Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2468 de la revista ‘Caretas’.
Todo político destacado es en gran medida autor de su propia narrativa. Algunos siguen un argumento, otros lo improvisan. En el camino, los argumentos cambian y los personajes también.
En los escasos meses de la presidencia de PPK, la narrativa de su gestión tiene giros con una característica en especial: cuando el escenario cambia, el personaje, PPK, cambia también, no adaptándose al escenario sino sometiéndose a él.
Veamos lo que pasó las últimas semanas: Después de su visita a Chile, PPK aterrizó en Pisco para participar en el CADE. Y se quedó, con nueve ministros, como un participante más, los tres días del evento. Rodeado de empresarios, despachando entre panel y panel, PPK se veía cómodo, en su medio.
Mientras tanto había disturbios en Andahuaylas, continuaba la crisis en Saramurillo y se desataba una histeria violenta en Huaycán. PPK no se movió del club temporal de Paracas. ¿Uno más entre los empresarios de discursos y neuronas predecibles? No necesariamente.
Poco después, PPK viajó a Arequipa, para participar en el Hay Festival, que por segundo año convirtió a esa ciudad en una de las capitales culturales del continente.
En el teatro Municipal, a sala llena, PPK tuvo una charla apasionante con tres interlocutores de primera: Jon Lee Anderson, el extraordinario periodista del New Yorker; Nicholas Asheshov, quien desde su retiro en Urubamba sigue siendo un brillante escritor y editor inglés que conoce como pocos el Perú (aunque no tanto el castellano); y Christopher Roper, el veterano periodista que fue jefe en Lima de la agencia Reuters durante años decisivos de nuestra historia.
En esa conversación, en la que se habló sobre historia, economía, libros y personajes vinculados con la vida, sobre todo académica y artística de PPK, el Presidente estuvo más a sus anchas que en Paracas.
«Arrugó: el sabio peruanismo que describe el encogimiento que provocan los helados flechazos del miedo en la columna, las vísceras, las válvulas, la médula, el cerebro, el yo».
Culto, con un registro intelectual amplio y variado, que maneja con sencillez, PPK mantuvo una conversación inteligente y más de una vez reveladora con dos viejos amigos (Asheshov y Roper) y un Jon Lee evidentemente impresionado. Es muy poco común escuchar a un presidente con el rango de lecturas, de conocimiento y la amplitud de experiencia que, sin afectación alguna, mostró PPK, para deleite del auditorio. Cuando uno le escucha decir ñoñerías sobre Fernandito, Martincito, Mechita o el Gordito, resulta difícil pensar que esa misma persona tiene y maneja una combinación notable de conocimientos. Pero así es. Al salir del teatro municipal, mucha gente debió haber pensado y sentido que con un presidente así el país cuenta con la fortuna de un liderazgo no solo lúcido sino sabio.
Pero fuera de Arequipa, con el mismo protagonista en otras escenas, las cosas fueron muy diferentes.
Sin solución de continuidad, PPK enfrentó la desafiante ofensiva del fujimorismo más desnudamente brutón y achoradazo. La censura a Saavedra fue esencialmente una demostración cruda de fuerza: escoger a uno de los ministros más prestigiosos del gabinete, fabricarle ridículos cargos de corrupción a lo largo de un debate que, para decirlo claro, adelantó las fronteras de la imbecilidad, para proceder de inmediato a su censura.
Para las mafias de las universidades chatarra, la salida de Saavedra fue conveniente. Pero el verdadero objetivo era, es, PPK. Había que enseñarle quién manda, pegarle una levantada y ver qué hacía. Había que ver cómo el oxoniano PPK, educado bajo el sistema británico, reaccionaba en el equivalente político del Pabellón Británico (el de Lurigancho).
Y PPK, el diestro economista, el lúcido intelectual, arrugó.
Arrugó: el sabio peruanismo que describe el encogimiento que provocan los helados flechazos del miedo en la columna, las vísceras, las válvulas, la médula, el cerebro, el yo.
Es cierto que estuvo casi solo al tomar la decisión. Y es cierto que la mayor parte de la gente que lo rodea le aconsejó el apaciguamiento (es decir, la rendición) en todas sus versiones. Es verdad también que su corta representación congresal está infestada con topos y oportunistas. Y es posible que los más inteligentes entre la gente de su círculo cercano (incluso los que guardan el kimono en el closet), deben haberle dicho que la correlación de fuerzas era muy desfavorable y que en un choque decisivo había más probabilidades de perder (con la vacancia) que ganar (forzando el recule fujimorista en el Congreso o procediendo por la vía constitucional de llevar a nuevas elecciones congresales).
Pero aparte de esa gente, la calle le habló claro. Y también personas cuyo criterio PPK aprendió a respetar, como Rosa María Palacios. Rosa María coincidió conmigo –sabiendo ambos la vocación de PPK por la historia contemporánea– en emplear la famosa frase que Winston Churchill dirigió a Neville Chamberlain después de los humillantes y estériles acuerdos de Munich, poco antes de la Segunda Guerra Mundial: “Tuvo la elección entre la guerra y la deshonra. Escogió la deshonra y tendrá la guerra”.
Claro que como hay Churchill para todo, PPK pudo haber pensado en contestar con otra frase atribuida a Sir Winston: “Jaw-jaw is better than war-war”, que en traducción libre sería algo así como: “mejor chamullo que mechadera”. Lo cual es cierto, a condición de que el chamullo sirva para algo. Y eso no sucedió.
Al no plantear una cuestión de confianza, Kuczynski entregó a Saavedra para que fuera funcionalmente ejecutado. El resto del gabinete lo despidió con sentidos gestos y vacuos twitters de condolencia. Saavedra se fue con el preciso sentimiento de quien se sabe abandonado. Y para PPK fue una derrota humillante.
Es posible que él haya pensado que la entrega de Saavedra al sacrificio era una muestra de prudencia. Para una buena parte de la opinión pública –la que, de paso, le hizo ganar, contra todos los pronósticos, la presidencia– eso tuvo otra calificación: cobardía.
Uno de los memes que más circuló en los últimos días fue el que se escribió sobre aquella foto de la campaña de 2011, cuando una señora “pesó” las castañuelas de PPK. El meme decía algo así como: ‘se busca a la señora de la foto para que le devuelva los huevos a PPK, porque los necesita’. No muy elegante pero sí elocuente.
Y para terminar con el deprimente proceso, vino luego el episodio de la “mediación” de Cipriani. Como presidente de un país laico, PPK debió haber recibido a Fujimori en Palacio, especialmente luego de la humillación infligida por la censura.
En lugar de eso, el Presidente fue a la casa del cardenal de la derecha ultravioleta. Este filtró de inmediato las fotos, en una de las cuales se ve a PPK rezando en tercera fila, detrás de Cipriani y Fujimori. El apretón de manos y el besito final pudieron bien llamarse, “el momento Saavedra”. ¿Le dolieron las rodillas a PPK? Supongo que, en ese momento, sí.
En su conversación en Arequipa, PPK dijo ser “optimista de que al final vamos a llegar a un modus vivendi” con el fujimorismo. El objetivo es que “si mantenemos una paz ni tan cordial pero potable, vamos a crecer en un 4.5% y con suerte en el 5%”.
El pragmatismo está muy bien, pero no cuando el objetivo del fujimorismo y sus topos es infligir destructivas humillaciones al gobierno y especialmente a PPK. La capacidad de negociación de las víctimas y los sumisos es diminuta. Para negociar hay que aprender primero a enfrentar y neutralizar la matonería.