El 2 de octubre la periodista Paola Ugaz recibió el siguiente mensaje en su cuenta de Instagram:
Un insulto escatológico precedía esa amenaza de muerte. Era burdo pero revelador de la mente de su autor.
La acción terrorista, perpetrada el 7 de enero de 2015, en el número 10 de la rue Nicolas Appert, en París, donde funcionaba la redacción del legendario semanario satírico Charlie Hebdó, empezó con el asalto a la redacción por dos terroristas armados con fusiles AK-47. Ahí mataron a sangre fría a 11 personas: 8 integrantes de la revista, un oficial encargado de la seguridad del director de la publicación, un invitado, y un oficial mantenimiento. Entre ellos el director de Charlie Hebdó, Stéphane Charbonier, “Charb”; y los dibujantes Georges Wolinski, Jean Cabut, “Cabu”; Bernard Verhhac, “Tignous”. Al salir de la redacción cubierta de cadáveres, regada de sangre entre los escombros, los terroristas mataron a un policía, que herido e inerme primero, fue rematado mientras pedía por su vida. Doce personas murieron asesinadas ese día en la cuadra trágica de la rue Nicolas Appert.
Esa misma noche, en Francia, cuna de la ilustración y la libertad, miles de personas se manifestaron en homenaje a las víctimas, sin importarles que los asesinos siguieran libres:
El Estado reaccionó como debe hacerlo una democracia amenazada. Más de 80 mil policías se lanzaron a la búsqueda de los dos terroristas. Dos días después, ambos fueron cercados en una imprenta en Dammartin-en-Goële, cerca de París. Luego de algunas horas de asedio y un corto pero intenso intercambio de fuego, los terroristas terminaron muertos. Eran dos hermanos, Said y Chérif Kouachi, captados algún tiempo atrás por redes vinculadas con Al Qaeda.
Ese mismo día, un grupo de asalto de la gendarmería irrumpió en una tienda de productos kasher (alimentos consumibles según la preceptiva tradicional del judaísmo) y mató al terrorista Amedy Coulibaly, que había capturado una quincena de rehenes en apoyo a los hermanos Kouachi. Cuatro rehenes murieron en la operación y diez fueron liberados.
“Somos un pueblo libre, que no cede a ningún tipo de presión”, dijo el entonces presidente francés, François Hollande. Sus palabras fueron respaldadas por la fuerza del Estado, la movilización de las sociedades libres, primero en Francia y luego en el mundo entero, donde el slogan “Je suis Charlie” (Soy Charlie); o el quizá más apropiado, “Nous sommes Charlie” (¡Somos Charlie!), llenó plazas, colmó redes sociales, en un mensaje de solidaridad, que unió el homenaje, las lágrimas, con la determinación.
Una semana después del ataque, Charlie Hebdó salió a las calles, con una edición de un millón de ejemplares, prontamente agotada, que representó, en el escenario trágico de las muertes, la tenacidad inquebrantable de no permitir que perezca la libertad.
Antes y después, hubo atentados sangrientos en Francia y en Europa, pero una respuesta firme y decidida por parte del Estado y la sociedad pudo controlarlas y derrotarlas, con la clara enseñanza de que la lucha contra el fanatismo fundamentalista no ha terminado y que la sociedad que no se mantenga vigilante podrá pagar un precio trágico y desgarrador por no haberlo hecho a tiempo.
Y ahora, aquí en el Perú, se amenaza con perpetrar otro Charlie Hebdó.
Eso no puede tomarse a la ligera sino con toda seriedad. En Francia no se investigó lo suficiente a la red de los hermanos Kouachi, que eran conocidos por las autoridades, antes de su acción. Eran fanáticos religiosos que intentaron ahogar, a través de la sangre y la muerte, la libertad de pensamiento y expresión de una sociedad democrática. Gente que utilizó los mecanismos de las democracias para la difusión de ideas, con el objetivo de asesinarlas. Periodismo libre enfrentado al fanatismo religioso.
Aquí, la amenazada por una fumigación de plomo, Paola Ugaz, lleva trabajando varios años con Pedro Salinas, en la investigación de los abusos y las corruptelas perpetradas por la orden sectaria del Sodalicio. Ambos, pero especialmente Ugaz, han sido difamados y convertidos en objeto, a través de medios hamponescos de prensa, de campañas de sostenida, desvergonzada pero estridente desinformación.
No han logrado su propósito, y ahora el degenerado fundamentalismo local amenaza con adoptar las acciones del fundamentalismo de Al Qaeda.
¿Nos vamos a hacer los tontos o lo vamos a tomar en serio? ¿Conocen el precio de no hacer lo último?
La amenaza contra Ugaz debe ser seriamente considerada como una amenaza terrorista e investigada como tal a través de los mecanismos especializados del Estado, con la diligencia y energía necesarias para identificar al o los autores de esa amenaza a fin de determinar la fuente organizacional con la que están conectados. Y una vez logrado eso, se debe investigar en profundidad dichas organizaciones; el origen y circulación de los fondos que solventan sus acciones; y, sobre todo, la estrategia general que obedecen.
Hay fuerzas siniestras en movimiento organizado en nuestro país, medularmente enemigas de la libertad, que conspiran contra ella en forma cada vez más evidente, aprovechando la baja de defensas provocada por la confusión y los descalabros sufridos este año. Pero en esta, e incluso en una situación peor, debemos entender que una democracia que no sepa defenderse de la violencia como método y de la coerción como sistema, no deberá culpar a nadie más que a sí misma de su colapso.