Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2444 de la revista ‘Caretas’.
El otro día tuve una conversación con PPK en su casa de Choquehuanca. No fue una entrevista, de manera que no mencionaré los temas pero sí las impresiones.
Para empezar, me sorprendió lo contento y visiblemente relajado que está. He visto otros presidentes electos y a la mayoría la emoción de la victoria les dura unos días. Después, de acuerdo con las cartas que tengan en la mano (¿mayoría o minoría en el Congreso? ¿calidad y confiabilidad de cuadros para los puestos fundamentales del gobierno? ¿Partido disciplinado o incontrolado?) asumen esa expresión con contrapesos que intenta hacer sentir su poder y trata de ocultar sus ansiedades.
PPK, en cambio, parece disfrutar intelectualmente y encontrar humor en los matices, ironías, coincidencias, frustraciones y maniobras del proceso de transferencias. Me dio la impresión de sentirse a gusto ante lo que parece ser para él un desafío estimulante y hasta divertido.
En su posición, mucha gente estaría más preocupada que el proverbial chino en quiebra. Con el Congreso dominado por una gruesa mayoría de fujimoristas con sangre en el ojo y contractura en el hígado; con un partido propio cuyas pugnas internas, sobre todo durante la campaña, hacen que los Balcanes se vean como una sucursal de Shangri La; la obvia pregunta de la circunstancia se convertiría rápidamente en el mantra de insomnios: ¿Cómo diablos voy a hacer para gobernar?
Es cierto que PPK es uno de los candidatos más lecheros, suertudos, en la historia del Perú y que su buena suerte se mantuvo a lo largo de la campaña, pero hasta el cultivo de la fortuna requiere la básica racionalidad de saberla excepcional.
Pero a poco que uno se hace la pregunta de ¿por qué PPK anda animoso y divertido en el proceso, mientras a su alrededor restallan los celos, crecen o desfallecen las esperanzas cortesanas, se ensayan pataletas y hasta, en algún caso, se le hace juego de pestañas al fujimorismo?
Y la respuesta es ¿por qué no?
Me parece que a estas alturas Kuczynski tiene claro que para lograr gobernabilidad necesita mantener la iniciativa; y para mantener la iniciativa precisa de una cierta capacidad de sorpresa y una permanente ventaja intelectual en su acción política. Si la mayoría fujimorista logra plantear el juego y toma la iniciativa, les será muy fácil tener a un Ejecutivo disminuido y, poco después, a un presidente piñata, cuya vacancia podría planearse con tiempo y tranquilidad.
Negociar ahora, sin antes haber marcado un territorio más favorable para buscar con la mayor frecuencia posible una posición dominante, significaría terminar haciéndolo reverencialmente y desde una posición implícitamente subordinada. Sería retornar a los resultados de la primera vuelta sin incorporar los cambios a la ecuación electoral –y por consiguiente a la correlación de fuerzas– que trajo la segunda.
“En esas condiciones, ¿a quién le convendrá ser razonable y cooperador? Al fujimorismo, sin duda. No hacerlo, desde un Congreso desprestigiado, sería muy negativo para ellos”.
Es verdad que esos dos momentos electorales se agregaron en un solo resultado de gobierno: un Congreso con la amplia mayoría fujimorista lograda en la primera vuelta (gracias, de paso, a las perversiones del sistema electoral que hizo posible que una fuerza, la fujimorista, que apenas bordeó el tercio de la votación, lograra más de la mitad de la representación) frente a un Presidente que apenas controla la segunda minoría.
Pero ese cuadro soslaya el hecho de que Kuczynski venció a Fujimori en las elecciones de segunda vuelta y que, en consecuencia, representa ahora a la mayoría. Hay una sustantiva diferencia entre el candidato que pasó con las justas a la segunda vuelta en abril, a larga distancia de la entonces puntera Fujimori, y el que emergió victorioso en junio, logrando la mayoría del voto nacional.
De manera que Kuczynski no le hablaría a Fujimori desde una minoría a una mayoría. Lo haría desde la mayoría de hoy a la de ayer. Y le habla a la mayoría del Congreso desde la flamante presidencia conseguida por haber logrado más votos que su rival.
¿Que eso no deroga la aritmética de votos en el Congreso? No, pero menos constriñe la capacidad de acción de un Presidente elegido por la mayoría del país para que, precisamente, no gobierne el fujimorismo.
Entonces, hay un equilibrio dinámico de representación cuya inercia favorece a Kuczynski, a condición que mantenga la iniciativa. El Kuczynski de abril tenía una representación limitada y precaria. El de junio logró la mayoría del país. ¿Eso significa un cambio en la representación? El fujimorismo tiene los votos en el Congreso, pero Kuczynski ha sido elegido por mayoría para conducir la nación.
El veloz crecimiento en la representación de Kuczynski ha cambiado también su naturaleza. Cuando planteó las elecciones en términos de la confrontación de democracia versus dictadura y de honestidad pública versus corrupción, logró movilizar a sectores enteros del electorado que ya no lo hicieron solo por votar contra Fujimori sino porque –aún percibiéndolo en la derecha– lo sintieron como un candidato demócrata viable. El voto con tapada de nariz se convirtió en una corriente de buena voluntad, que se acentuó cuando Kuczynski firmó varios acuerdos con la CGTP, la Federación de Construcción Civil, entre otros.
En los hechos, Kuczynski logró encabezar en el último tramo de la segunda vuelta al que es sin duda el partido (la federación, más bien) más grande del país: el mal llamado antifujimorismo, que es en realidad la fuerza democrática: no muy estable ni de esfuerzos largos, con varias desilusiones a cuestas, pero con una extraordinaria capacidad de movilización y de lucha demostradas en momentos cruciales desde el año dos mil en adelante. Y antes también.
Un Presidente que gobierne con iniciativa y un manejo inteligente de la originalidad y la sorpresa, comunicándose eficientemente con el público, solucionando problemas importantes con estrategias eficaces, logrará convertir la simpatía mayoritaria de hoy en un apoyo franco y decidido de la gente.
En esas condiciones, ¿a quién le convendrá ser razonable y cooperador? Al fujimorismo, sin duda. No hacerlo, desde un Congreso desprestigiado, sería muy negativo para ellos.
Es posible que PPK haya analizado la situación en forma más o menos parecida y de ahí las ganas, el sentimiento de desafío intelectual y la tranquilidad con el que afronta las semanas previas al 28 de julio.
Por supuesto que hay baches, huecos, curvas súbitas en el camino, que PPK no conoce y que, si no se los evita, podrán cambiar, poco o mucho, las cosas. Pero es mucho mejor empezar el camino con ganas, inteligencia y planes de acción, antes que apocado por la situación y asustado por una presunta minoría.