Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2386 de la revista ‘Caretas’.
Hace 35 años, esta semana, empezó la insurrección de Sendero Luminoso. Y hace 23 años, el próximo septiembre, Sendero perdió en unos minutos la guerra de años, cuando creía tener la victoria al alcance de la mano. Los doce años trágicos entre ambos eventos están plagados – desde la perspectiva de hoy– de desmemorias, no solo por el cultivo funcional de la amnesia sino porque durante la propia guerra hubo tal desconocimiento de lo que pasaba, que resulta difícil recordar lo que nunca se conoció.
Insurrecciones guerrilleras hubo en toda Latinoamérica, en diferentes momentos y con variaciones de estrategia de acuerdo con los países y las etapas. Pero, desde el foquismo del Che Guevara y Regis Debray; a las insurrecciones urbanas de Tupamaros, Montoneros, ERP y otros; hasta las guerrillas mejor armadas, abastecidas, organizadas y entrenadas de Centroamérica (sandinistas, salvadoreños, guatemaltecos), hubo principios y actores comunes. Cuba y su experiencia fueron, sin duda, el factor más importante.
En el Perú hubo, como en casi todos los otros países latinoamericanos, una dictadura militar –el llamado ‘Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada’- pero, a diferencia de las otras, se trató de una dictadura militar de izquierda.
El propósito original del gobierno militar conducido por el general Velasco Alvarado fue el de llevar a cabo una contrainsurgencia preventiva frente a lo que consideraban – a partir de su experiencia entonces reciente en el combate a las guerrillas de 1965– que era una situación revolucionaria en desarrollo. El objetivo fue tomar el poder para disponer de todos los medios de gobierno que permitieran desactivar, antes que reviente, una nueva y más violenta insurrección.
Parecieron tener éxito en ese objetivo. Fidel Castro expresó simpatía por el gobierno de Velasco; antiguos guerrilleros pasaron a trabajar con el gobierno, amnistía de por medio; el partido Comunista prosoviético declaró su apoyo al proceso; y académicos y científicos sociales confluyeron de todas partes para estudiar admirativamente ese modelo de profundas reformas bajo comando militar.
Pero no se tuvo en cuenta fenómenos que al comienzo parecieron marginales: la oposición de grupos radicales dentro de la izquierda, especialmente los maoístas, contra el régimen de Velasco.
«La insurrección senderista no empezó en 1980: se preparó sistemáticamente durante toda la década de los setenta».
En esa furiosa oposición, que provocó derramamientos de sangre en Huanta en 1969, Sendero Luminoso se escindió de Bandera Roja y se lanzó, ya con personería propia, a impedir, entre otras cosas, que el gobierno militar concretara objetivos en Ayacucho. Aunque eso no se supo entonces, Sendero Luminoso consiguió sus metas, sobre todo en el campo y en la universidad (aunque ahí en lucha constante con otros grupos marxistas. Lucha que, de paso, Sendero no consideraba una carga sino una necesidad).
Una de las primeras singularidades del proceso fue que la contrainsurgencia preventiva que inspiró la existencia del régimen militar de Velasco, resultó eficaz frente a los movimientos de inspiración castrista (dominante en ese tiempo), pero inútil para desactivar el radicalismo maoísta que, además, se benefició del repliegue de los procastristas para avanzar con poca oposición en implantar cuadros en el campo.
Sin quererlo, entonces, el gobierno de Velasco ayudó (al ceder territorio y posiciones a su antagonista) al desarrollo de Sendero Luminoso. Esa confrontación fortaleció notablemente a los maoístas que llegaron al ILA (el Inicio de la Lucha Armada) con una organización cuajada, con experiencia y distribuida en varios puntos del país, pero sobre todo en el campo ayacuchano. La insurrección senderista no empezó en 1980: se preparó sistemáticamente durante toda la década de los setenta.
Desconocer al enemigo
La singularidad más importante durante los primeros años de la insurrección fue la doctrina insurgente del senderismo. A diferencia de virtualmente todas las otras insurrecciones latinoamericanas, la de Sendero Luminoso fue la única que siguió la versión más radical de la doctrina maoísta, combinando la experiencia de la guerra revolucionaria en China con la de la Revolución Cultural.
No fueron diferencias retóricas sino muy prácticas y que tuvieron consecuencias importantes. Las pocas fuerzas de seguridad del Estado con algún entrenamiento contrainsurgente se prepararon a enfrentar guerrillas como las pro-cubanas lo cual, por supuesto, nunca sucedió. El resultado de la ceguera de inteligencia fue, desde el comienzo, una gran cantidad de golpes al vacío o, peor, a la población con la que se confundía el senderismo.
Los diagnósticos civiles (con excepciones importantes como la descripción muy precisa que escribió Patricio Ricketts en Caretas) fueron patéticos en su inexactitud. Desde la derecha, el del líder pepecista Celso Sotomarino fue quizá el más pintoresco: “El terrorismo tiene su origen en un portaaviones anclado en el Caribe”, dijo. La izquierda legal se apresuró en culpar a “la derecha” y a la CIA de los primeros atentados senderistas.
El desconocimiento no se despejó sino se mantuvo a lo largo de la guerra. La opacidad intelectual se trasladó a los diagnósticos de violencia. ¿Cómo medir la fuerza del senderismo? ¿Cómo saber quién progresaba y quién perdía fuerza? Salvo grupos operativos pequeños (como el providencial GEIN), que se abocaron con total dedicación a conocer a fondo al senderismo para poder combatirlo exitosamente, la mayor parte de las fuerzas de seguridad y los analistas, tanto del Estado como independientes, interpretaron al enemigo desde el prejuicio y sumaron error tras error.
La opacidad permaneció después de la sorpresiva victoria. Lo que no se conoció en la preparación ni en la guerra, se confundió más en el recuerdo.
El hecho es que entre 1980 y 1992, Perú vivió, en medio de tragedias masivas que castigaron con brutal desigualdad a distritos y comarcas de la sierra y la selva alta, una real guerra milenaria en la cual los insurgentes, que se sentían los portaestandartes de la revolución mundial, pensaban en convertir su triunfo en el Perú en el primer paso para la victoria del comunismo más dogmático en el mundo entero.
¿Estuvieron lejos de la victoria? Ahora es fácil decir que ya estaban prácticamente derrotados. Pero entre 1989 y 1992 las cosas se veían diferentes. Los senderistas ganaban más potencia de la que perdían. Por eso, la extraordinaria acción del GEIN convirtió la mayor fuerza del senderismo (su líder) en su debilidad terminal con la captura de Abimael Guzmán, que selló con irrevocable finalidad el curso de la guerra.