Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2457 de la revista ‘Caretas’.
En una semana, Colombia pasó de la blanca y exaltada ceremonia de paz al amargo y pesimista diálogo con su sombra.
Líderes de América y del mundo estuvieron en Cartagena para unirse en la celebración del acuerdo que terminaba con la más terca de las guerras internas.
Tiranos y demócratas compartieron el estrado y las emociones. Todos citaron a Gabo, todos escucharon a Beethoven, todos vistieron de blanco; y todos ellos esperaron que ese día fuera recordado por decenios como aquel en el que Colombia tomó la que parece muy inteligente decisión de dejar para siempre de hacerse la guerra a sí misma.
El plebiscito de este domingo 2 de octubre cambió todo. De un rato al siguiente la nación que se abrió al mundo para mostrar cómo se hace la paz, se convirtió en el ensimismado país que ve en su pasado su destino. Los poderes cambiaron y los prestigios también. El presidente Juan Manuel Santos, que parecía encaminado al Nobel de la Paz, pasó en pocas horas a ser el presidente derrotado, sin fuerza, que solo podrá vegetar en su erosionado puesto, hasta que le llegue el reemplazo misericordioso en las próximas elecciones.
De un rato al siguiente la nación que se abrió al mundo para mostrar cómo se hace la paz, se convirtió en el ensimismado país que ve en su pasado su destino.
En cambio, el portaestandarte de la demagogia conservadora, Álvaro Uribe pasó de ser el amargado y fallido aguafiestas de Cartagena de la semana anterior, con fecha de caducidad vencida, al poderoso político de esta semana, el único que puede decidir qué pasa y qué no.
Casi todos los demás perdieron. Las encuestadoras, por supuesto, fracasaron masivamente. Los analistas y pronosticadores también. Todos los cálculos, movilizaciones y logísticas planeados para ponerse en marcha el día siguiente del referéndum, quedaron paralizados.
Para mí lo más interesante fue leer los primeros artículos – escritos a velocidad de hora de cierre – de algunos de los mejores periodistas y escritores colombianos.
Pocas horas después de la inesperada victoria del No, Gonzalo Guillén, uno de los periodistas colombianos que más se ha atrevido a descubrir y decir lo que la mayoría encontraba prudente callar, escribió un artículo en el que acusaba al presidente Santos de haber perdido una paz que ya tenía en las manos al jugarla en la ruleta del plebiscito. “… el Presidente Juan Manuel Santos (reconocido timador de póker) apostó la paz de Colombia y la perdió”. A partir de ahora “ningún triunfo de Santos sirve ya para nada. De él únicamente se buscan fracasos para organizar las promesas de las campañas que vienen”.
Las campañas de los opositores a la paz, escribió Guillén, “… fueron articuladas con mentiras y cálculos electoreros mezquinos respecto de las próximas presidenciales de 2018. Como en la frase de cajón, no fueron pensadas para las próximas generaciones sino para las próximas elecciones”. Su amarga conclusión es: “El domingo pasado perdió la paz y ganó la invencible corrupción de Colombia que necesita nuevamente de la guerra, como siempre, para mantenerse en el poder […]no hay caso: en Colombia siempre ganan la muerte y la corrupción”.
Cuando Mario Vargas Llosa cambió de opinión a fines de septiembre y decidió apoyar el “Sí” en Colombia, mencionó como razón principal un artículo del escritor Héctor Abad Faciolince (“Los buenos artículos me gustan casi tanto como los buenos libros”). El artículo: “Ya no me siento víctima” que Abad Faciolince publicó el 3 de septiembre pasado en El País, fue para Vargas Llosa “una de esas rarezas que ayudan a ver claro donde todo parecía borroso. La impresión que me ha causado me acompañará mucho tiempo […] las razones de este magnífico escritor que es, también, un ciudadano sensato y cabal, me han convencido. Si fuera colombiano y pudiera votar, yo también votaría por el sí”.
Este lunes 4, el nuevo artículo de Abad Faciolince tiene como título “Explicar el fracaso”. Y lo explica: “En un mundo globalizado, lo que antes se llamaba, con pomposas palabras hegelianas, “el espíritu de la historia”, hoy lleva un nombre mucho más vulgar: trending topic, y lleva un # para indicar el hashtag”.
El trending topic actual, escribe Abad Faciolince, es “el mismo trending topic de la Tierra: la insensatez democrática”. El drama de Colombia no difiere de el del mundo entero. La lucha “se juega entre una clase política vieja y cansada (bastante sensata, tan corrupta como siempre […]) contra otra clase política menos sensata, más corrupta que la tradicional, pero cargada de eslóganes y payasadas populistas. El populismo, la demagogia vulgar, ha arrasado en todo el mundo. Berlusconi fue el prólogo, porque en Italia son los magos del trending topic y se inventa todo antes. Vinieron Chávez, Putin, Uribe, Ortega. ¿Vendrán Trump y Le Pen? Quizá. Todos son demagogos perfectos, cleptócratas que denuncian a la vieja cleptocracia”.
En el plebiscito “Los que votamos por el sí soñábamos con “una paz estable y duradera”. La mayoría, el no, votó por una incertidumbre estable y duradera. Al fin y al cabo ese es el verdadero trending topic de Colombia, ahora y siempre”.
Para Abad Faciolince, así como está hoy Colombia “… estará el mundo entero cuando amanezca el 9 de noviembre del 2016 y haya ganado Trump. Yo ya sé lo que se siente: miedo, tristeza y desesperación”.
El periodista británico John Carlin reaccionó en forma parecida en su nota: “El año que vivimos estúpidamente”: “Lo que nos falta ahora” escribe Carlin “es que Donald Trump acabe siendo presidente. Los resultados electorales en este año 2016 se están definiendo por el cinismo manipulador de los políticos y la ignorancia, inconsciencia o irresponsabilidad de los votantes […] En todos los casos ha triunfado la mentira […] Los votantes, mientras, se dejan conducir como vacas al abismo”.
“En todos los casos —Uribe, Johnson, Trump— la mentira ha sido un instrumento del miedo, la más primaria de las emociones humanas” concluye Carlin, “[…] Mucha red digital, mínimo criterio racional. La ciencia evoluciona pero el animal humano no”.
Disculpen lo extenso de las citas, pero cuando un contraste doblemente rotundo por lo inesperado, provoca pesimismos con adrenalina, el resultado, sobre todo con mentes notables en juego, es esa lucidez sombría que aunque resulte equivocada acierta siempre como advertencia.
En mi opinión, la inteligencia del desencanto advierte muy bien de los peligros y sus trending topics, pero olvida que en momentos históricamente más oscuros han surgido voces articuladas y fuerzas capaces de enfrentar y prevalecer sobre la demagogia y la mentira. Ojalá que en Colombia surja ahora esa voz. Si eso sucede, no será tarde para recuperar la paz que ahora se aleja a la deriva.