Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2452 de la revista ‘Caretas’.
Pese a su masiva crisis económica y su dramática crisis política, Brasil tiene de qué enorgullecerse: su ejemplar lucha contra la corrupción, cuya eficacia y alcance conocen pocos paralelos. Se trata de una nación históricamente muy corrupta que decidió limpiarse y lo hizo a través de un sector virtuoso de su sistema judicial que pasó de regular a revolucionar.
Puesto que la mayoría siente con indignación que todas las crisis – política, económica, de seguridad – tienen un común denominador: la corrupción, no sorprende que quienes encabezan la lucha contra ella: el juez Sergio Moro, los fiscales especializados y la Policía Federal en Curitiba, mantengan muy altos niveles de popularidad y de que la gran mayoría de la gente apoye las espectaculares medidas que han llevado a capturar, interrogar y doblegar a los más poderosos capitanes de industria en Brasil, obligándolos a convertirse en delatores de sí mismos y de sus sobornados para reducir sus penas.
¿Es la limpieza el camino para salir de las crisis? La mayoría piensa que sí, pero hay voces disidentes. Y hace pocos días una inesperada se hizo escuchar.
John Rice, vice presidente de General Electric dijo que la investigación de Lava Jato está impidiendo el desarrollo de nueva infraestructura en Brasil y la región en general.
“Hay una cierta parálisis que existe ahora debido a Lava Jato” dijo Rice “continuarla indefinidamente acarrea una penalidad”.
«Con ese ‘precioso discurso inútil’ al decir de El País, Dilma repetirá otro capítulo –el estelar en este caso– de su historia política reciente: la derrota con magnífica dignidad».
De acuerdo con la nota de Bloomberg sobre el tema, el escándalo de Lava Jato contribuyó en la pérdida de 675 mil puestos de trabajo en el sector de la construcción en Brasil desde 2014.
Según Rice, “las empresas constructoras brasileñas han sido recientemente manchadas, pero eso no significa que bajo las manchas no haya gente realmente buena capaz de hacer cosas realmente buenas en una región que necesita lo que ellos hacen […] no condonamos lo que pasó y la mayor parte de la gente no lo condona. Hay que arreglarlo, pero no destruyamos buenas compañías en el proceso”.
Limitar la justicia en nombre del pragmatismo económico o hacerla verdaderamente igualitaria, pagando el precio que ello implica. El debate, sin embargo, no es entre lo conveniente y lo principista sino entre dos maneras de entender la conveniencia.
Cuando le pregunté sobre el tema, hace algo más de un año, a Deltan Dallagnol, este contestó con una rápida lista de cifras sobre los enormes costos de la corrupción para la sociedad brasileña, sobre –hablando de infraestructura– todo lo que se hubiera podido construir con lo que se le robó a la gente y sobre el efecto confiscatorio que la corrupción de los líderes empresariales tenía sobre la sociedad en conjunto. Curar eso significaba acrecentar en miles de millones de dólares el valor de los bienes y de los servicios que llegarían a la gente.
Creo que Dallagnol tiene razón, pero pienso que –como al parecer planea el juez Moro– deben apurarse.
En los niveles más altos de la nación, Brasil vive las consecuencias –muchas de ellas imprevistas– desencadenadas por Lava Jato. La más importante de las cuales es el proceso de impeachment a Dilma Rousseff.
Dilma ha sido una presidenta con mala fortuna y quizá no tuvo las capacidades necesarias para el cargo. Pero nadie puede negarle temple y es difícil no admirar la altiva dignidad con la que, virtualmente condenada por el Senado, no habló –como escribe El País– para la Cámara sino para la Historia.
“No lucho por mi mandato”,dijo, “ni por vanidad, ni por el poder. Lucho por la democracia”. Rousseff reconoció errores, pero añadió que entre ellos “no se cuenta la cobardía”. Al compararse con el ex presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, investigado por sus cuentas millonarias en el extranjero, procedentes, al parecer, de sobornos de Petrobás, subrayó la ironía de que “… curiosamente, soy juzgada por crímenes que no cometí mientras que Cunha aún no tiene juicio pendiente”.
Con ese “precioso discurso inútil” al decir de El País, Dilma repetirá otro capítulo –el estelar en este caso– de su historia política reciente: la derrota con magnífica dignidad.
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Aroma a kerosene
Hace algunos días, el 24 de agosto, Ricardo Uceda publicó otra nota en La República: “El hermano Lobito” sobre el ya desinflado caso del llamado ‘Escuadrón de la Muerte’ que ahora, según las declaraciones más recientes del ministro Basombrío, ya no es ni escuadrón ni tampoco ejecutor.
El artículo consta de conclusiones falaces con base en premisas inexistentes. (“De lo dicho cabe preguntarse si la presunta actuación criminal de Álvarez era conocida por Iván Vega”… aunque nada en los flácidos párrafos anteriores lleve a inferir una ‘actuación criminal de Álvarez”, presunta o no).
En el fatigado camino del sofisma argollero, Uceda me menciona así: “Nuestro Rambito periodístico, Gustavo Gorriti, dice que Vega podría ser el objetivo de una campaña de demolición creada a partir de un pleito entre comandantes y de los desmanes de periodistas que no saben investigar”.
¿Yo, un ‘rambito’? ¿Debería preocuparme? El ‘Rambito’ de verdad ya ha sido asociado por Uceda a ‘escuadrones de la muerte’. Y Uceda es un experto en el tema. Ha vivido con uno de sus mayores exponentes en este país. Lo ha encubierto, camuflado, solventado y, según este, aprovechado.
Jesús Sosa Saavedra es mejor conocido por su apelativo de ‘Kerosene’, (en reconocimiento a la lenta pero tenaz combustión con la que desaparece restos humanos), por su participación en buena parte de los asesinatos perpetrados por el grupo de aniquilamiento Colina; y por su larga clandestinidad.
Menos conocido es el hecho de que Sosa fue ocultado por Uceda durante varios años, cuando aquel era un prófugo y que el encubrimiento tuvo como fin asegurar su decisiva colaboración testimonial, para el libro ‘Muerte en el Pentagonito’.
¿Que la literatura a veces se crea con grandes pecados, inusitadas transgresiones y hasta uno que otro delito? Pero aunque el periodismo sea una forma –y de las mayores– de literatura, hay algunas reglas, por nuestra relación con la verdad de los hechos, que nos fuerzan a evitar a los Celine, los Pound y los Genet en nuestra profesión. No debemos aceptar a los perversos talentosos y menos a quienes no lo tienen.
El hecho de que Sosa (por declaración suya y por testimonios corroborativos de varias fuentes más) haya vivido mucho tiempo, cuando prófugo, en el local del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) y alternado con gente que ignoraba con quién hablaba, puede ser interesante como argumento literario pero lo es más aún, por razones completamente opuestas, como asunto de ética periodística.
Pero lo verdaderamente sorprendente, entre los testimonios coincidentes que he recibido, ha sido saber que Sosa también estuvo alojado (parece que bajo el nombre supuesto de Carlos González) en la Casa de Refugio que IPYS mantuvo, con fondos de cooperación internacional, para periodistas perseguidos de Latinoamérica (y también de provincias) en Barranco. Su estadía fue solventada por esos fondos, según los reportes que la administración de IPYS envió a las agencias filantrópicas que proporcionaron el dinero.
Los periodistas que huían de los exterminadores convivieron, sin saberlo, con uno de ellos. Hay que decir que Sosa no traicionó nunca su seguridad. Pero su identidad real fue un secreto para periodistas refugiados y para quienes financiaron el refugio.
Hoy, Sosa, capturado en 2008, es un inquilino del penal de Piedras Gordas que no alberga pensamientos amistosos hacia Uceda, a quien acusa de haberlo aprovechado primero y desechado después.
Toda historia, claro, puede contarse desde varias perspectivas. Pero cabe muy poca duda de que durante los años que Uceda ocultó a Sosa, aprendió a nivel experto lo que había que saber sobre encubrimientos, escuadrones de la muerte, grupos de aniquilamiento y, sobre todo, cómo encubrir el kerosene y bambearle un olor a rosas.
(*) Reproducción de la columna «Las palabras», publicada en la edición 2452 de la revista ‘Caretas’.