Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2423 de la revista ‘Caretas’.
Stanford, Palo Alto. Hay eventos que, por su naturaleza, son de recuerdo retardado. Esa memoria diferida es casi siempre resultado de un conflicto, la pugna entre la amnesia consciente y la lucidez con consecuencias.
“La verdad antes que la paz” tuvo como lema Unamuno. Pero dado que la tensión entre ambas no produce necesariamente un resultado limpio – ni clara verdad ni paz sin pesadillas – la decisión de revelar debe ser a la vez de investigar para comprender.
Aquí, en la universidad de Stanford, como sucederá en los días siguientes en la universidad de California, en Davis, la determinación de recordar prolijamente la insurrección senderista anticipa una oleada de estudios e investigaciones que avanzarán en el futuro próximo el conocimiento disminuido que existe hasta hoy sobre la que fue la mayor insurrección que vivió nuestro país desde la Independencia.
En una conferencia de dos días en el campus de Stanford, organizada por los renombrados académicos Herbert Klein y Charles Walker, un grupo diverso de peruanos debatió entre sí sus trabajos sobre la guerra interna, en niveles que fluctuaron entre la investigación local, la regional, la global; junto con el resultado de entrevistas sistemáticas a líderes, el proceso posterior a la derrota de 1992; y el examen específico de atrocidades.
El académico estadounidense Miguel La Serna presentó un ensayo que contrastaba el supuesto provincialismo de Sendero Luminoso con la experiencia cosmopolita de varios de sus dirigentes. La historiadora sanmarquina, Ruth Borja, expuso su estudio sobre “las experiencias iniciales de los senderistas: Patibamba, San Miguel, Ayacucho”.
«El miedo, la manipulación y el encubrimiento se unieron para provocar una amnesia parcial que cobijara medias verdades y mentiras completas».
Otro estudio sobre la dinámica local de la violencia fue el de Ricardo Caro, de La Católica: “La comunidad es base, trinchera de guerra popular: Huancavelica y los orígenes de la lucha armada”. Lurgio Gavilán, ahora en el universidad Iberoamericana, en México, presentó “El brazo de Máximo: Víctimas y victimarios al mismo tiempo,y los cuerpos y las fuerzas internas de los quechuas”.
José Carlos Agüero, del IEP, enfocó uno de los problemas centrales en el estudio de la guerra interna contra el senderismo: “La memoria enemiga de la memoria”. Renzo Aroni, de la universidad de California, en Davis, expuso sobre “Un río de sangre: la última masacre de la ‘guerra popular’ de Sendero Luminoso en el Perú”.
Antonio Zapata, de la universidad Católica, reseñó su trabajo basado en una serie de entrevistas con “Elena Iparraguirre: la mirada de la número tres”, de Sendero Luminoso. Finalmente, José Luis Rénique, de la City University de New York expuso sobre el tránsito “De la guerra a la política: Sendero Luminoso, 1992-2003”.
A mí me tocó hablar al día siguiente sobre el tema más general: qué caracterizó la guerra con Sendero Luminoso, qué la hizo diferente de las otras insurrecciones en América Latina y qué explica los diferentes rumbos del senderismo luego de la captura de Abimael Guzmán y la consecuente derrota estratégica de Sendero Luminoso en 1992.
Como puede verse en su sola enumeración, el rango de temas y perspectivas fue muy amplio; las experiencias y las investigaciones, muy diferentes. La discusión fue, por eso, estimulante e intensa. El hecho de que el moderador de los debates fuera Charles Walker, autor de una extraordinaria historia de la rebelión de Túpac Amaru, añadió un valioso trasfondo comparativo.
¿Hubiera sido posible conducir una conferencia como esta, con la libertad y espontaneidad informada de debate que hubo aquí, en el Perú? Me parece que discutir sobre el tema hubiera sido, claro está, posible; pero que por lo menos algunos de los participantes no hubieran dejado de mirar por sobre el hombro de sus pensamientos, quizá parcialmente reprimidos por sentir una demanda implícita del uso de expresiones adjetivamente ‘correctas’, de deslindes previos, de miradas pesadamente posadas sobre ellos, en censura o etiquetamiento inminente.
Una de las características que tuvo en el Perú, en años recientes, la discusión sobre la guerra interna fue la tensión entre la memoria y la amnesia. Cuando la hasta entonces creciente insurrección senderista sufrió la estocada al corazón que significó la captura de Abimael Guzmán en 1992, su brusca derrota no provocó la eclosión de estudios, de investigaciones, análisis y narrativa histórica que hubieran servido para entender al fin una guerra que se había sufrido mucho y comprendido muy poco.
Por lo contrario, lo que sucedió fue una suerte de intento de olvidar aquello que, una vez vencido, parecía el recuerdo de una pesadilla larga. La forma súbita en la que se produjo la victoria del GEIN produjo el efecto de separar el recuerdo de un sueño malo con el despertar. El temor pareció exagerado, difícil de reconocer, así como gran parte de las cosas que acaecieron mientras duró la guerra.
Hubo entonces la disposición a no recordar para que se olvidara el miedo; también hubo el interés que no se recordara para que no salieran a la luz las atrocidades cometidas, ni sus perpetradores; hubo a la vez el deseo de mantener la falta de claridad sobre lo que pasó en la guerra para seguir reclamando (como lo hizo el gobierno de Fujimori, sobre todo por iniciativa de Montesinos), la paternidad de la victoria. Así que el miedo, la manipulación y el encubrimiento se unieron para provocar una amnesia parcial que cobijara medias verdades y mentiras completas.
Cuando la Comisión de la Verdad y Reconciliación inició el proceso de investigar la guerra interna y sus actores, su trabajo, sus procesos y sus comisionados fueron objeto de ataques y descalificaciones a priori de la derecha más ultramontana, deshonesta y bruta. Antes de siquiera empezar su trabajo, la CVR fue ferozmente atacada por quienes en realidad no cuestionaban lo bien o mal del desempeño de su misión sino su misma existencia.
Aunque hubo respuestas dignas, el efecto que lograron esos ataques fue provocar implícitos retrocesos y justificaciones. A la clara misión de buscar la verdad, se le añadió la nebulosa meta de la reconciliación; así como, años después, el concepto fuerte e inequívoco de ‘Lugar de la Memoria’ fue rebajado con el blandengue añadido de “la tolerancia y la inclusión social”. Pequeñas cobardías frente a la demanda simple y clara de revelar, esclarecer y recordar, sin eufemismo ni ambigüedad.
Para comprender necesitamos conocer más y olvidar menos.