Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2224 de la revista ‘Caretas’.
HACE pocos días, un colaborador de El Comercio llamado Diego de la Torre publicó un artículo en el cual denunciaba como inspiradores del fracaso y la derrota a dos escritores peruanos y uno francés: César Vallejo, Julio Ramón Ribeyro y Michel de Montaigne. Este último fue responsabilizado en el artículo hasta de haber hecho posible a Pol Pot.
¿Por qué? Según de la Torre, Vallejo “influyó de manera negativa en el subconsciente político de los peruanos”. Pone como ejemplo aquella línea famosa de Espergesia: “yo nací un día en que Dios estuvo enfermo”.
Pesimismo y derrotismo inaceptables, sostiene de la Torre, antes de corregir al poeta: “Para contrarrestar ese endémico [sic] pesimismo vallejiano, a nuestros hijos hay que decirles que han nacido un día en que Dios estaba contento y que el Perú es un país maravilloso”.
Y no es solo que Vallejo ande diagnosticándole enfermedades a Dios, sino que es además responsable de alimentar “esa letanía derrotista al estilo del cuento ‘Paco Yunque’ […], que tanto daño le hizo al país”.
“Con una actitud así” sentencia de la Torre, “no se crea algo grande, menos aun un ciudadano con mentalidad ganadora y sin complejos”.
Otro derrotista inaceptable para de la Torre es Julio Ramón Ribeyro, cuyas dotes de “eximio escritor” alimentaban “una narrativa que sublimaba y endulzaba el fracaso […] su gran habilidad narrativa hacía de la ‘tentación del fracaso’ una cosmovisión aceptable y hasta atractiva”.
Estos escritores, y los intelectuales influenciados por ellos, padecen, según de la Torre “de lo que Ludwig von Mises denominaba el Dogma Montaigne”.
¿Y cuál es el dogma de uno de los pensadores menos dogmáticos en la Historia? De la Torre cita una supuesta frase de Montaigne: “la pobreza de los pobres se debe a la riqueza de los ricos”.
DE la Torre resume los efectos de la supuesta “monumental falacia económica” del “Dogma Montaigne” en una antológica oración: “Desafortunadamente, el Dogma Montaigne fue adoptado por Voltaire y Marx generando las carnicerías de la Revolución Francesa en el siglo XVIII y los genocidios de Stalin, Mao y Pol Pot en el siglo XX”.
Varios periodistas, algunos blogueros, han comentado el artículo de de la Torre. Permítanme añadir los míos.
El argumento central, como ven, es simple: esos escritores pesimistas, deprimidos, provocan el derrotismo, el fracaso, y lo que es peor ¡llevan a leer a Montaigne! ¡Y de ahí hay un solo paso a Voltaire; y después a Marx!
Si hubieran sido contemporáneos ¿qué le hubiera dicho de la Torre a Vallejo, después de haberlo corregido poéticamente? ¿que no se está marqueteando bien, que tiene que aprender a desarrollar su marca? ¿que nunca debe mirar una cámara sin redondear los ojos y mostrar la ortodoncia? que si no pone una cara de prosperidad, ¿quién lo va a querer para un comercial de una AFP? ¿que cada vez que se cruce con un, digamos, Roque Benavides, debe acercársele y musitarle ‘gracias por existir’?
Pero, ¿qué pasaría si Vallejo le hubiera informado a de la Torre que la literatura universal, y no solamente la peruana, ha producido muy pocos cheerleaders o siquiera ‘creativos’ publicitarios de vocación? Y digamos que Ribeyro, aburrido de tanta depre, se hubiera sumado a la conversación y (curioso como era) le hubiera preguntado a de la Torre si es que en su concepto, la obra de Yasunari Kawabata o la de Yukio Mishima exudó el suficiente optimismo como para provocar el despegue económico de Japón de posguerra? ¿o cuánto ayudó la producción literaria de Gunter Grass o la de Heinrich Boll como euforizante para la espectacular reconstrucción económica de Alemania?
Ya que estaban en eso, Vallejo o Ribeyro pudieron haberle preguntado a de la Torre si le parecía que Herman Melville contribuyó con su Bartleby al entusiasmo empresarial estadounidense o siquiera al de los departamentos de recursos humanos?
Acercándose a la era de Montaigne, quizá le hubieran preguntado a de la Torre si pensaba escribir otro artículo denunciando a Miguel de Cervantes por ser una de las causas primarias de la crisis económica española. ¿Qué tipo de ejemplo para los niños de hoy, aspirantes a futuros MBAs era don Quijote, un viejo loco que lee libros de caballería en lugar de los ‘7 hábitos de las personas altamente eficaces’, que fracasa en todo y convence a Sancho para que abandone las labores productivas?
Y así, pasando por Shakespeare y Marlowe lo hubieran podido llevar hasta los griegos y las tragedias de Esquilo y las de Sófocles, tan buenas para los negocios y para la inversión extranjera. Quizá entonces le hubieran preguntado, ¿los vas a corregir a todos, Diego, como corregiste ‘Espergesia’, para que la gente se sienta bien después de leer el desenlace modificado de Edipo, que hasta les de ganas de utilizar su tarjeta de crédito en Ripley o en Saga?
¿O es que vas a mejorar a tu gurú von Mises, faltaba preguntarle, y ya no vas a culpar solo a Montaigne y Voltaire sino a toda la Literatura, a todos esos poetas, escritores, deprimidos, trágicos, borrachos, excesivos, que escribieron a lo largo de los siglos sobre dramas de sangre y tragedias de amor; sobre locos, derrotados y héroes predestinados al infortunio? ¿para qué sirven, verdad? Si tenemos a Michael Porter, ¿quién necesita a Miguel de Cervantes?
TANTO Vallejo como Ribeyro fueron escritores enterados de su tiempo y de la Historia. Entonces es probable que después de leer el artículo de de la Torre le hubieran preguntado con genuina curiosidad: “Tu mencionas a los ‘trescientos millones de chinos que han salido de la pobreza en los últimos años’ como el mejor ejemplo de ‘la energía creadora y empresarial’ que se destapa cuando se respetan ‘los derechos de propiedad y las leyes del mercado’. Pero ¿sabes quién gobierna China? ¿no te han dicho que es el partido Comunista? ¿te han contado sobre el poder del Estado, dirigido por el partido Comunista, para planificar, orientar y dirigir la economía que tanto admiras?
“Cambiando unas pocas palabras, el artículo de de la Torre hubiera podido fácilmente haber sido escrito por un comisario stalinista de la cultura”.
Yo creo que, educados y sensibles como fueron Vallejo y Ribeyro, ahí hubieran parado de preguntarle y lo hubieran dejado, quizá con alguna esperanza, meditar. Pero la observación final hubiera quedado en el aire, y eso no sería justo, no después de haber culpado al gran Montaigne por Pol Pot.
Y esa observación, que por más de una razón se hubieran guardado Vallejo y Ribeyro, era que, cambiando unas cuantas, más bien pocas palabras, el artículo de de la Torre hubiera podido fácilmente ser escrito por un comisario stalinista de la cultura. El realismo socialista buscaba, precisamente, que los escritores sirvieran con sus obras al proyecto de ingeniería social en marcha. Nada de subjetividades decadentes, nada de nostalgias ni tristezas. Marchas, publicidad, propaganda. ¡Corrijan a Vallejo o que se haga la autocrítica!
Así que en ese tardío rebuzno reaccionario, nada hay de las ideas de libertad individual, de la sociedad como un conjunto diverso de seres humanos iguales en derechos pero diversos en expresión, cuya variedad es enriquecida, entre otros, por los poetas tristes, los escritores melancólicos a la par de los vitalistas, los artistas y pensadores, cuyas ideas enriquecen la cultura que muy pronto, oh coincidencia, termina entrelazada con la riqueza material.