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Carta Del Director

Golpe de timón

por Gustavo Gorriti
PUBLICADO jueves 26 DE julio, 2012 A LAS 13:54
ACTUALIZADO jueves 29 DE diciembre, 2022 A LAS 21:20

Reproducción de la columna ‘Las Palabras’ publicada en la edición 2242 de la revista ‘Caretas’.

ES poco posible predecir el grado de éxito, fracaso o grisura que tendrá el nuevo gabinete. Pero no se precisa clarividencia alguna para saber que será mucho mejor que el consejo de ministros que reemplaza. Es verdad que se trata de pocos cambios y que alguno más hubiera sido bueno, pero lo que se dio ya es ganancia.

Los cambios decisivos en el gabinete se han producido en dos áreas: la de conducción política; y la de seguridad. El cambio de Valdés por Juan Jiménez fue, dentro de los parámetros limitados en los que se tomó la decisión (escogiendo entre varios candidatos dentro del propio gabinete y alguno que otro de afuera), el más acertado.

Si se hubiera optado, por ejemplo, por René Cornejo, (de Vivienda) o Manuel Pulgar Vidal (del Ambiente), el resultado –pese al alivio inmediato por la  salida de Valdés– hubiera sido un debilitamiento del Gobierno. Con Jiménez, si se juega bien las cartas, puede lograrse, más bien, un robustecimiento político.

En los términos del presidencialismo peruano, el papel del primer ministro varía en importancia de acuerdo con la latitud de acción que le dé el presidente de la República. En el caso del presidente Humala, que dosifica homeopáticamente su protagonismo cotidiano, la expresión política, la agenda, el tema de discusión pública queda en manos del premier.

Los meses de la gestión de Valdés fueron un ejercicio de esquizofrenia pública. Un primer ministro que se declaró admirador de Fujimori y puso en práctica dicha admiración con una aplicación rústica y torpe del concepto de ley y orden, pudo enardecer los sueños húmedos de las geishas, que sintieron haber convertido la derrota electoral en una victoria cortesana, pero llevó prontamente al gobierno a una crisis cuya salida fue, por fortuna, la de una corrección de rumbo.

Uno de los problemas del ministerio de Defensa es que el ambiente es muy ácido. Por eso, Cateriano necesita ser un ministro alcalino.

Antes de asumir el premierato, Jiménez tuvo expresiones y acciones que lo definieron como antítesis de las opiniones y gestiones de Valdés. Ello remató con su pronta crítica al vocal Villa Stein por la notoria sentencia emitida por la sala penal de la Suprema que éste preside. También fue muy claro, apenas después de asumir, al señalar las razones (represión, prensa corrupta), por las que una dictadura da la apariencia de orden, mientras una democracia debe aprender a manejar sus diferencias con tolerancia y sin alarma.

¿Va a tener el premier Jiménez el carácter y la entereza suficientes como para definir y mantener una trayectoria de acciones consistentemente democráticas en medio de las presiones y las alharacas que con seguridad se darán? Habrá que verlo. No es seguro. Si mantiene un apoyo coherente del presidente Humala, entonces es probable que lo logre. Si, por lo contrario, recibe presiones contradictorias de la misma fuente, dependerá de su capacidad de persuasión y del cariño comparativo que tenga por su puesto y por sus convicciones el que tenga éxito o no.

En su gestión como ministro, Jiménez cometió un error significativo al disponer (o permitir) el traslado de Antauro Humala a la Base Naval. Por más que haya habido una provocadora indisciplina, nada justifica el encierro del hermano del Presidente en la Base Naval. Ahora debiera ser el momento de corregir ese error.

EN cuanto a los ministerios de seguridad: Interior y Defensa, los cambios ahí son, a primera mirada, los más significativos. Uno todavía se pregunta qué pésimo o malintencionado consejo pudo haber llevado al presidente Humala a nombrar como ministro del Interior a Wílver Calle, firmante del acta de sujeción fujimorista (sobre la cual pretendió una amnesia que resultó efímera) no mucho tiempo después de haberle puesto, en Cajamarca, probable borrachera de por medio, una pistola en la cabeza a Rocío Silva Santisteban, la actual presidenta de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos.  De la gestión de Calle, todo lo que se puede decir es que justificó sus antecedentes.

Wilfredo Pedraza, el nuevo ministro, ha trabajado en la Defensoría del Pueblo y en la Comisión de la Verdad (como coordinador de investigaciones especiales), pero además ha sido director del INPE (el tipo de puesto que, si no se es corrupto, solo se acepta si uno tiene una definida vocación de servicio público o una identificación profunda con Leopold Sacher-Masoch). Siempre me pareció una persona pragmática cuyas convicciones lo acompañan con discreción.

Es obvio que Pedraza llevará a cabo varios cambios importantes en el ministerio del Interior. La labor de ese ministerio es siempre de las más importantes, pero especialmente hoy por hoy . El gobierno enfrenta una sensación creciente de inseguridad ciudadana, a la vez que debe aportar la capacidad especializada de la Policía para reproducir en el VRAE el éxito de la lucha contra Sendero en el Huallaga. Además, debe aplicar la misma capacidad especializada para revertir el crecimiento paulatino y  visible del crimen organizado. Finalmente, tiene que adaptar métodos, sistemas, entrenamiento y también equipos para lidiar con las protestas masivas en forma pacífica cuando se pueda o, cuando ello no sea posible, con el uso racional, eficiente, legítimo, apegado a los derechos humanos, de la fuerza para restablecer la normalidad.

Lograr eso bajo el comando policial Brujas de Cachiche no es posible. Tampoco lo sería si el ministro no establece un principio firme de autoridad predicada en la lucha contra la corrupción interna, la promoción de la meritocracia sin excepciones y la decisión firme de mejorar el bienestar de los muy explotados y maltratados policías. ¿Lo va a hacer Pedraza? Aparte de la mayor o menor capacidad que ponga en juego, ello dependerá sobre todo de la confianza y autonomía que le otorgue el presidente Humala. Sobre todo en la autorida de nombrar o cesar a cualquier funcionario en el ministerio.

Y eso quedará decidido, por cierto, bastante pronto.

EL otro vital ministerio de seguridad, el de Defensa, tiene una elección muy interesante en Pedro Cateriano, quien aporta a la vez las ventajas y confronta los desafíos de un liderazgo civil del sector.

En cuanto a las ventajas, Cateriano es un político experimentado y, hasta donde lo he podido seguir, de principios. Es a la vez un buen profesional e investigador. Ha trabajado en misiones internacionales junto con el actual premier Jiménez; y esa fue probablemente una de las razones por las que Cateriano fue antes nombrado como agente del Estado peruano en el caso Chavín de Huántar.

Cateriano es cercano a Mario Vargas Llosa, a quien probablemente el nombramiento le habrá parecido excelente. El que de seguro no estará igual de contento es Alan García. Cateriano fue parlamentario en el Congreso de 1990-1992 y fue vicepresidente de la llamada “Comisión Olivera” que investigó los presuntos casos de corrupción en el primer gobierno de García. Su libro: “El caso García” (Lima, 1994), es de lectura absorbente e ilustrativa y hace recordar nombres hoy medio olvidados, como Abderraman El Asir o Sergio Siragusa.

La desventaja de Cateriano es su poca experiencia en asuntos militares. Ello se supera, por lo menos en parte, con inteligencia (la neuronal), sentido común y asesoría de profesionales competentes en ese campo.

Su gestión enfrenta desafíos comparables en dificultad a los de Pedraza, aunque no tan inmediatos ni agudos. Hay problemas graves de corrupción e incompetencia que no han sido ni siquiera parcialmente solucionados. Y luego otros más sistémicos y sustantivos.

Su capacidad de enfrentarlos, así sea en parte, dependerá también mucho de la autoridad que delegue el presidente Humala en él. Hasta ahora, los ministros de Defensa lo han sido solo a medias. Uno de los mayores problemas del ministerio es que el ambiente es muy ácido.

Cateriano necesita ser un ministro alcalino.

 

Gustavo Gorriti

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