El general PNP (r) Carlos Morán era un capitán en el GEIN, a cargo del análisis de inteligencia, el día que esa pequeña unidad, creada por el entonces comandante Benedicto Jiménez, culminó una fulgurante serie de intervenciones contra las direcciones operativas de Sendero Luminoso con la captura de Abimael Guzmán y buena parte de la cúpula de Sendero.
Veinticinco años después de esa hazaña que definió victoriosamente la guerra, el general Morán, quien desempeñó luego un papel central en la lucha contra el narcotráfico y las organizaciones senderistas remanentes, recuerda ese día y sus lecciones. [NdR]

El 12 de Setiembre de 1992 empezó temprano para todos. Los equipos de vigilancia se habían amanecido controlando los objetivos; en la oficina se vivía un ambiente de expectativa, nadie decía nada, nadie quería moverse ni siquiera para almorzar, estábamos atentos a la transmisión radial de los compañeros que hacían su trabajo que iban describiendo que estaba pasando afuera.
Nuestros rostros reflejaban la ansiedad trepidante que nos acompañaba siempre antes de una intervención policial. La captura del “zorro” (Zenón Vargas Cárdenas) el mediodía adelantó el inicio de la operación; los equipos de intervención se organizaron rápidamente siguiendo un protocolo que daba la experiencia de 11 operaciones anteriores: nada quedo al azar, papeles, filmadoras, armamento, vehículos y la valiosa participación del Ministerio Publico, a través del fiscal Juan Coraje.
«¿Sentimos miedo? Creo en esos momentos el miedo es una reacción muy humana, […] nos embargaba la ansiedad por saber cómo terminaría ese trabajo».
Días atrás nuestro jefe, Benedicto Jiménez, había comentado que anhelaba desatar la operación el 15 de setiembre para festejar a lo grande el aniversario de la ex Policía de Investigaciones del Perú, de donde proveníamos la mayoría de los integrantes del GEIN, pero los hechos se venían sucediendo más rápidamente de lo pensado. La vigilancia fija sobre “El Castillo” arrojaba mayores indicios sobre la presencia de más personas en el interior de la vivienda: la basura analizada, los restos de medicamentos, cigarrillos, trozos de papel, todo esto aparejado con la detección de un nuevo personaje, “el zorro”, por los equipos de vigilancia, indicaba que estábamos en el camino correcto y que el desenlace final era cuestión de días o de horas.
Al caer la tarde los equipos designados salimos de la base para encontrarnos con nuestro destino. Yo iba en la parte posterior del automóvil conducido por el mayor PNP Luis Valencia Hirano y como copiloto estaba el comandante PNP Marco Miyashiro. En el trayecto muchos pensamientos me invadieron; trataba de interiorizar la frase que dijo Marco Miyashiro al partir: “ojalá que el loquito Verau nos traiga suerte”. En la intimidad de nuestros deseos era una última oración a Dios: todas las operaciones anteriores tenían un apelativo, y a esta la habían bautizado como “Verau” en memoria de mi entrañable amigo y compañero de promoción Carlos Verau, un destacado oficial de la DIRCOTE que dos meses atrás había sido asesinado por senderistas en el centro de Lima.
Llegamos y estacionamos a una cuadra de la casa. Mientras esperábamos, el mayor Valencia compartía cigarros con su copiloto, inundando el vehículo con el humo del tabaco y al mismo tiempo daba las ultimas indicaciones para proceder a la incursión. ¿Sentí miedo?, ¿sentimos miedo? Creo en esos momentos el miedo es una reacción muy humana, pero más que sentirlo, lo que nos embargaba era la ansiedad por saber cómo terminaría ese trabajo. La adrenalina fluía por los poros y las colillas de cigarrillos seguían agolpándose en el suelo.
Por fin llegó el momento de la intervención a la casa; fue una acción rápida, sorpresiva y de alta precisión y en cuatro minutos un grupo de hombres y mujeres policías, le dimos una estocada mortal a Sendero Luminoso y cambiamos el curso de la guerra en el país.
“Quienes son ustedes” era la frase que solo atinó a decir un sorprendido Abimael Guzmán. Ver al líder de Sendero Luminoso, al “Presidente Gonzalo”, a la “cuarta espada del comunismo mundial” – tal como lo llamaban sus seguidores- asustado y rodeado por dos mujeres que buscaban protegerlo, parecía una escena surreal. Las nerviosas damas que lo rodeaban, no eran otras que Elena Iparraguirre la numero 2 en la línea de mando y Laura Zambrano antigua responsable de Socorro Popular, un organismo que estuvo a cargo de las acciones más sangrientas en Lima a fines de la década de los 80
Han pasado 25 años de esa gesta y hay algunas lecciones aprendidas que valen la pena mencionar: La más importante: el Perú puede combatir y derrotar la barbarie terrorista u otras amenazas contra la seguridad nacional, respetando los derechos humanos dentro de un estado de derecho. El GEIN no fue producto de la casualidad, su legado fue el resultado final de un proceso de aprendizaje continuo que empezó en la década de los 80, con el valioso aporte de policías experimentados que enfrentaron inicialmente el fenómeno terrorista y se nutrió con la incorporación en los 90 de nuevos elementos de la Policía Nacional recién creada. Otra lección es que los procesos no deben ser interrumpidos, sino fracasan. El planeamiento para luchar contra la criminalidad organizada debe considerar tres elementos esenciales: una estrategia diseñada a partir de una diagnóstico real, una excelente selección del potencial humano y un liderazgo a toda prueba. La última, pero no la menos importante: se debe evitar repetir los errores del pasado, estigmatizar a priori a sectores de población que reclaman reivindicaciones laborales o gremiales de diversa índole, es alimentar las aspiraciones políticas de Sendero Luminoso reciclado en sus organismos de fachada. Las instituciones del Estado y la sociedad civil deben estar listas para confrontar la acción política senderista en ese nivel. Para las huestes violentistas de los Quispe Palomino en el VRAEM solo cabe una respuesta contundente que combine la fortaleza militar de las FFAA y la inteligencia policial, ambas bajo un solo liderazgo y conducción.