Un juez corrupto es juzgado por otros jueces corruptos. ¿Se trata de una cortesía entre colegas? ¿O de otro de esos involuntarios epigramas que compone la realidad cuando, en áreas cruciales de nuestro Estado, las devaluadas encarnaciones de la meretriz de Babilonia logran disfrazarse de abadesas del convento?
Aquí, en nuestro país, donde la imagen de las instituciones suele ser tenida en mayor importancia que sus cualidades reales, el juego continuo de maquillajes, disfraces y travestismos tiene a veces –porque se hace por mucha gente a la vez, que en ocasiones choca entre sí y se descoloca las pelucas– resultados inesperados.
La misma sala judicial que liberó a Luis Valdez Villacorta, el acaudalado comerciante y ex alcalde de Pucallpa, acusado de autoría intelectual en el asesinato del periodista Alberto Rivera, es la que debe decidir ahora en un caso de Habeas Corpus que será determinante para aprobar o negar la extradición del ex juez israelí Dan Cohen, prófugo de su país luego de perpetrar uno de los mayores casos de corrupción en la historia de esa nación.
La denuncia de uno de los tres vocales de esa Sala en contra de sus colegas, describe no solo escenarios de venalidad judicial en el juicio de Valdez Villacorta, sino de una cutrería reforzada por amenazas y una declarada disposición a la violencia criminal. Al Capone no lo hubiera hecho mejor.
Que una de las causas que han de tener mayor proyección y seguimiento internacional una vez sean sentenciadas, como es el caso del ex juez Cohen, sea vista por esta Sala, tendría todo de farsesco si no fuera tan revelador.
¿Qué gangrena profunda en nuestro sistema judicial ha hecho posible que después de diez años de caído el fujimorato y expuesta a la luz pública la dimensión de la corrupción judicial y fiscal que existió entonces, los casos más significativos sigan siendo derivados a salas que parecen más indicadas para protagonizar atestados antes que suscribir sentencias?