Camaná 615 era la dirección de la revista Caretas durante los años legendarios en los que la revista hizo historia en el periodismo peruano y latinoamericano, con una constelación de talentos reunidos a lo largo del tiempo por las presencias formidables de Doris Gibson y Marco Zileri, hoy ex director de Caretas, inaugura esta columna en la que vuelve a la esencia del periodismo: el reportaje; con la redacción de esa época dorada como recuerdo, guía y meta. Así, Camaná 615 vuelve, digital, nostálgica, esperanzada, a IDL-Reporteros.
Era un escolar apenas 15 años cuando fue ejecutado en Los Cabitos, en 1984. Sus huesos recién identificados, que reabrieron la herida y reavivaron el duelo de su madre, se vuelven hoy prueba clave de asesinato contra el alto mando militar en Ayacucho ese año.
Pide el joven sicólogo a la familia Cordero de La Cruz que se siente en semicírculo, alrededor suyo, en la antesala de la Fiscalía de Huamanga.
– Pongamos la mano donde se siente un vacío… Así…
Posa la palma de su mano en la boca del estómago.
– Para que el corazón no se altere…
Su misión es preparar a los deudos de Tito Arturo Cordero de La Cruz para el reencuentro.
– Cerremos los ojos…
La luz serrana del día ilumina el ambiente.
– Respiremos profundo…
Las paredes están cubiertas de baldosas blancas. Blanquísimas.
– Crucemos nuestras manos, como si nos fuéramos a abrazar…
Una extraña paz se apodera del grupo.
La figura de doña Albina de La Cruz domina la escena. El rostro severo está transfigurado por la ansiedad. Es la madre de Tito. Hace 36 años, unos individuos vestidos de civil y premunidos de armas largas se llevaron a la fuerza a su hijo de una calle de Huamanga y no lo volvió a ver más. Tito tenía solo 15 años.
Doña Albina denunció el secuestro a la Policía, tocó las puertas de la Prefectura, imploró en el cuartel militar Los Cabitos, suplicó una respuesta en la Casa Rosada, el semiclandestino centro de la inteligencia militar en Huamanga. Las autoridades negaron enfáticamente haberlo detenido. “Sendero Luminoso habrá sido”, fue la única respuesta.
La burda coartada ha sido desbaratada recién en los dos últimos años. Las excavaciones entre 2005 y 2010 de arqueólogos forenses respaldados por organizaciones de derechos humanos se centraron en una quebrada dentro de los linderos del cuartel militar Los Cabitos, conocida como La Hoyada.
Los arqueólogos dividieron las seis hectáreas en meticulosas cuadrículas y lograron exhumar los restos óseos de 109 personas.
“Todos tenían la cabeza vendada y una entrada de proyectil en la cabeza, un tiro de arriba abajo, lo que hace suponer que antes de morir la gente estaba acuclillada”, describió Ernesto Ambia, miembro del equipo de la Asociación Pro Derechos Humanos (Aprodeh) que acompañó las investigaciones del caso Los Cabitos.
Las excavaciones confirmaron la veracidad de los múltiples testimonios brindados a la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), el año 2003. A la fecha se conoce la identidad de solo 16 de esas 109 víctimas; una de ellas, Tito, el chiquillo de 15 años desaparecido el 14 de julio de 1984.
“Los restos de Tito se encontraron sin ropas. Lo habían enterrado desnudo”, recuerda Ambia.
Las pruebas de ADN establecieron fehacientemente que los restos humanos codificados como AY-HU-AVCD-A01/C01 correspondían a Tito Arturo Cordero de La Cruz. El martes 11 de febrero pasado, su madre, Albina, vendedora de cereales del mercado, y su padre, Avelino, maestro, confrontaron por primera vez los restos de su hijo sacrificado.
– Si quieren llorar, lloren…, insinuó dulcemente el sicólogo.
– Es normal, es sano. Van a vivir ustedes una experiencia íntima y fuerte…
En ese instante, el rostro de la madre se contrajo en un espasmo y ocultó con las manos sus ojos en llanto. La congoja contagió al grupo.

Tito Alberto Cordero de la Cruz era un estudiante del colegio Carmen Alto, en Huamanga. Fue secuestrado en la plazoleta de Carmen Alto, mientras jugaba fútbol, por dos individuos que se lo llevaron con rumbo desconocido.
En la PIP, la entonces Policía de Investigaciones del Perú, la madre asegura que recibió un mensaje escrito del puño y letra de su hijo: “Mamá, tengo hambre. Tráeme comida”. Luego habría sido trasladado a la temible Casa Rosada. “En la puerta yo lloraba y lloraba. Él me escuchaba”, narra la madre.
Hoy sus huesos, desenterrados en el cuartel Los Cabitos, acusan a su verdugo.
«El asesinato de Cordero de La Cruz es una de las pruebas más contundentes contra los altos mandos militares de Los Cabitos»
El protocolo de entrega de los restos humanos de la víctima a sus familiares se inicia con el “armado”, o traslado en estricto orden anatómico de los huesos que se hallan en una caja rotulada con el código, dentro de sobres manila, a un ataúd blanco. Los familiares, con mascarillas sobre nariz y boca, observan el ritual. El personal fiscal cumple con la tarea respetuosamente, sin apresuramiento, silenciosamente.
El acto se realizó en presencia del fiscal Alejandro Casallo. “Ya sabemos la causa de su muerte. La investigación se está acelerando. Este mes el caso llegará a la Sala Penal Nacional en Lima”, aseguró Casallo a los familiares.
El asesinato de Cordero de La Cruz es una de las pruebas más contundentes de la denuncia del Ministerio Público contra los altos mandos militares del cuartel de Los Cabitos por secuestro, tortura, desaparición forzada y homicidio en 1984, un cargo que debe oficializarse en las próximas semanas.
El jefe político-militar de Ayacucho durante parte de ese año era el general EP Adrián Huamán Centeno, hoy difunto y que, por lo tanto, no será investigado ni sentenciado. La denuncia es contra los generales EP Wilfredo Mori Orzo, quien lo sucedió, y Juan Abraham Briones Dávila; y los coroneles EP Manuel Jesús Parrales Paz; José Carlos Bertarelli Rodríguez y Nelson Gonzales Feria, como presuntos autores mediatos de los delitos de lesa humanidad.
La causa comprende 74 víctimas, 19 de las cuales, por secuestro y tortura, 38 aún desaparecidas, y 15 homicidios –trece de ellos exhumados en La Hoyada.
Se trata de la segunda etapa del proceso penal por delitos de lesa humanidad contra el alto mando militar en Ayacucho –que todos los años se renovaba– o Cabitos 84.
La Sala Penal Nacional sentenció Cabitos 83, luego de 12 años de proceso y 35 años de los hechos imputados, en agosto del 2017, condenando al coronel EP (r) Édgar Paz Avendaño a 23 años de prisión, y al coronel EP (r) Humberto Orbegozo Talavera, jefe del cuartel Los Cabitos, a 30 años de cárcel por delito de asesinato.
El jefe político-militar de 1983, el general EP Clemente Noel Moral, ya había muerto y, por tanto, no pudo ser juzgado ni condenado.
En ese proceso –Cabitos 83– fue clave el caso de Luis Alberto Barrientos Taco, 19, cuyos restos fueron exhumados precisamente en La Hoyada, en 2005.

De acuerdo a la CVR, en 1983 fueron asesinados por Sendero Luminoso o las fuerzas del orden –o desaparecieron–, solo en Ayacucho, 1,952 personas. El año siguiente fue aún peor: 3,316. En 12 años de lucha antisubversiva, 1984 fue el año más sangriento.
“La CVR ha determinado que al recurrir a la detención arbitraria dentro del marco general de la estrategia antisubversiva […] generalmente la información era obtenida bajo tortura, por lo que esta última práctica se constituyó en una de las principales fuentes de inteligencia contrasubversiva. Es bajo esa política que los agraviados fueron detenidos y posteriormente victimados”, describe la denuncia fiscal.
Treinta y seis años después, Albina de La Cruz y los padres o familiares de otras once víctimas fueron convocados para recuperar los restos de sus seres queridos.
O parte de ellos.
“A ciegas ha destrozado a este pueblo humilde y católico ese movimiento. La pobreza ha hecho a este pueblo víctima de la ideología y ha venido a enraizarse y a sacrificar la vida de niños inocentes”, lloraba un familiar.
– “Recordar lo bueno, ¿cuáles eran sus bromas?… así como queremos que nos recuerden, por lo bueno…”, induce el sicólogo, integrante del Plan Integral de Reparaciones, a la familia.
Al rato, una prima recuerda riendo a Tito jugando al casamentero y cayendo sentado sobre un tunal. ¡Ay, era tan travieso!, ríe.
Una sonrisa se dibuja en el rostro de doña Albina.
Se abre una puerta.
– “Pueden pasar”, dice amablemente una señorita.
En el nuevo ambiente, sobre una mesa está la caja rotulada con el código AY-HU-AVCD-A01/C01. Al costado, el ataúd blanco.
