“(Fue) tal vez una decisión medio romanticona, porque una de las trabajadoras de mi despacho es de Huánuco (…) y me manda un mensajito ‘parece que mi paisano va a ganar’. ‘¿Y quién es tu paisano?’ y me dice ‘Josué Gutiérrez’. Por ti lo voy a apoyar”.
Con estas palabras, el congresista Edwin Martínez, de Acción Popular, explicaba su voto a favor de la designación de Josué Gutiérrez como Defensor del Pueblo.
Martínez convenció además a María del Carmen Alva, expresidenta del Congreso, de votar igual que él.
“Nuestra idea era ser consecuentes (y por eso votamos en verde para Gutiérrez, porque el consenso era que había que elegir a alguien), pero no sabíamos que estábamos llegando a los 87 votos”, explicó Alva ante la mirada divertida de Martínez.
El horror disfrazado de chiste. Lo que dicen ambos congresistas es inverosímil, pero lo dijeron igual.
Acción Popular votó igual que Fuerza Popular en pleno y que 14 de 16 congresistas de Perú Libre.
Nada de esto fue un error
Por supuesto que esta designación no es producto de la casualidad o distracción inocente de la que parecen querer convencerse (¿convencernos?) Alva y Martínez. Todo el fujimorismo (de lejos la bancada más experimentada del actual parlamento) votó a favor de que un excongresista y vocero del partido de Ollanta Humala, áulico de Nadine Heredia y, más tarde, abogado de su —hasta hace muy poco– enemigo declarado y reciente aliado de ocasión, Vladimir Cerrón, se convierta en Defensor del Pueblo.
A Gutiérrez no le alcanzan las credenciales y, por lo que le escuchamos decir en la televisión, tampoco parece saber de qué va el cargo. Pero tal vez no importe: no está allí para que trabaje, sino para que estorbe. Quizás la tarea más importante de la Defensoría sea llamar la atención de la sociedad sobre las denuncias individuales y colectivas de vulneración derechos humanos por organizaciones del Estado (Policía, FFAA, Poder Judicial o Poder Ejecutivo).
Los admiradores de Bukele y Erdogan, los que reclaman reinstaurar la pena de muerte y que el Perú salga de la CIDH —esa “cueva de caviares”— están copando instituciones y ahora han elegido al Defensor del Pueblo.
Más que un topo, Gutierrez será un tapón. El encargo le va de perilla: no defenderá nada que incomode a los que cortan el jamón. De vez en cuando emitirá algún comunicado anodino, rústico e inútil, pero nada más.
Lógicamente, acallar a la Defensoría, cuya opinión no es vinculante, no es la única razón de que Josué esté allí y no la candidata del fujimorismo: Delia Muñoz.
Fujimorismo en expansión
Desde agosto del 2021, el fujimorismo modifica leyes y reglamentos para impedir que el Congreso sea disuelto y para ir acumulando poder en posiciones de todo aparato estatal (empezando por el Congreso). Ha funcionado hasta ahora: más de 60 muertos después, allí siguen.
En mayo de 2022, el Congreso eligió a seis de siete miembros del Tribunal Constitucional y lo convirtió en su refrendador particular. El TC respaldó al Congreso cuando le extirpó los dientes a Sunedu y lo volvió a hacer cuando un juez trató de impedir que se nombre a un Defensor bajo las circunstancias actuales. El magistrado Gustavo Gutiérrez llegó a decir que el Congreso no tiene que acatar los fallos del Poder Judicial.
En junio, el Congreso cargó contra la Sunedu e hizo amigos en todas las universidades basura y con problemas de gestión opaca.
Elegir al jefe de la Defensoría para ahogar escándalos es otro paso hacia la total concentración del poder. Como en 1992, pero con votos en vez de tanques: el Defensor del Pueblo preside el comité de siete miembros que elige a la Junta Nacional de Justicia que, a su vez, pone, quita, investiga, asciende y castiga a jueces y fiscales.
“Pero es solo uno”. Sí, pero los otros son: el presidente del TC, la fiscal de la Nación (el congreso busca inhabilitar a la única fiscal suprema que podría investigar a Patricia Benavides), el presidente del Poder Judicial, el contralor y dos representantes de las universidades, uno de las públicas y otro de las privadas. ¿Cuántos votos tiene el Congreso en esa comisión especial de siete miembros que nombra a jueces y fiscales? Al menos, cuatro.
Bajo esta luz, el fallo de la Sala Penal —presidida por el juez César San Martín— que declara ilegal cualquier protesta ciudadana que bloquee el tránsito adquiere un cariz diferente.
La JNJ también elige al jefe de la ONPE, así que al Congreso solo le falta el JNE para llenar su álbum y no hay a la vista quien pueda evitarlo. Ningún político tiene la legitimidad o fortaleza suficiente para oponerse y la ciudadanía sufre de indefensión aprendida disfrazada de indiferencia.
Los in-contentos
El plan del Congreso va viento en popa. ¿O es en realidad el plan del fujimorismo?
Algunos, en esa derecha que se alucina —o autopercibe— liberal e inteligente, reniegan del nombramiento de Gutiérrez. “Fujimorismo traidor”, gritan. Y desde un enfoque histórico es más o menos comprensible: el exabogado de Vladimir Cerrón siempre ha estado en trincheras que consideran enemigas. Por supuesto, también es comprensible desde un enfoque de código postal, fiesta de promoción y patio de universidad. Para ellos, aliarse con el fujimorismo era wákala, pero necesario: el albertismo tiene una tracción en lo popular con la que la derecha blanca no se atreve a soñar aunque todos allí tengan —como mínimo— un primo caviar.
Esa derecha necesita al fujimorismo para existir con alguna relevancia. El fujimorismo, en cambio, sólo los necesita para sumar en contra de la izquierda y el progresismo y recuperar el poder que le es arrebatado de las manos cada lustro desde hace 23 años. El estado rebosa de fujimoristas esperando a algún Fujimori y, si fuera cierto que un aprista no es más que un fujimorista esperando que Alan vuelva, entonces son muchos.
Vitocho García Belaunde, cuando todavía le importaba de qué lado del espectro político aparecía, me dijo: “no sabemos cómo se comporta el fujimorismo en grandes números”. Dos semanas después, PPK ganó la segunda vuelta y supimos.
Apoderarse del JNE y de la ONPE no solo está motivado por la venganza; realmente hay quienes creen que si no se puede ganar el partido con votos, se puede ganar en mesa.
¿Por qué elegir a alguien tan discutido como Gutierrez? Porque es útil: pertinente, dúctil y hábil. El fujimorismo no está interesado en formar alianzas que lo obliguen a respetar acuerdos o consensos. Gutierrez va como silenciador y operador político a la Defensoría y Delia Muñoz al TC en vez de Ferrero, quien tiene el mandato vencido. El fujimorismo es el pragmatismo hecho partido; no compartirá el poder con los otros grupos de derecha en tanto ello no les sea necesario. De Soto, López Aliaga, Añaños —o cualquiera de los que les hacen de cola—, nunca estuvieron en los planes de Keiko.
El fujimorismo está construyendo su segunda Matrix, una realidad paralela, un espacio en el que los hechos son lo que ellos decidan que sean. Ya hemos estado allí: Portillo, Blanca Nélida, Hermosa Ríos o Laura Bozzo lo deben recordar bien. En ese camino, el fujimorismo no necesita socios, apenas cómplices, y los votos de AP y de Perú Libre son más útiles en el corto plazo. Los «niños» no se blindaron solos.
Y esa derecha que se pretende “educada, liberal e inteligente” —con pretensiones políticas— que financia a la Pestilencia, que apalanca al fujimorismo en nombre de valores en los que no cree, se acaba de dar cuenta.