Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2194 de la revista ‘Caretas’.
La gente prefiere que la comparen con el Quijote antes que con Sancho aun en los casos en que cada acto de su vida, en la vigilia y en el sueño, sean un sufragio a la filosofía del señor Panza. Pero el otro día un artículo de homenaje le hizo al fin justicia al exgobernador de la Ínsula Barataria y, a menos que yo haya entendido mal, nuevo responsable de Devida.
El autor del artículo, escrito con afecto y claros conceptos, aunque quizá con menos afinada puntería literaria, fue Hugo Cabieses, flamante viceministro del [Medio] Ambiente y antes de eso conocido sobre todo como un ‘cocólogo’ coherente, con valentía intelectual, coherencia de pensamiento y capacidad polémica.
“Ladran, Sancho…: sobre coca y drogas” fue el título de una apología al nombramiento de Ricardo Soberón como nuevo presidente ejecutivo de Devida.
La nota está, como he dicho, bien escrita y razonada. Cabieses lo hace con rigor y precisión mientras defiende y respalda a Soberón, a quien llama “mi amigo y compañero de mil batallas por cambiar los paradigmas actuales sobre drogas”.
Hacia el final del artículo, empero, el recuerdo de ataques y descalificaciones calumniosos, la alharaca ante su nombramiento llevaron a un emocionado Cabieses a terminar así su nota: “Ladran Sancho Ricardito… señal que avanzamos. Suerte querido amigo y compañero¡!!!”.
Este martes 16 telefoneé a Sancho Ricardito para conversar sobre sus avances y, si quedaba tiempo, sobre los ladridos.
Soberón acababa de terminar, precisamente, una reunión con la embajadora de Estados Unidos, Rose Likins. El nuevo jefe de Devida demostró que aprende rápido el lenguaje burocrático: “Pasamos revista a todos los temas de interés en ambas partes”, me dijo.
Como a esas horas, los equipos de erradicación anti coca del Corah recibían la orden de suspender su trabajo y replegarse a Tingo María, me imagino que la revista no fue aburrida.
Le pregunté a Soberón sobre el tema de la erradicación forzada de cocales. Su respuesta fue clara y, en mi opinión, razonable.
“Nos afirmamos” dijo, “en la necesidad de reducir las áreas bajo cultivo… hablamos de reducción, no de erradicación”, añadió.
¿Cómo se reduce sin erradicar? De hecho, hay formas (en el pasado, la interdicción aérea redujo áreas con una velocidad y eficacia que jamás logró la erradicación), pero Soberón se refirió a métodos consensuados de reducción, que incluyan la erradicación bajo ciertos criterios. Por ejemplo, la erradicación de cocales en parques nacionales, cerca de pozas de maceración y la que exceda “el rango aceptable” en cada microcuenca.
“En mi gestión va a haber diálogo” enfatizó Soberón, “con participación de las organizaciones [cocaleras] y mecanismos distintos al de la pura erradicación”. ¿Cuáles, por ejemplo? “El empadronamiento, registro y catastro de cocaleros y cocales… los cocaleros reconocen la necesidad de reducir” dijo Soberón.
Yo encuentro que esa posición es racional. Claro que del principio a la aplicación eficaz hay una buena distancia, pero no debería ser difícil entender que la reorientación estratégica de la lucha contra el narcotráfico, luego de décadas de consistente fracaso, es indispensable.
Por eso, el repliegue de los equipos del Corah no debe significar alarma sino más bien un cauto optimismo. En lugar de seguirle dando cabezazos a la pared, se debe pensar en alternativas más eficaces.
Soberón enfatizó las obvias “fisuras” en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, “en el lavado de dinero, el control de insumos”. Insistió, además, en la necesidad de mantener en su puesto a la aguerrida procuradora antidrogas Sonia Medina, ayudándola a “mejorar su capacidad operativa”.
Pero, si la política general respecto de la coca y cocaleros de un lado; y contra los narcotraficantes del otro, parece estar bien encaminada (aunque es en los detalles de su aplicación donde tendrá éxito o fracasará) globalmente, en otros aspectos estrechamente vinculados (lucha contra el crimen organizado y contra la corrupción), el Gobierno metió la pata.
Justo el día en el que la Dirandro, la Dirección antidrogas de la Policía desbarató una organización internacional de narcotraficantes, capturó 896 kilos de cocaína y detuvo a tres colombianos y un peruano vinculados con ese inmenso cargamento, el Gobierno sacó de la Dirección a su experimentado jefe, el general PNP Carlos Morán y lo reemplazó por un oficial sin experiencia y a quien le queda poco tiempo en el servicio activo: el general Francisco Pasco.
Ese cambio, de singular torpeza, se dio dentro de un proceso general de reasignaciones de comando, en el que no todas las decisiones son malas. Alguna, como por ejemplo el nombramiento del general Eduardo Arteta como nuevo jefe de la VII dirección en Lima Norte, tendrá un impacto positivo en la seguridad ciudadana. Pero aciertos como ese no mejoran las simultáneas y preocupantes necedades.
El general PNP Eusebio Félix Murga, por ejemplo, ha sido nombrado de nuevo como jefe de la Dinincri. Félix era un policía experimentado en la investigación criminal hasta que se le ocurrió incursionar en las pesquisas paranormales. Sus mejores detectives se lanzaron a perseguir pishtacos y capturaron un ridículo monumental. Ahora, no queda claro si Félix se va a rodear de detectives o exorcistas; si añadirá o no subdirecciones de seguimiento de pishtacos, avistamiento de jarjachas y captura de almas en pena.
Soberón insistió en la necesidad de mantener en su puesto a la aguerrida procuradora antidrogas Sonia Medina, ayudándola a “mejorar su capacidad operativa”.
Pero nada gana en pura torpeza a la remoción de Morán de la Dirandro. ¿Por qué? Porque si bien en la mayoría de los casos, (en seguridad ciudadana, por ejemplo), el saber policial es general, y basta un buen conocimiento global de la disciplina para lograr el éxito a través de su aplicación diligente, honesta y con sentido común; hay unos pocos casos en los que la especialización y un conocimiento profundo del área sí importan, y mucho. Ese es el caso de la lucha contra el crimen organizado en general y el narcotráfico en particular.
Veterano analista del GEIN, Morán ha tenido una participación central en casi todas las investigaciones más importantes contra el narcotráfico, desde los casos contra Fernando Zevallos y los Sánchez Paredes en adelante. Intervino en varios otros , como el de BTR o la captura del espía Víctor Ariza, por ejemplo.
Con esa larga experiencia, Morán, que asumió el mando de la Dirandro este año luego de trabajar por largo tiempo dentro de ella, avanzó estos meses en la integración de múltiples fuentes de inteligencia, para poder procesarlas con rapidez y actuar de inmediato. Por obvio que suene, se trataba de un esfuerzo inédito de integración, en el que la Dirandro jugaba un papel clave.
Ahora, remover al director de orquesta de ese esfuerzo en proceso de despegue, pareciera indicar una vocación por la necedad o un mal escondido deseo de fracaso. Sea como fuere, no huele bien. Nada bien.
Hay otros nombramientos hechos o en proceso de materializarse, de gente vinculada hace poco, por deshonestidad o por soberbia, con casos de evidente corrupción. Debo hacer verificaciones adicionales antes de mencionar nombres, pero espero terminarlas pronto. Adelanto que alguna de la gente que presiona ahora para lograr algunos de los nombramientos más cuestionables, ha circulado en el pasado con la supuesta bandera anticorrupción.
Javier Tantaleán: Hace pocos años, dentro de un grupo diverso de discusión sobre la democracia y nuestra Patria, conocí a Javier, Pocho, Tantaleán, quien hace pocos días murió mientras enseñaba, en un paraje lejano de la capital, en el país a cuyo conocimiento dedicó la obra y la vida. Ya no se podrá discrepar cordialmente con él, ni saludarlo con afecto y expectativa de un poco de esgrima intelectual. Solo recordarlo con amistad y saberlo presente en el esfuerzo, la dedicación tesonera de sus libros.