¿Fueron errores? ¿Fallas profundas de criterio? ¿El triunfo del miedo sobre el deber? Algo de eso, como sucede en toda cadena de eventos humanos.
Pero el caso de las vacunaciones clandestinas de Sinopharm es uno de corrupción, y como tal debe entenderse.
El affaire Sinopharm es parte de las pugnas de lucro y de poder dentro de una de las industrias más importantes y a la vez más corruptas: la Big Pharma, tanto la corporativa privada como la estatal, con métodos para los que todavía no se ha patentado un desinfectante.
Las pugnas actuales son mayores, la disputa por el dominio del mayor mercado de la Historia: la humanidad entera. En términos de mercado, la humanidad plantea la demanda, la Big Pharma produce la oferta y nada protege al ciudadano. Pocas veces en la historia de las transacciones ha habido tanto desequilibrio en la capacidad negociadora entre la oferta y la demanda.
La oferta es la vacuna y lo que ella significa: la prometida certeza de que no se morirá por Covid-19. Y que se podrá encarrilar de nuevo las vidas en un mundo que, como se empieza a ver, discriminará pronto a los no vacunados. La oferta tiene el tiempo a favor mientras la demanda lo lleva en contra. Quien no está vacunado puede morir o quedar dañado en cualquier momento. Y mantendrá entre tanto su vida en un limbo como el que vive nuestro país.
La Big Pharma compite y se esfuerza por desarrollar medicamentos para los cuales haya mucha necesidad y un gran lucro calculado. Su campo es el dolor humano, su medio las drogas y su escudo la patente. Su capacidad de torcer el brazo a los reguladores más severos y de lograr condiciones inimaginables en otros ámbitos –debido, precisamente, al dolor humano– ha sido y es sorprendente.
En la competencia dentro del Big Pharma por el mercado de la vacuna contra el Covid-19 hay corporaciones privadas como Merck o Pfizer y otras, como Sinopharm, que son estatales y buscan, en este caso, mantener una sincronía entre el lucro y la geopolítica: conquistar mercados y enganchar clientes como objetivo común.
Es un juego con métodos conocidos en escenarios nuevos. En la pandemia, rápida y brutal, hemos visto naciones asoladas, economías fracturadas, hospitales desbordados, personas asfixiadas en las calles, la mano invisible de la muerte (no la del mercado) moviéndose arbitrariamente en casi toda latitud. La sensación de desamparo, de existencias oscurecidas por el miedo, la pobreza, las distancias acrecentadas en un mundo en el que se ha globalizado el peligro y balcanizado la esperanza, definieron el 2020 y el principio del 2021. Hospitales, balones de oxígeno agotados, funerales sumarios, duelos aplazados: esa es la conjunción de realidad y pesadilla dentro de la que hemos vivido, en lucha por alcanzar aquel eufemismo de mal gusto que se llama “nueva normalidad”.
Dentro de lo nuevo juega, sin embargo, lo conocido en todos sus extremos. Y la vacuna aparece como un milagro en preventa. En competencia actual o potencial con las vacunas/milagros de otras compañías.
Y aquí entramos en esquemas ya conocidos. El de corporaciones extranjeras que compiten por un mercado nacional. En la mayor parte de los casos, se trata de corporaciones fuertes, con profesionales capaces, experiencia y capital. Si entran a competir por un mercado interesante en un país dado, que ofrece posibilidades de continuidad, crecimiento y una base probable para la proyección en otros países, entonces la competencia es, o puede ser, fuerte.
¿Qué mejora o asegura el éxito en las competencias por ganar concursos para obras o venta de productos?
Controlar a quienes deciden, a quienes mandan sobre los que deciden y, con frecuencia, a quienes colaboran con los que deciden.
Entendamos, sobre todo, que el soborno y la vacunación clandestinos fueron un mecanismo de control y dominio sobre quienes tenían la capacidad de decidir. Las vacunas caleta llegaron al Perú para ser usadas con ese fin. Y lo consiguieron.
¿Cómo? Sobornándolos con lo que más desean, que suele ser dinero, pero que pueden ser también obsequios menos crudos: desde invitaciones con todos los gastos pagados a congresos o centros vacacionales, hasta regalos, espectáculos, subvenciones a proyectos y consultorías de alta rentabilidad. Y todo lo anterior, además de dinero entregado en forma más difícil de detectar cuanto mayor sea la importancia de quien lo recibe.
¿Recordamos Lava Jato?
Odebrecht tenía muy buenos ingenieros. Sus competidores también. Pero Odebrecht, las empresas de Lava Jato y las del ‘Club de la construcción’, ganaron casi siempre porque sobornaron a los que decidían quién ganaba y a quienes tuvieran importancia para los que decidían.
Para pagar sobornos y regalos a tanta gente, crearon una organización especializada en convertir dinero limpio en dinero negro y dinero negro en dinero limpio a través de varios pasos, cifrados y latitudes. Se llamó, ya lo conocen, el Sector de Operaciones Estructuradas, cuyos secretos aún no terminan de revelarse, pese a todo lo que ya se sabe.
Compraron a presidentes, ministros, viceministros, secretarios, asistentes, empresarios, abogados, competidores, periodistas… de todo. Fue un proceso complejo y sofisticado.
Fue corrupción. Antes que nada, al comienzo, al medio y al final: corrupción.
Fue inteligente y produjo obras. Pero fue corrupción.
Y no fue solo un concepto, una interpretación legal, un puritanismo axiológico: Nos costó a todos un altísimo precio, desde los sobrecostos de las obras a la erosión de la básica confianza en los mandatarios y en el valor de la palabra y las palabras.
El motor de todo el sistema fue el pago clandestino. El dinero o las especies dedicadas al soborno.
El caso de las vacunas fue su equivalente.
Sinopharm mandó un lote caleta de vacunas para que su operador principal, Germán Málaga, viera cómo usarlas. No fue el único que administró esos objetos de angustiado deseo, pero sí parece ser el más importante.
Había ensayos, experimentos y había, sobre todo, negociaciones. Vacunó –recontracaleta, con el modelo de las “operaciones estructuradas”, de abajo arriba, a todo el que tuviera alguna importancia en el tema. Al final, la cosecha fue muy parecida a la que acostumbró lograr Jorge Barata en tiempos de Lava Jato. Al presidente, a la ministra de Salud, a la ministra de Relaciones Exteriores, a los negociadores de la cancillería, a los viceministros de Salud y a varios miembros del consejo de expertos del Minsa. A los rectores y vicerrectores de Cayetano Heredia y de San Marcos. Y, ya que de boletos a la salud se trataba, a familiares de los funcionarios vacunados (lo que refuerza tremendamente la dependencia), al dueño del chifa, al chofer.
Hubo, en medio de todo, un grupo VIP. El que recibió tres hincones con otras tantas vacunas. El propio Germán Málaga, por cierto, y Cecilia Blume.
¿Por qué la triple vacuna? Farid Matuk mencionó en su cuenta de Twitter un reporte escrito desde Beijing por Patricia Obando, el 13 de enero, bajo el título sugerente de: “¿Por qué es cara la vacuna china?”. En él cita al presidente de Sinopharm expresando lo siguiente:
De manera que una tercera dosis es necesaria, si se quiere “mantener la inmunidad a largo plazo”. Y se puede suponer que las dos dosis proveen una inmunidad probablemente temporal. Hubo, claro está, una categoría VIP en la que no entró nadie de un gobierno que se encuentra en sus semanas finales, pero sí la gente con la que había expectativas de inversiones futuras.
En el caso Lava Jato, la nación casi entera se indignó al conocer quiénes se habían vendido a las empresas constructoras corruptas. En este caso, la indignación fue igual al conocer quiénes aprovecharon su cargo para vacunarse mucho antes de aquellos que les precedían en derecho, por el riesgo que corren y el trabajo que hacen. Pero indignó sobre todo, entonces y ahora, la naturaleza clandestina del soborno y de la vacunación.
Entendamos, sobre todo, que el soborno y la vacunación clandestinos fueron un mecanismo de control y dominio sobre quienes tenían la capacidad de decidir. Las vacunas caleta llegaron al Perú para ser usadas con ese fin. Y lo consiguieron.
El sector de vacunación estructurada había logrado mucho más de lo buscado hasta que estalló el escándalo. Ahora han perdido terreno porque sus colaboradores de ayer son los parias de hoy. Pero el costo de los corruptores de Sinopharm será mucho menor que el que pagó Odebrecht. Ellos son parte del Estado chino y tienen, además, las vacunas. El gobierno peruano [es un decir] les hablará con voz baja y modales de seda. Quizá algunos de los funcionarios chinos tengan que cambiar de chifa, pero nada indica que les vaya a faltar la salsa de tamarindo en sus negociaciones.
La Fiscalía, empero, debe iniciar una investigación de crimen organizado sobre la base de la experiencia del caso Lava Jato. El caso del sector de vacunas estructuradas no rendirá la cantidad abrumadora de información del Sector de Operaciones Estructuradas de Lava Jato, pero, si se hace bien, logrará eventualmente conocimientos nuevos e importantes, sobre todo si surgen, como es probable, colaboradores eficaces cuyos datos puedan ayudar a emprender investigaciones globales en profundidad sobre la corrupción en la Big Pharma.
En varias partes de Latinoamérica, la “vacuna” significa un pago extorsivo por protección, siempre corrupta. Sin duda lo fue en este caso.