Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2405 de la revista ‘Caretas’.
Cámara de Diputados, Brasilia.- A mí me tocó describir la distopía. Era uno de cuatro escenarios posibles el 2030: la “democracia en agonía”. Ya les había explicado a los organizadores que interpretar el presente era lo suficientemente difícil como para meterme en los terrenos inciertos de la futurología noir, pero –quizá por eso– insistieron.
Empezó casi un año atrás, en un hotel retirado en Mairipora, cerca de Sao Paulo. Éramos 37 personas provenientes de casi toda América Latina y de sus enormes diversidades. Quizá lo que nos unía en todos los casos era una trayectoria de intensa actividad en el campo de cada cual, que había incidido en los procesos democráticos de nuestras naciones. Pero éramos un grupo variado: desde un empresario de Costa Rica y un ex-guerrillero de Colombia, hasta un sacerdote en La Paz, una periodista de México, una ingeniera agrónoma de Argentina, algunos congresistas o ex congresistas de varios países, líderes indígenas de Guatemala y Bolivia, una alcaldesa afrocolombiana del Chocó, un parlamentario y ex fiscal argentino, una joven dirigente estudiantil chilena y un periodista antiguo que resultó ser este servidor, entre otros.
Nos habían reunido para que describiéramos desde nuestras diversidades los escenarios posibles de la democracia latinoamericana hacia el año 2030. Sin embargo ninguno de nosotros era futurólogo, ni profeta, ni clarividente, ni lector del tarot, hojas de té o de coca, borra del café, topografía de la mano, horóscopos simples o complejos. Teníamos, eso sí, un conjunto interesante y robusto de experiencias. Nuestra ventaja comparativa parecía ser la de producir vigorosos análisis prospectivos.
Nada de eso. Los organizadores del evento, una compañía especializada en la construcción de escenarios de futuro, buscaron que nuestros aportes no fueran exclusiva, ni siquiera centralmente analíticos, sino que incluyeran lo intuitivo, lo soñado, las visiones súbitas de la meditación, la espontaneidad de la respuesta refleja sin razonamiento, el desapasionamiento intenso de quien crea, borra, destruye, recrea cien veces un dibujo, un esquema, una idea, hasta que este emerge nítido, brillante.
Los organizadores del evento catalizaron las discusiones, estimularon y provocaron los aportes más libres –pese a llamarse Reos Partners– y poco a poco, en ese encuentro y dos más, en Bogotá, Colombia; y Antigua, Guatemala, arrancó el proceso de alquimia grupal que terminó con la presentación este martes 29 de los cuatro escenarios posibles que el grupo finalmente identificó.
Esos escenarios hipotéticos, basados en la realidad actual, son: Democracia en movilización, democracia en transformación, democracia en tensión y democracia en agonía.
Los dos primeros hacen una escenografía más bien optimista y los dos últimos una pesimista que va de lo gris a lo oscuro. Todos tienen, sin embargo, elementos comunes puesto que representan evoluciones diferentes a partir de una realidad común.
«La ‘democracia en agonía’ es la posibilidad distópica, oscura y temible pero inquietantemente basada en la realidad».
La democracia en movilización progresa y se fortalece profundizando los derechos y los mecanismos de participación a través de una acción de gobierno eficiente y justa. La democracia en transformación hace en parte lo anterior, pero sin lograr consolidarlo, aunque surjan con fuerza nuevos modelos alternativos de interpelación y presión a través de las redes. La democracia en tensión es más o menos lo que vivimos ahora en el país: concentración del poder; cultura caudillista tradicional que erosiona los controles y contrapesos institucionales. Soluciones cortoplacistas con acento en la eficiencia económica sobre “la justicia social y el equilibrio medioambiental”, que “impide una redistribución más equitativa de poder e ingreso”, según un resumen de Reos Partners.
Y la ‘democracia en agonía’ es la posibilidad distópica, oscura y temible pero inquietantemente basada en la realidad. De hecho, basta con observar algunos fenómenos actuales para convertir la distopía en registro.
Solo ver, por ejemplo, el ámbito de las migraciones ilegales muestra cuadros de horror.
Como la migración de decenas de miles de niños solos que se lanzaron a los caminos desde los países del triángulo norte de Centroamérica, con la esperanza de poder cruzar dos fronteras, transitar por México y llegar a Estados Unidos.
Solo el número de niños capturados por la Patrulla Fronteriza en México sobrepasó los 66 mil hace poco más de un año. Muchos más si se agrega los no registrados, los desaparecidos y los pocos que tuvieron éxito en pasar la frontera de Estados Unidos.
No recuerdo, desde la cruzada de los niños en la Edad Media, otra movilización igual de niños, que en el caso actual no marchan hacia una ilusión sino son expulsados por la violencia, de sus casas, su barrio, su ciudad, su patria.
Y en México, el número de desaparecidos que ha sido registrado en el Sistema Nacional de Seguridad Pública, es de unas 26 mil personas. Casi igual que la cantidad de desaparecidos, alrededor de 30 mil, que sufrió Argentina durante los años de la guerra sucia. Si se sumara las miles de víctimas no registradas, el número sería probablemente mayor.
Para los que se quedan, la preocupación central de su vida es cómo sobrevivir a la tiranía del crimen organizado. Barrios enteros, poblaciones de cientos de miles de personas que viven bajo el imperio del terror con fines de lucro.
Ahí no hay Estado, no hay democracia, no hay otra cosa que intentar sobrevivir en casi todas las circunstancias en las que el crimen se ensaña especialmente con la pobreza.
Otro aspecto, sin duda menos violento pero ciertamente corrosivo es el poder exagerado de las corporaciones que han distorsionado las reglas del capitalismo en provecho propio en forma que altera profundamente los principios de la democracia.
La corrupción corporativa, como asociación público-privada, la cartelización y el oligopolio de las grandes corporaciones representa un nivel de corrupción que ha sido calculado en Brasil, por los fiscales del caso Lava Jato, en 60 mil millones de dólares al año.
Si la democracia es igualdad de oportunidades, la corrupción de las grandes corporaciones, sobre todo a través de la asociación público-privada delictiva, representa la más completa desigualdad de oportunidades.
De manera que, como se ve, los rasgos extremos de la distopía antidemocrática existen hoy y solo necesitan crecer y generalizarse para que el escenario más oscuro se haga real.
¿Democracia en agonía? No lo sería para Miguel de Unamuno, para quien la agonía no fue tránsito a la muerte sino lucha existencial contra ella.
Si “la vida es lucha” como añadía Unamuno, puesto que “solo se pone uno en paz consigo mismo, como Don Quijote, para morir”, la agonía no es entonces el resultado final sino, en este caso, la respuesta de la democracia que solo sobrevivirá si se lucha eficazmente por ella.
Junto con las formas clásicas de defensa hemisférica de la democracia, heredadas de la doctrina de Rómulo Betancourt, es necesario crear ahora nuevas iniciativas, nuevas redes que impidan que la distopía que ya existe entre nosotros llegue a imperar.