Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2432 de la revista ‘Caretas’.
¿Por qué permitimos que el hermoso esfuerzo del dos mil terminara anémico, raquítico y encanallecido, regresando al lugar del que con tanta dificultad se salió?
Hace menos de diez días, decenas de miles de personas nos juntamos en la manifestación y marcha más grande que hubo en Lima desde el año dos mil. Lo mismo hicieron miles de otros peruanos en las principales ciudades del Perú y muchos otros también en el ancho mundo.
No hubo líderes. Pocos días antes de las elecciones generales, las multitudes no marcharon en respaldo de un candidato sino de una causa, la democracia. Si bien la marcha fue convocada por el repudio a la candidatura fujimorista, su objetivo real fue la defensa de lo que tanto costó lograr el año dos mil: la conquista de la democracia contra una dictadura corrupta que, a través del fraude y del crimen buscó perpetuarse en el poder.
Pocos días después de expresada esa magnífica elocuencia de multitudes, que declaró al mundo su compromiso con la libertad, se dieron las elecciones generales. Y al final de la jornada el fujimorismo celebró su mejor resultado electoral desde 1995, mientras se daba tiempo para pensar en cómo planear la campaña del balotaje frente a su no precisamente formidable oponente: Pedro Pablo Kuczynski.
¿Es el mismo país? me preguntó un corresponsal de prensa extranjera que cubrió la extraordinaria marcha por la democracia primero y la contundente victoria fujimorista cinco días después.
Es exactamente el mismo país, en porfía consigo mismo y con varios guiones desarrollándose a la vez; pero con dos fuerzas básicas opuestas entre sí: la democrática y la autoritaria. La diferencia es que la primera no tiene líder ni caudillo mientras la segunda sí tiene el marcado liderazgo del fujimorismo.
Al no representarse en un liderazgo, las fuerzas democráticas aparecen como un anti, el antifujimorismo, lo cual distorsiona lo que en el fondo son: una afirmación antes que una negación. Pero al margen de cómo se las vea, hay una cosa clara: las fuerzas democráticas son más numerosas que las fujimoristas. No las midan, si quieren, por las marchas, sino en el antivoto a Fujimori. Si se movilizan con fuerza y entusiasmo y concentran sus principios en una decisión de voto, Fujimori volverá –en contra de tendencias que explicaré líneas abajo– a perder el balotaje; y habrá un presidente que gobernará con bancada minoritaria, lo cual puede al final ser menos difícil de lo que parece.
Pero, ¿por quién debieran galvanizarse las fuerzas democráticas para convertir su convicción en voto? ¿Por PPK? ¡Un momento! ¿No es PPK la persona que en la campaña del balotaje en 2011 declaró su ardoroso apoyo a Keiko Fujimori y no solo a Keiko sino también a Alberto Fujimori? Lo vivaron llamándolo “PPKeiko” y él dijo que antes de hablar del futuro quería “recordar el pasado… ¿quién acabó con el terrorismo?” preguntó: “¡chino, chino, chino!” le respondieron. “¿Quién acabó con la hiperinflación?” gritó entre toses: “¡Fujimoori!” le corearon. “¡Yo no olvido, no olvido; y ustedes tampoco!” dijo, con más razón de la que imaginó. Ofreciéndose al gobierno de Keiko, riendo cuando los manifestantes coreaban “¡muera Toledo!”, su ex jefe, PPKeiko resultó esa noche un eficaz calientaplazas.
En esta campaña, PPK ha dicho que se arrepiente de haber sido PPKeiko en la pasada. ¿Realmente? ¿De cuánto más va a tener que arrepentirse?
Hace pocos días, en IDL-Reporteros, la publicación de periodismo de investigación que dirijo, sacamos una primera nota sobre los Panama Papers que conmocionan ahora al mundo entero. En este caso, la investigación –junto con la publicación venezolana Armando Info– fue sobre los “negocios secretos” que involucraron al banquero Francisco Pardo Mesones en una triangulación, offshores de por medio, con el gobierno chavista y el cubano que incluyó también a una empresa alemana. La ahora notoria Mossack Fonseca armó la offshore y los términos de transacción. ¿Quién presentó a Pardo Mesones para que pudiera abrir la offshore? Pues PPK, cuando fue primer ministro de Toledo. La carta de presentación fue, sostiene ahora PPK, “un mero formalismo” para ayudar a un condiscípulo de colegio. Pero, ¿en papel membretado de la presidencia del Consejo de Ministros? ¿No hay que ser por lo menos, como diría su admirado Alberto Fujimori, ‘caído del palto’ para confundir así lo privado con lo público?
«Es exactamente el mismo país, en porfía consigo mismo y con varios guiones desarrollándose a la vez; pero con dos fuerzas básicas opuestas entre sí: la democrática y la autoritaria».
Así que los antecedentes de PPK no son precisamente los de un demócrata jeffersoniano. Es verdad que los de Humala tampoco lo eran, pero él ofreció todas las garantías y finalmente hizo un juramento de respeto y defensa de la democracia (juramento que, por lo demás, cumplió).
Yo no veo a las fuerzas democráticas lanzándose a respaldar al PPK de ahora para impedir el triunfo de Keiko. Y sin ese voto él va a perder con seguridad. ¿Qué debe hacer para obtenerlo? Mucho, sin duda, empezando con claras disculpas por su capítulo PPKeiko, pero no está claro si lo hará, o si la propia Keiko intente ganarle la mano acentuando su despliegue hacia el centro y hacia el concepto de democracia y derechos humanos que provoca convulsiones en algunos de sus antiguos seguidores.
En cualquier caso, los escenarios son deprimentes. Entre el dos mil y el presente, se fortaleció la economía pero se debilitó la democracia. La vivimos peligrosamente y tuvimos que elegir siempre el mal menor para evitar el mal mayor. El problema es que, en una serie perversa, el mal mayor de la elección previa se convirtió en el mal menor de la siguiente. Así, el 2001 se eligió a Toledo para evitar la de García; el 2006 a García, para evitar la de Humala; el 2011 a Humala, para evitar la de Keiko Fujimori. En la perversidad acumulada de esos procesos, podemos terminar cerrando el círculo el 2016, de retorno al fujimorato. Keiko dice haber cambiado. No lo suficiente y no en forma convincente.
No debió haber sido así, de no haber intervenido el JNE en el proceso con la incompetencia y patente deshonestidad con que lo hizo; de no haber arrebatado el derecho de sufragio libre a un alto porcentaje de votantes, como lo hizo al excluir arbitrariamente a Julio Guzmán (y también a César Acuña) y, ya que se la daban de formalistas extremos, de no haber hecho lo mismo con otros candidatos, como García y Fujimori, que tuvieron faltas similares o aún mayores.
El JNE contaminó y distorsionó el proceso electoral. El secretario general de la OEA Luis Almagro solo merece aplauso por haber señalado que la suma de esos vicios llevaba al Perú a un proceso semi-democrático. Lo había dicho antes Steve Levitsky y ambos tienen razón.
¿Por qué permitimos que el hermoso esfuerzo del dos mil terminara anémico, raquítico y encanallecido, regresando al lugar del que con tanta dificultad se salió? Si es cierto, y lo es, que “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”, el hecho es que la vigilancia solo se despertó para constatar los peligros en cada elección y escoger, en degradación progresiva, el mal menor.
Ahora nos queda estar listos para enfrentar si llega el caso, con temple parejo y fuerte corazón, cualquier escenario.