictiva del crimen organizado que durante una década manejó el país, pareció, aunque solo por un rato, que la capacidad de perseguir, alcanzar, capturar, registrar, descubrir, describir y castigar la iniquidad mafiosa fortalecía en ese ejercicio la de refundar una república asentada sobre bases de limpieza y honestidad.
Ese espíritu social que primero provocó la caída del fujimorato y luego demandó una lucha extraordinaria contra la corrupción, estimuló y respaldó la acción de la procuraduría ad-hoc y la creación de un sistema anticorrupción que por un tiempo no solo pareció que podía funcionar sino que en varios casos funcionó.
¿Cuán bien describe Ugaz ese período intenso en “Caiga quien caiga”?
El libro es de lectura rápida e intensa, por las historias apasionantes que hay en él y que incluso a quienes hemos participado de cerca en varios de sus hechos, o conocido bien de ellos, nos trae (y otras veces recuerda) información nueva.
Pero a la vez, “Caiga quien caiga” deja la sensación de que como libro de memorias se hubiera beneficiado mucho si Ugaz le hubiera dedicado mayor tiempo para trabajar mejor la arquitectura narrativa que requiere el terreno ilusorio, quebradizo de los libros de memorias.
Según cuenta Ugaz, el libro fue escrito a lo largo de 10 años, pero en períodos cortos y espaciados entre sí, de redacción. Eso se nota. Pero pese a la albañilería aligerada, las historias de ese período extraordinario son tan buenas que llaman, recuerdan, revelan y vuelven a sorprender.
“Antes de llegar a la casa de Bustamante”, escribe Ugaz, contando su viaje a la entrevista con el ministro fujimorista que cambió su destino, “me volvió a llamar el edecán. Me dio instrucciones para que ingresara por una casa vecina conectada internamente con la del ministro por un jardín trasero. Así lo hice. Me recibió el mismo edecán y me llevó hasta la sala del segundo piso, donde me esperaba Bustamante”.
Así que, como sucede a veces, el autor entró a la Historia por la puerta de atrás.
De esa conversación con Bustamante, Ugaz salió preocupado pero virtualmente decidido a aceptar el nombramiento de Procurador Ad-hoc para acusar y perseguir penalmente al entonces ya fugitivo Montesinos. Mas, ¿cómo ser nombrado por un gobierno del todo ilegítimo para intervenir en una pelea de siameses? Ugaz reconoce la duda y la resuelve así:
“De pronto, en una fracción de segundo, se instaló una sola idea en mi cabeza: esta era la oportunidad para acabar con la nefasta presencia de Montesinos en el poder. Ante ello, cualquier otra consideración o duda era secundaria” (pag. 12).
El peligro de ser utilizado por Fujimori fue evidente desde la primera entrevista de Ugaz con él. Pocos días después, cuando la novísima procuraduría logró órdenes de allanamiento en posibles escondites de Montesinos, Fujimori actuó, enviando un falso fiscal para apropiarse de la información de Montesinos que pudiera hacerle daño.
Cuánto de esa evidencia separó y robó Fujimori es algo que espero lleguemos a saber algún día.
«Fueron historias iniciadas por un conflicto de siameses que llevó al colapso del régimen mafioso, la conquista de la democracia y un período corto pero deslumbrante de virtud republicana».
Luego la historia se acelera y los hechos se suceden entre la rapidez y la sorpresa.
• Un momento de gran importancia en el desarrollo de las investigaciones es cuando Ugaz logra la colaboración de Matilde Pinchi Pinchi, la que conoce todas las historias, la Scherezada de la colaboración eficaz. Al comienzo, sin embargo, la negociación no es fácil. Para la primera reunión con Ugaz, Pinchi Pinchi exige “… que la reunión tendría que llevarse a cabo en la casa de Jorge del Castillo”; sí, del ubicuo del Castillo.
• Poco después, Ugaz se entera del testimonio de Roberto, “Osito” Escobar sobre la relación que tuvo su fallecido hermano Pablo no solo con Montesinos sino también con Fujimori.
• Ugaz consiguió e investigó la información que le fue dada sobre cómo Vladimiro Montesinos se comunicó con Alan García desde su aparente exilio panameño, para arreglarle su “problema” judicial.
• El caso del contrabando de fusiles FARC es uno de los más complejos e interesantes entre los delitos perpetrados por Montesinos. Está bien descrito en el libro, aunque la principal pregunta: ¿qué llevó a Montesinos a planear y ejecutar una acción políticamente suicida para él –que eso fue la provisión de fusiles a las FARC–? ¿Lo cegó el hubris, la arrogancia? ¿Pensó que existía una posibilidad de no ser descubierto? ¿Creyó que su intento de desestabilizar Colombia para presentarse como aliado indispensable en Sudamérica, tenía una posiblidad de éxito?
Como escribí arriba, el suelo de la memoria es quebradizo y algunos recuerdos de Ugaz no coinciden con el de otros sobre el mismo tema.
En “Caiga quien caiga” Ugaz cuenta la conversación que tuvo con Ernesto de la Jara, de IDL, apenas salió de la entrevista de la casa de Bustamante. La versión que me dio de la Jara es diferente en varios aspectos importantes. A él también lo habían invitado a visitar ese día a Bustamante y entrar, como Ugaz lo hizo, por la puerta trasera. De la Jara se negó.
Era una situación diferente. IDL llevaba años de enfrentamiento contra el gobierno corrupto de Fujimori-Montesinos, mientras que el estudio de abogados al que pertenecía Ugaz, había sido contratado por el gobierno de Fujimori para trabajar como procurador en casos específicos.
En otra instancia rashomónica, Ugaz recuerda el consejo que le di cuando el congresista Jorge Mufarech, que lo acosaba y atacaba permanentemente, lo citó a la comisión de fiscalización. Le sugerí recusar a Mufarech, cosa que Ugaz recuerda bien, pero luego añade que “Gustavo Gorriti […] me sugirió que yo guardara la calma y actuara lo más respetuosamente posible”.
Lo que le sugerí, como le recordé en la presentación del libro, es que actuara irrespetuosamente, puesto que la gente acostumbrada a intimidar, como Mufarech, confunde respeto o cortesía con sumisión. Cuando yo fui a mi turno convocado por esa comisión, ataqué desde el comienzo a Mufarech y sus aliados.
Hay otros temas y asuntos que vale la pena tratar en el terreno de las memorias, como el de los conflictos de interés entre lo que investigó la Procuraduría Ad-hoc y lo que defendió luego su estudio de abogados, como en el caso Wiese, por ejemplo.
Pero hechas las sumas y las restas, el saldo favorable en la labor de la Procuraduría Ad-hoc es abrumador. Y aunque quizá estas memorias no le hagan plena justicia a la historia, me imagino que con más tiempo dedicado a la narrativa, el resultado podría ser lo que espero sea en la segunda edición.