Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2420 de la revista ‘Caretas’.
Ser candidato presidencial en el Perú no ha sido ni es una actividad agradable para quienes no sean cínicos, exhibicionistas o crudamente utilitarios. Es verdad que no hay lugar en el mundo en el que una contienda electoral democrática por la presidencia no sea exigente, fatigante, precaria y azarosa; pero en el Perú suelen además ser maleras, especialmente luego de la toxicidad residual que dejó el fujimorismo en los ámbitos públicos y privados.
El rápido crecimiento de Julio Guzmán en las encuestas de enero, por ejemplo, provocó ataques descalificadores inmediatos al nuevo protagonista de la campaña. La congresista Rosa Mavila, le preguntó por redes sociales si es verdad que era un violador; mientras que otro candidato, ‘Nano’ Guerra García, afirmó que, por lo contrario, Guzmán había salido del closet.
Así que en lugar de ser ovacionado como caza-dinosaurios, Guzmán encontró que una gama plural de mamíferos con hambre y necesidad lo provocó para observarle los dientes y solo le vio hasta ahora una sonrisa herbívora. Es uno de esos momentos que exigen pensar rápido y actuar pronto, pues no hay nada que le guste más a los maleados que ver a Bambi jugando a Batman. Ser lorna en la presidencia es debilitante; en la campaña resulta autodestructivo.
Conozco a Guzmán, he hablado varias veces con él y me parece muy bien que haya entrado a competir con el deprimente grupo que amenaza con hacerse cargo del país en julio próximo. Creo que aunque tiene hartas cosas básicas por aprender, posee voluntad, disposición, sentido común y una gran capacidad de trabajo. Pero tanto él como su campaña deben mejorar rápida y sustantivamente. ¿Primer paso? Deslornamiento, por supuesto.
Lo fundamental en un candidato o candidata exitoso es demostrar la capacidad de conducir, dirigir y mandar con eficacia y acierto. Se lo puede hacer, por cierto, en forma engañosa. La fuerza de Alan García como candidato radica en sonar articulado, convincente y con capacidad de mando. Carga con el contrapeso de su trayectoria, por supuesto, pero no haber sido aplastado por eso no es poco logro.
Una de las razones que llevó a Alberto Fujimori al triunfo en 1990 fue la serenidad de su discurso – que sugería eficaces terapias alternativas para salir de una situación desesperada – frente a la crispación y la indisciplina del Fredemo. Al final resultó todo lo contrario, pero la elección ya estaba ganada y cada cual marchó hacia su destino.
El espíritu de la democracia es, sin embargo, hacer posible que la gente eficaz y honesta triunfe sobre los sofistas y los demagogos para que sean los mejores quienes dirijan la república. Pero ¿cómo llegar a la gente? ¿Cómo hacer que se escuche con nitidez resonante la voz y el mensaje en medio de la cacofonía de una campaña?
«Elgarresta tenía conocimiento y oído para los ritmos de la campaña. Cuándo atacar, cuándo defender; cómo ganar y mantener la iniciativa en el debate político».
Yo intervine como asesor en una campaña presidencial y media. La primera fue en la segunda vuelta del año dos mil, cuando Toledo enfrentó a Fujimori y la democracia enfrentó a la dictadura. La segunda fue en la última parte de la campaña del 2001, cuando hube de cumplir una promesa que no pensé se iba a hacer realidad en esa fecha: que Alan García estuviera a punto de lograr la presidencia. “Si García nos dio a Fujimori, sería perverso e inaceptable que Fujimori nos de a García”, dije y prometí que si eso sucedía ayudaría, por la salud de la democracia peruana, a tratar de impedirlo.
La campaña del año dos mil empezó, en mi concepto, mal, cuando los entonces asesores presionaron a Toledo (sobreviviente y beneficiario de las masacres previas de Andrade y Castañeda) para que actuara como un Fujimori light. Solo agarró fuerza, pasión e imperio en calles y plazas cuando se presentó como la confrontación entre democracia y dictadura. Pese a la inmensa diferencia en recursos, se les ganó con creatividad, imaginación e infatigable actividad. Se logró movilizar a muchos grupos y sectores normalmente ausentes de la vida política. No había redes sociales entonces, pero las cadenas de radios pequeñas en todo el Perú y las radios comunitarias expandieron el mensaje y rompieron el bloqueo informativo.
El 2001 fue mucho más difícil. Ya no había unidad de grupos democráticos y al candidato Toledo se le iban descubriendo puntos débiles en momentos crecientemente importantes de la campaña. La súbita pelea con Álvaro Vargas Llosa pareció hacer inevitable la derrota de Toledo, que entre tanto se había vuelto más difícil de asesorar que el dos mil.
Pero de otro lado, el nivel de los asesores extranjeros era mejor. Había un chileno, Juan Forch, que provenía de la izquierda; y un cubano-americano, Mario Elgarresta que provenía inequívocamente de la derecha.
Elgarresta tenía conocimiento y oído para los ritmos de la campaña. Cuándo atacar, cuándo defender, cuándo cambiar el tema; cómo ganar y mantener la iniciativa en el debate político.
Y así, pese a las vulnerabilidades del candidato Toledo, se ganó claramente la elección.
Luego, Elgarresta revisó y actualizó un texto anterior y el 2002 llegó con su nuevo libro: “Conocimientos prácticos para Ganar Elecciones”.
El libro es un eficaz manual de cómo conducir profesionalmente una campaña. Elgarresta enfatiza la necesidad de una investigación previa a fondo que permitirá evaluar las posibilidades de triunfo. “Muchas campañas se ganan en la etapa de investigación ya que nos permite hacer una real evaluación de dónde estamos, las posibilidades que podemos generar, los puntos fuertes y débiles, por dónde atacar o defendernos […]Nos dice lo más importante de todo, que es lo que piensa el electorado”.
La posibilidad de triunfo se conoce también luego de un análisis profundo y honesto sobre la aceptabilidad del propio candidato en varios aspectos; las vulnerabilidades de los oponentes; la estructura de la campaña, su competencia y eficacia; la recaudación de fondos; el control del partido; y la capacidad de poder responder a influencias externas. Al fin, un buen candidato, según Elgarresta, “debe tener el pulso de la opinión pública y la capacidad de responder a ella”.
En esta campaña, Elgarresta asesora a PPK. Me pregunto cuán buen candidato lo considera. De todos modos, su libro, que es casi como tenerlo al costado, está al alcance de todos.
Por mi lado, pienso que hay circunstancias en las que, si un candidato está claramente convencido sobre un tema determinado, que no corresponde con lo que sostiene la mayoría, defender su posición e intentar persuadir a los demás puede no solo lograrse si se dispone del tiempo suficiente, sino aportar al triunfo. Como escribió Rubén Darío: “Ser sincero es ser potente”.