Cruzando el río Mantaro, en el límite mismo de los departamentos de Ayacucho y Junín, queda el pequeño caserío de José Olaya. Cerca de este, una columna senderista se aproximó y atacó la base al otro lado del río, llamada Unión Mantaro. Abatieron con ráfagas de ametralladora a un soldado. Pero el objetivo no era el soldado ni la base, sino el helicóptero que necesariamente debía ir a recoger el cuerpo. Los oficiales del Estado Mayor se dieron cuenta de esa intención y tomaron la decisión de enviar una patrulla que trate de despejar el área y permita la evacuación del soldado.
Para eso, una aeronave dejó combatientes a una jornada de camino. La idea era que la aproximación de esa fuerza inhiba a la columna terrorista y la obligue a retirarse. La idea de la columna fue otra: exterminar a la patrulla. Cambiaron su objetivo. Las tropas caminaron la noche entera para tratar de dar caza al enemigo, sin imaginar que ellas comenzaban a convertirse en la presa, pues en el laberinto de los árboles y las elevaciones prominentes, ser víctima o victimario no es una cuestión de masa, sino de permanencia, costumbre y paciencia. La misma paciencia de los depredadores de la naturaleza.
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Simultáneamente, un operador de equipo de interceptación rastreaba el espacio electromagnético, a ver si lograba captar algo. Es un trabajo tedioso, sobre todo si se trata de lugares donde la telefonía celular escasea. Sin embargo, por alguna suerte favorable, logró captar este diálogo:
— Los perros vienen para aquí, dijo una voz
— ¡Mátalos!, ordenó su interlocutor.
Con esa noticia, buscó la ayuda de un equipo más sofisticado, pues el que tenía solo le permitía captar las conversaciones, mas no definir la ubicación. A diferencia de otras épocas, en que cada patrulla que se internaba en un área sin noticias, la tecnología actual permite por lo menos saber por dónde se desplazan. El operador sabía que los segundos eran valiosísimos. Poco después, las señales localizaron la conversación proveniente de un paraje cercano a José Olaya. El interceptor fue a darle aviso al coronel Jefe de Operaciones. Un análisis rápido, les hizo darse de bruces con una realidad ya no tan virtual: que la patrulla del Batallón de Comandos iba directamente a una emboscada.
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¿Qué puede sentir un hombre que tiene la responsabilidad de saber que sus decisiones pueden provocar la muerte de otros? Son varias y las determinaciones siguientes requieren de una paz interior similar a la de un templo budista y frialdad antártica. Significa vencer al ruido. No se trataba de un plan donde se evalúan riesgos y probabilidades en complejas y coloridas matrices. No. En este caso, se podía apreciar en la intermitencia de un monitor a un grupo de seres humanos que tenían la enorme posibilidad de retornar a su casa en un ataúd.
Para colmo, la propia geografía (una cosa que los expertos en comunicaciones llaman “sombra”) anuló por un momento la posibilidad de enlace con el Jefe de Patrulla. Ni las radios, ni equipos satelitales y menos los celulares respondían a la desesperada llamada del coronel y los demás oficiales que veían el desastre consumarse. Hasta que una llamada entró:
— ¡No se muevan! ¡No se muevan!, gritó el coronel, entre eufórico, aliviado y tocado por la mano bendita de algún santo del cual ni pensó el nombre.
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En el bosque, los combatientes se enteraron a través de esa llamada que estaban siendo reglados; lo malo es que no sabían de dónde. Se detuvieron. Se miraron entre sí. Es como si la muerte dijera: ¡Hola, aquí estoy, a tu costado! Buscaron una cubierta y la primera reacción fue la de abrir fuego. No hubo respuesta. Después, un silencio detuvo la vida: no se oía ni la respiración propia. La aparición de un helicóptero MI 25 –conocido por el sobrenombre de “Dragón”— quebró el mutis impuesto. Soltó unas ráfagas en las alturas. Silencio, otra vez.
El piloto se decidió por una maniobra más peligrosa. Se aproximó a la elevación casi al ras y nuevamente disparó. Esta vez, con la nave casi a su alcance, los senderistas revelaron su posición y abrieron fuego: estaban apenas unos metros encima de la patrulla, camuflados por la espesura, de manera tal que si el primer hombre daba unos cuantos pasos más, no la contaba. La patrulla tomó posición y se puso a defender al helicóptero. El enfrentamiento abierto comenzó, con la diferencia en que ahora ambos contrincantes eran visibles.
El combate cesó paulatinamente. A pesar de unos rastros de sangre, los resultados fueron neutros y la patrulla retornó a su base, sin novedad.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.