Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2362 de la revista ‘Caretas’.
Empiezo por Irak. La pregunta lógica frente al escenario sorprendente es, más o menos, así: ¿Cómo fue posible que un ejército muy bien equipado –y supuestamente mejor entrenado–, el irakí, quedara al borde del colapso luego de la ofensiva, en junio pasado, de los militantes integristas del llamado Estado Islámico, en la que ciudades y áreas estratégicas defendidas por miles de soldados fueron conquistadas por apenas unos cientos de fanáticos crueles y decididos, cuyo poder y proyección terrorífica crecía exponencialmente después de cada victoria y cada ejecución masiva?
El ejército irakí fue edificado sobre la base de no menos de 25 mil millones de dólares en entrenamiento y equipo gringos. Casi cuatro veces más de lo que los Estados Unidos invirtieron, por ejemplo, en las fuerzas de seguridad colombianas a lo largo del Plan Colombia (unos 7 mil millones de dolares).
Las fracturas sectarias no explican, por sí mismas, el desplome en Irak. Así que si se busca una respuesta globalmente acertada, creo que se la podría encontrar en el lead de un artículo escrito por David Kirkpatrick, publicado el domingo 23 en el New York Times.
«El énfasis central es remarcar y remachar que la corrupción es peligrosa, que no solo es un sistema expoliador y abusivo sino inherentemente inestable, vulnerable a desplomes y colapsos».
“Un general –escribe Kirkpatrick refiriéndose a la alta oficialidad irakí– es conocido como el “tipo de los pollos” por su reputación de vender sus productos avícolas a su gente. A otro lo llaman “el tipo del Arak”, por su hábito de disfrutar el licor anisado en horas de trabajo. A un tercero se le ha puesto el apodo de los billetes de 10 mil dínares, “general Deftar”, que se ha hecho famoso por vender grados de oficiales”.
“Esos son” prosigue Kirkpatrick, “algunos de los rostros de la profunda corrupción de las fuerzas de seguridad irakíes”.
Me puse a pensar en esos rostros de la corrupción militar irakí, cuya irreductible cleptomanía ayuda tanto a explicar la tragedia que hoy devasta Mesopotamia. Uno puede entender por qué Mosul y Tikrit cayeron con tanta facilidad ante fuerzas atacantes claramente inferiores en número y potencia de fuego. Y también puede entender cómo en el frente opuesto, en la frontera de Siria con Turquía, los defensores de la ciudad de Kobani lograron resistir a ISIS pese a su gran inferioridad de armamento, durante los días cruciales antes del inicio de la campaña aérea.
En un artículo reciente en el London Review of Books,(“¿De qué lado está Turquía? La batalla por Kobani”) Patrick Cockburn explica cómo en Kobani, ISIS enfrentó por primera vez a un movimiento radical de izquierda, dirigido por el hoy encarcelado (por Turquía) Abdula Ocalan, con largas décadas de experiencia en guerra irregular y con sólida disciplina y entrenamiento.
Las guerras, por su propia naturaleza, enseñan o evidencian lecciones de manera directa, poco sutil pero inequívoca. La de esta guerra en Siria e Irak es que la corrupción militar es casi una garantía de derrota para el ejército que la padece. Hay muchos casos históricos que confirman la regla, pero pocos son tan contundentes en tanto ejemplo como el caso de Irak.
En junio de este año, el Carnegie Endowment for International Peace, en Washington, publicó un trabajo de título y tema provocativos: “Corrupción: la amenaza no reconocida a la seguridad internacional” en el que divide a los “países agudamente corruptos” en dos categorías generales. La primera es la de países con una corrupción relativamente estructurada. El Egipto de Mubarak, el Afganistán de Karzai, el Perú de Fujimori, la Venezuela de Chávez o Maduro caen, según ese estudio, en esta categoría.
La segunda es constituida por países con alta corrupción que no está, sin embargo, centralizada. Algunos ejemplos de ese caso, para los autores del estudio, son Colombia, Guatemala, Honduras, México, Somalia y Sudán del Sur.
El énfasis central del estudio es, sin embargo, remarcar y remachar que la corrupción es peligrosa, que no solo es un sistema expoliador y abusivo sino inherentemente inestable, vulnerable a desplomes y colapsos que con frecuencia llevan a una realidad peor a la vivida.
Esa corrupción sistemática puede establecer, dice el estudio, amenazas tales como una relación simbiótica entre los gobiernos de ciertos países con redes trasnacionales de crimen organizado, entre otras.
Aunque pienso que es un estudio interesante, creo que le faltó un examen más detenido de la corrupción corporativa, especialmente en redes público-privadas, como sucede ahora en Brasil con la madre de todos los escándalos: el “Petrolao”, en pleno crecimiento y despegue.
El ‘Petrolao’ e Irak me llevaron a pensar que, en cuanto a corrupción se refiere, en el Perú estamos plenamente globalizados.
Si la investigación del ‘Petrolao’ se lleva bien en Brasil (y está apenas empezando), las réplicas en varios países, dentro de los cuales, en forma prominente, el nuestro, podrían ser formidables. Las relaciones corruptas de Petrobras con las principales compañías constructoras brasileñas, (casi todas las cuales han trabajado y trabajan aquí), no describen anécdotas sino un sistema operativo ya conocido pero que hasta ahora había dejado muchos más indicios que evidencias. Pero ahora, con algo de habilidad de los investigadores, se podría pasar a las evidencias y de estas a las revelaciones. ¿Cuántos sinvergüenzas saldrían a la luz solo en nuestro país? Me temo que muchos. Claro que unos más colosales que otros.
El Petrolao podría llevarnos a dibujar una inmensa infografía de una parte importante de la corrupción latinoamericana, interconectada entre sí no solo en métodos sino a través de compañías y hasta especialistas corporativos en convertir la cutra en coima y esta, a través de un sofisticado lavado, en dinero con cara respetable.
Y la corrupción militar irakí me hizo ver que, en país tras país, los uniformados corruptos suelen adoptar métodos parecidos. Menos mal que no enfrentan a ISIS.
No hablemos de Hermoza, a cuyo lado el “general Deftar” habría sido un principiante. Pero pensando solo en la corrupción a partir de la conquista de la democracia el dos mil, hemos tenido “generales gasolineros” y otros especializados en cobrar a los oficiales bajo su mando con más eficacia que la Sunat, y hasta el general que fue descubierto inflando su guarnición en la selva con soldados fantasmas. Como en Irak, con menos plata. Casi todos los casos disfrutaron y disfrutan de impunidad.
El crimen organizado dio un salto hacia adelante en el Perú con la proliferación de sindicatos de construcción civil durante el gobierno de García. Y en cuanto a la venta de ascensos, todo indica que el proceso aquí fue más diversificado que con el “general Deftar”. Tuve información muy precisa y de origen plural durante el gobierno anterior sobre cómo, a quién y cuánto se pagaba para ascender al grado de general en la Policía. Pero, por supuesto, la inteligencia, por buena que fuera, no era prueba. Y como me ha sucedido, lamento decirlo, con algunos otros casos, la información precisa no llegó a concretarse en una investigación publicada porque faltó la prueba clara y verificable, el testimonio que quienes pudieron hacerlo no se animaron a dar.
Pero a veces las largas esperas rinden frutos y la globalización que mejoró la forma de corromper también puede servir para descubrir.