Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2196 de la revista ‘Caretas’.
Dos de los libros con más contundente influencia en la historia contemporánea de Europa y del mundo tienen sorprendentes rasgos en común pese al siglo y medio que los separa: son breves, como para empezarlos y terminarlos en una sola lectura sostenida y enérgica; y ambos empiezan con una alusión a la muerte como mensaje hacia el futuro.
“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”, escribieron Marx y Engels las primeras palabras del Manifiesto comunista. “93 años. Es la última etapa. El fin no está lejos. Qué suerte poder aprovecharla para recordar lo que ha servido de base a mi compromiso político”… así arranca “¡Indignaos!”, de Stéphane Hessel, el libro de 2010, cuyo mensaje ha hecho arder la pasión rebelde de multitudes, sobre todo de jóvenes, en Europa, las naciones árabes y, ahora, Chile.
Hay algunas otras semejanzas significativas entre ambos folletos antes de iniciar la más larga lista de diferencias.
Aunque terminó convertido en lo opuesto de lo que proclamó ser, el Manifiesto Comunista fue la proclama inicial de un movimiento que cien años después de su lanzamiento, había conquistado la mitad del mundo y parecía encaminado a ser el dueño enérgico del futuro, antes que las rebeliones de sus propios pueblos mostraran que detrás de la fachada de presuntos logros e inminentes glorias solo había regímenes y dirigentes decrépitos que en poco tiempo (salvo, sobre todo, los sorprendentes comunistas chinos) se convirtieron en desmonte histórico.
BUENA parte del decenio de los noventa del siglo pasado transcurrió bajo el entusiasmo (forzado en algunos casos, sincero en muchos) de que la Democracia y sus valores habían al fin triunfado sobre todos los totalitarismo y sobre gran parte de dictaduras autoritarias también. Que la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo concluían al fin con los asuntos que quedaron pendientes al fin de la Segunda Guerra Mundial. Era el triunfo final de la Democracia sobre los dos grandes totalitarismos del siglo XX y anunciaba, si no el fin de la Historia, la primacía de los valores de libertad extendidos –al margen de latitudes, longitudes, tradiciones y antropologías – sobre el mundo entero.
“¡Indignaos!” proclama que esa interpretación es una falacia y una mentira. Que los ideales de libertad y de justicia social que la generación triunfante en el frente occidental de la Segunda Guerra Mundial convirtió en leyes y derechos, han sido subvertidos y casi eliminados por una plutocracia financiera que ha tomado el poder real de estos tiempos y lo ejerce con tal soberbia y desprecio por la gente y la verdad, que la convierte en una amenaza parecida a la que provino de los totalitarismos del siglo XX.
Lo que está en cuestión ahora, sostiene Hessel, “es la base de las conquistas sociales de la Resistencia”.
Luego de explicar brevemente el conjunto de principios, leyes y acciones planificados en medio de la devastación y el fragor de la Guerra para construir una democracia cimentada en la libertad y la justicia social, Hessel observa que, “Se tiene la osadía de decirnos que el Estado ya no puede asegurar los costos de estas medidas sociales. Pero cómo puede faltar hoy dinero para mantener y prolongar estas conquistas cuando la producción de la riqueza ha aumentado considerablemente desde la Liberación (…) si no es porque el poder del dinero, combatido con fuerza por la Resistencia, no ha sido nunca tan grande, tan insolente y tan egoísta (…). La brecha entre los más pobres y los más ricos no ha sido nunca tan grande, ni la búsqueda del dinero tan apasionada”.
El impacto de Hessel no fue solo el resultado de la admiración que provoca un nonagenario lúcido, apasionado a la vez que elegante y preciso en la expresión, sino por lo que representa: el testigo brillante de una generación heroica que vivió y sobrevivió los mayores sufrimientos y desafíos y buscó luego construir una sociedad libre y justa.
“El motivo principal de la Resistencia era la indignación. Nosotros, veteranos de los movimientos de resistencia y de las fuerzas combatientes de la Francia libre, llamamos a las jóvenes generaciones a vivir y transmitir la herencia de la Resistencia y de sus ideales (…) no deben dimitir ni dejarse impresionar por la actual dictadura de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”.
El pequeño libro se vendió furiosamente, se leyó y se multiplicó. Su llamado a la protesta pacífica, no violenta, cundió en Europa. En España, otro magnífico intelectual nonagenario, José Luis Sampedro, unió su voz y su experiencia al mensaje de Hessel para dar, desde la lúcida reflexión de la experiencia del pasado, una voz clara a la protesta del presente.
“Luchad para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial. Para distinguir entre opinión pública y opinión mediática, para no sucumbir al engaño propagandístico”, escribe Sampedro en el prólogo al libro de Hessel. Y la llamada de ese dúo de 186 años se extendió por Europa; y, a la vez, de los barrios de inmigrantes de Francia y España saltó al norte de África, a Túnez primero; y de ahí, contra todo pronóstico, se expandió como hoguera en pajonal por el mundo árabe y provocó las más sorprendentes movilizaciones, derrocamientos y luchas aún en pleno curso.
Y en Chile, en medio de las odas a los resultados del lucro, una movilización poderosa e inteligente de estudiantes y ciudadanos ha forzado su presencia, la existencia de sus derechos incumplidos, a la atención del Estado.
HESSEL convocó la indignación y lo ha logrado. Su objetivo era, por supuesto, convertir el enojo en una acción inteligente de los ciudadanos frente a las corporaciones y los Estados subordinados a ellas. En esto último, los resultados no son todavía claros.
Así, en los meses, quizá algunos años, que le resten de vida, Hessel habrá logrado concluir con fuerza y con pasión una existencia notable y excepcional.
¿Recuerdan la película “Jules y Jim”, de Truffaut? La historia de ese triángulo amical y amoroso, es la de los padres de Hessel (dos de los tres protagonistas), vinculados también intelectualmente con, entre otros, Walter Benjamin, el notable y trágico intelectual, a quien Hessel rememora en su libro.
En la Resistencia, Hessel tuvo un papel central. Capturado y torturado por los nazis hacia el final de la guerra, fue enviado a los campos de concentración donde logró sobrevivir. Luego, trabajó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, entre muchos otros logros en la construcción de las democracias occidentales de la post-guerra.
¿Estoy de acuerdo con todo lo que sostiene Hessel? No. Su crítica a Israel, por ejemplo, aunque justificada en algunos aspectos, me parece en conjunto excesiva. En Tel Aviv, de paso, las manifestaciones de los indignados israelíes han tenido una dimensión inédita.
Hay un cuento corto de Frederick Forsyth (el autor de “El día del chacal”), que se llama “el Guía”, en el que un piloto perdido en una tormenta es salvado por la aparición, entre las nubes, de otro piloto en un avión de la segunda guerra, que visualmente lo guía hasta sacarlo de la zona de peligro, antes de desaparecer en el pasado, cumplida su misión de salvar al futuro.
No sé si ese piloto tendría los rasgos de Hessel. No me sorprendería.