¿Qué sucedió de un momento al otro como para pasar, fin de semana de por medio, de un país a otro? Todos conocían, en general, las tribulaciones por las que transitaba el presidente Martín Vizcarra a partir del caso de Richard Swing. Pero nadie (aparte de los complotadores) esperó este desenlace.
Claro que hubo un primer intento de vacancia por una supuesta “incapacidad moral permanente” que abortó, luego de revelaciones comprometedoras sobre los promotores de la destitución, al no lograr los votos necesarios.
Después de esa experiencia, pareció haber un consenso –reclamo del más básico sentido común –, de descartar esa medida extrema.
Luego, si bien varios aspirantes a la colaboración eficaz (o delación premiada) sostuvieron que Vizcarra había pedido y cobrado sobornos en por lo menos dos proyectos cuando fue gobernador de Moquegua, la investigación de los casos –disputado por dos fiscalías– se encuentra en fase inicial. Se trata de una investigación a la vez seria (por el calibre y carácter de las acusaciones) y compleja (para determinar, con rigor analítico y probatorio, el grado de verdad o falsedad de las delaciones). Vizcarra, por su parte, negó todas las acusaciones que se fueron sucediendo con interesante regularidad, semana a semana, dominical a dominical.
Son sin duda, acusaciones serias, pero su investigación se encuentra lejos de la conclusión y precisa realizarse, como es lógico, por gente capaz, con conocimiento del tema. En suma, por fiscales experimentados, íntegros y talentosos. Los avances últimos fueron rápidos, pero el vistazo más somero sobre lo que hay que investigar, indica un esfuerzo pendiente de varias semanas o algunos meses.
En paralelo, Vizcarra terminaba su presidencia a fines de julio de 2021. En ese lapso, de ocho meses, se iba a realizar la campaña electoral para las elecciones generales, con votación en abril y una probable segunda vuelta semanas después, antes de la transición y cambio de gobierno en julio.
Casi todo el período restante era en realidad de transición, nada ordinaria sino muy compleja. Había que hacerla en medio de la devastación causada por la Peste: las decenas de miles de muertes, las fracturas de la economía.
Al fin, luego de errores graves, la experiencia había demostrado que algunas medidas, aplicadas con oportunidad y comprehensividad, lograban éxito rápido en dominar siniestros epidémicos. Sobre la base de esa experiencia se había planteado una movilización nacional, con la acción conjunta del ministerio de Salud, las direcciones regionales, Essalud, la sociedad civil y las Fuerzas Armadas. El objetivo era reducir en forma sustantiva el número de casos hacia fines de año, para preparar la vacunación masiva bajo mejores condiciones –haciendo lo posible por lograrlo y terminar de doblegar la Peste– antes de la mitad de 2021. En esas condiciones, el despegue de la rehabilitación económica iba a ser más rápido.
Pese a las ásperas polémicas entre médicos sobre métodos de tratamiento, la práctica desarrolló experiencias de sinergia y coordinación en campañas locales exitosas, basados en la acción de dirigentes de diversas instituciones con capacidad de cooperación fluida y rápida entre ellos. Eso fue difícil de lograr aunque siempre resulte fácil deshacer. La acción decisiva de esa comunidad de dirigentes pragmáticos, capaces, debió iniciarse este mes. Ahora, con esta fractura de gobierno, ha quedado semi-paralizada.
A pesar de todos los problemas, Vizcarra destacaba como un presidente trabajador, ejecutivo, difícil de fatigar, en viajes constantes por el país. Quizá por eso, pese a la pandemia y el desastre económico, mantuvo niveles inéditos de aprobación para un Presidente en la parte final de su mandato.
Así que desde el punto de vista de la investigación o el de la gestión, no había asomo de razón válida para destituir a Vizcarra. Para el país significaba un hecho con efecto tóxico, descabellado, autodestructivo.
¿Fue acaso un acceso de puritanismo moral de un Congreso virtuoso que encontraba imposible convivir siquiera con la probabilidad del pecado? Absurdo, ¿verdad? La historia de varios congresistas –entre ellos los más estridentes en la esperpéntica oratoria del lunes– se aproxima más al prontuario que al currículo, aunque a veces los combina.
¿Por qué armaron el linchamiento disfrazado de vacancia? Por varias razones.
- Porque Vizcarra cometió el grave error estratégico de no tener una bancada oficialista en este Congreso. Hacerlo significaba un esfuerzo adicional que él desdeñó realizar. Subestimó la capacidad de un Congreso ajeno de hacerle daño. Supuso, todo indica, que un Congreso de corta vida iba a ser discreto, pacífico y modoso. Vean lo que salió.
- Porque la vida corta supuso el deseo de alargarla o, por lo menos, rentabilizarla. El bloque anti-sunedu, por ejemplo, unió a Podemos con APP y AP (este bajo la notoria influencia de Raúl Diez Canseco). Las primeras acciones contra el ministerio de Educación fueron el ensayo y el anuncio de lo que vendría luego.
- Porque a las coaliciones utilitarias se unieron las políticas e ideológicas. La ultraderecha, a través de su llamada ‘Coordinadora Republicana’ convocó a individuos, grupos o partidos afectados por la lucha anti-corrupción, para sumarlos a su lenguaje autoritario, su visión paranoica y su trasvestismo orwelliano del idioma, que completa su visión entre fascista y medieval (incluyendo, por supuesto, el antisemitismo) de la vida, la fe y la historia. A ellos se allegaron algunos renegados que hicieron el ya trajinado tránsito de Trotsky o Mao a Ravines y más allá.
- Porque hubo un grupo de conspiradores más bien externos, entre políticos, empresarios o ambas cosas, que entendieron que el poder estaba cerca, que era solo una cuestión de aritmética de cifras modestas. Lograr el suficiente número de votos en el Congreso, repartiendo el suficiente número de promesas, utilizando la información como guerra psicológica, sabiendo -correctamente– que una segunda moción de vacancia encuentra menos defensas que la primera. Conociendo que no enfrentaban a una organización, pues Vizcarra, en realidad no la tenía, sino a una sola persona, el Presidente. Lograr acosarlo dominicalmente, empujarlo a refugiarse en el trabajo, los viajes a provincias, mientras se sumaba el número necesario de votos y se utilizaba el engaño para fingir otra disposición o debilidad. Se hacía parecer que se había logrado con las justas los votos para la moción de vacancia; y luego, hacer todo muy rápido, sin dejar de engañar hasta el final, que fue veloz y sorpresivo en sus números y cambios de bando.
El Presidente Vizcarra y sus pocos consejeros cayeron redondos en lo que luce, se ve y fue una estrategia basada en estratagemas exitosas.
Pero la victoria de los derrocadores resultó más táctica que estratégica y quizá más pírrica que permanente. Al ganar se revelaron los trucos, las imposturas, las torpes demagogias en un strip tease espantable. Y la gente reaccionó con una intensidad que no se daba desde las jornadas de la campaña por la democracia el año dos mil, que alcanzó su momento más dramático en la Marcha de los Cuatro Suyos.
En esa Marcha, de paso, participaron el expresidente Fernando Belaunde Terry y el entonces futuro presidente Valentín Paniagua. Imagino sin esfuerzo la amarga decepción que habrían sufrido al ver a Merino de Lama (asesorado por Víctor Andrés García Belaunde y por Raúl Diez Canseco), haciendo de torpe líder de la oscura coalición dirigida por fuerzas que ellos enfrentaron sin vacilación durante sus ilustres vidas.
Así, con engaños, perfidia y cinismo, armaron un histérico linchamiento parlamentario, aplicaron sin asomo de razón o de justificación la extrema causal de incapacidad moral permanente, para hacerse inmoralmente del poder y descubrir que, en lugar de un placentero ejercicio del mando, les esperaba la ira y el desprecio de la gente, decidida a no dejarse robar las libertades, los derechos, la democracia en suma, que tanto costó conquistar y luego mantener.
“¿Dónde está la Policía que no reprime, dónde está el que la manda?”, preguntaba Merino [nota principal]. Si el país se mantiene íntegro, cohesivo y coherente, es una pregunta que tendrá que repetir cada vez con mayor frecuencia mientras encuentra cada vez menor respuesta.