Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2464 de la revista ‘Caretas’.
¿Cómo se vislumbra el cuadro en Latinoamérica con los nuevos juegos de fuerzas e influencias que despliega el triunfo de Trump en Estados Unidos? En términos de probabilidades bien calibradas, ¿cuáles son los escenarios razonablemente optimistas y cuáles los pesimistas?, ¿hacia dónde se orientan las mayores posibilidades?
Creo que debemos ser razonablemente pesimistas y prepararnos para cambios bruscos y turbulencias inesperadas. Aunque lo más probable es que, con la excepción de México, parte de Centroamérica y quizá Cuba, nos mantengamos alejados del vórtice del juego de tronos que se avecina, no hay manera de que Latinoamérica pueda sustraerse de los masivos efectos explícitos e implícitos que provocará la presidencia de Trump.
Para ser claros, debemos tener presente que la Latinoamérica de hoy es cualquier cosa menos Shangri La. La criminalidad organizada, las migraciones forzadas la han convertido en la región más violenta de la tierra, con la excepción de algunas regiones en guerra abierta en otros continentes.
Aún teniendo esos hechos en cuenta (cuya gravedad tiende a ser subestimada gracias a la capacidad latinoamericana de vivir realidades paralelas y convertir la esquizofrenia social en una forma de normalidad), hay eventos importantes en el continente que serán afectados por la era Trump. Los siguientes, por ejemplo:
El proceso de paz en Colombia.- Esta histórica negociación, que se sostuvo no solo gracias a la disposición del gobierno colombiano y las FARC sino por el apoyo sostenido de varios actores internacionales, entre los cuales el de Estados Unidos fue fundamental, ya pasó por una primera experiencia de cercanía a la muerte: la derrota en el plebiscito confirmatorio que, tan innecesariamente como el Brexit, dispuso y perdió el gobierno colombiano. Ambos plebiscitos, de paso, junto con las elecciones que favorecieron a la extrema derecha en Europa, marcaron el camino de sorpresas ingratas que culminó con el triunfo de Trump.
El proceso de paz colombiano se salvó angustiosamente del No, gracias al Nobel de la Paz concedido a Santos, al pertinaz apoyo de la comunidad internacional, la capacidad de Santos y de las FARC de renegociar puntos importantes y los inevitables gestos de respeto y concesión ante el inesperado vencedor del plebiscito, Uribe. Aunque debilitada, la negociación de paz pudo proseguir.
«Trump, que recibió menos votos que Clinton, pero ganó por el sistema de representación electoral de cada Estado, presidirá una nación intensamente dividida y enfrentará una fuerte oposición, sobre todo en los estados costeros y las grandes ciudades».
Ahora, con la derecha del Tea Party a cargo de la seguridad y la inteligencia en Estados Unidos, la ultraderecha colombiana y su vigorizado caudillo se van a sentir no solo reforzados sino liberados de cualquier presión. ¿Harán lo posible por sabotear el proceso de paz y liquidarlo? No es seguro pero sí probable.
Lava Jato.- El caso Lava Jato ha sido descrito como la más grande campaña anticorrupción en la historia. De Brasil, de las Américas, probablemente del mundo. También ha sido definido como la primera revolución social –que cambia radicalmente y en poco tiempo las estructuras de poder y la forma de vivir de una nación– llevada a cabo por jueces, fiscales y policías federales. Ambas suenan a hipérbole pero ambas son, en mi concepto, justas.
Con una creativa estrategia basada en inteligencia, rapidez y habilidad investigativa, los jueces, fiscales y policías federales de Lava Jato no solo expusieron en detalle la mega corrupción investigada sino encarcelaron a los plutócratas y oligarcas que la manejaron, desorientaron e inutilizaron sus medidas de defensa y los hicieron confesar.
Ha sido hasta ahora una Blitzkrieg investigativa sin paralelo, cuyo desenlace está a punto de empezar con la espectacularidad que esa épica merece: la confesión de 60 de los más altos directivos de Odebrecht, mientras, el ex presidente de OAS espera en línea y algunos de Andrade Gutierrez también.
Esa masiva confesión próxima ha resonado todas las alarmas, nuevas y residuales de quienes no han sido arrestados todavía y expuestos a la luz pública. En Brasil, luego de la destitución de Dilma Rousseff, tanto el presidente Michel Temer como el presidente del Senado Renan Calheiros, que muy probablemente resulten comprometidos en las investigaciones de Lava Jato, buscan la manera de desactivarlas. Detrás de ellos, en pánico, está el coro ya entrevisto pero todavía no alumbrado, de corruptos brasileños e hispanoamericanos que pensaron que sus fechorías no serían descubiertas.
Junto con su habilidad investigadora, hasta ahora la principal defensa de los procuradores de Lava Jato ha sido el apoyo de la opinión pública brasileña y la colaboración de fiscales anticorrupción de naciones clave: sobre todo Suiza y Estados Unidos. El reciente acuerdo del Departamento de Justicia de Estados Unidos de castigar a la firma Embraer con una multa elevada por haber pagado sobornos en la venta de aviones Super Tucano en Santo Domingo, Mozambique y Arabia Saudita, fue coordinada con las autoridades anti-corrupción de Brasil.
¿Qué pasará ahora bajo la administración Trump? Un adelanto podrían ser las declaraciones que el vice presidente de General Electric, John Rice, dio en Brasil hace un par de meses. “Hay un nivel de parálisis que existe ahora debido a Lava Jato” dijo Rice “y el daño de continuarlo por años y años será probablemente significativo”.
No fue una declaración desinteresada. Según un artículo publicado poco después en Bloomberg, General Electric no puede cobrar una deuda de 150 millones de dólares de una compañía, Queiroz Galvao SA, implicada en el caso Lava Jato.
En la era Trump, es probable que los Rice, Temer y Calheiros de esta historia sientan que el apoyo político favorable de la extrema derecha gringa les da el ímpetu suficiente como para montar una decidida contraofensiva contra Lava Jato, en medio del aplauso de focas de los bribones del continente.
A diferencia de otros gobiernos republicanos luego de la era Reagan, durante los cuales casi siempre hubo funcionarios importantes que respaldaron la democracia en Latinoamérica y se opusieron a la corrupción, el problema fundamental que veo en la inminente administración Trump es la mínima importancia que le da a la democracia y los derechos humanos. El candidato que defendió el uso de la tortura y tuvo el respaldo del Ku Klux Klan es diferente a la derecha republicana tradicional: es el primer demagogo de ultra-derecha en llegar a la presidencia de Estados Unidos.
¿Favorecerá Trump el crecimiento y robustecimiento de las derechas más brutas y primitivas de América Latina, cuyas ideas rozan la enfermedad mental (en parafraseo de un concepto de Joaquín Villalobos)? Probablemente.
Sin embargo, los resultados, pese al gran poder de la presidencia de Estados Unidos, no están predeterminados. Trump, que recibió menos votos que Hillary Clinton, pero ganó por el sistema de representación electoral de cada Estado, presidirá una nación intensamente dividida y enfrentará una fuerte oposición, sobre todo en los estados costeros y las grandes ciudades. No sé si aguardan tiempos como los de las protestas civiles y políticas de los 60 y 70 del siglo pasado, pero sí creo que dentro de Estados Unidos Trump enfrentará una oposición inteligente, activa, con recursos y absolutamente decidida a no permitir que los mejores valores de esa gran nación sean secuestrados por el Tea Party y el Klan.
¿Poco realista? No lo creo. Hay una frase que se atribuye indistintamente a David Ben Gurión y a William Perl: “Quien no cree en milagros no es realista”. Ese es el tipo de realismo que hoy necesitamos.