Florecen y se secan en un suspiro. Son un oasis en la bruma de nuestros tiempos. Tan pronto resucitan como desaparecen. De junio a octubre, desde tiempos inmemoriales. Las lomas de la costa peruana –que cubren de flores los cerros de Lima– han tenido este año una temporada espectacular. Una explosión de frescura y color prolongada por la presencia de un enfriamiento especial del mar en los últimos meses.
Un parque metropolitano
Veintitrés de mayo de 1991. Ese día el pueblo de Pachacámac fue estremecido por un estruendo aterrador. “¡El alcalde! ¡El alcalde!”, se escuchó gritar en sus calles. Paul Poblet Lind tenía solo 30 años cuando, temprano en la mañana, una ráfaga de balazos segó su vida frente a su esposa e hijos.
Dos años después, en 1993, en respuesta al fanatismo asesino de Sendero Luminoso, el pueblo pachacamaquino eligió a su viuda, Carola Clemente Hermoza, como alcaldesa.
Ella, a su vez, arregló, con gusto y criterio, la plazoleta a la entrada de la localidad en homenaje a los defensores de la cordillera de El Cóndor y el Cénepa. En ese espacio, un ficus centenario –el legendario “arbolón”– proyecta su enorme sombra sobre unos niños jugando a la pelota. Por encima de su frondosa copa se dibuja la silueta de las lomas de Pachacámac. Varias de ellas tienen nombres de frutos: las Lomas del Manzano y las del Chirimoyo. En 1992 se declaró una zona intangible, agrupándolas en una sola reserva natural: el Parque Metropolitano Paul Poblet Lind.

Unas pequeñas islas de vegetación
Este invierno, húmedo y cabreado, semillas largamente durmientes florecieron cubriendo de un intenso verdor antiguos pagos. La memoria de Poblet hasta en el musguito en la piedra; los senderos se entrecruzan en las colinas verdes. En lo alto, un hato de cabras perdidas en la niebla. Un muro con letras grandes: “UNACEM propiedad privada” corta el sendero carrozable. Se trata de un terreno de la empresa de cemento. Un paisano franquea el camino. El carro traquetea por el suelo esponjoso. Una lechuza observa atentamente. El vehículo se detiene a la altura de una mole pétrea cubierta de líquenes.
La puerta se abre, el biólogo Miguel Maldonado pisa el suelo cautamente. La V de Quebrada Verde es un anfiteatro colosal de verdor. Una florecilla –un diminuto capullo celeste– se mantiene altiva ante la irrupción humana, a tres centímetros del suelo.
– ¡Una Solanum neoweberbauerii!, exclama la activista ambiental y antropóloga, Gabriela García. La flor de papa, aclara.
Hay hasta cuatro variedades de papa en las lomas de Pachacámac: el asunto es más complejo, pero no es el momento de detenerse en galimatías científicas. Apenas hemos avanzado un metro desde que descendimos del carro y ahí están las begonias. Una mata de hojas gruesas adherida a las rocas atrapa la atención de García. Corona el tallo alto y elegante una flor blanca de ocho pétalos y estambre amarillo. Nos abrimos paso por un sendero. La colonia compacta de begonias se mece ligeramente con la brisa. Los pies se hunden en la vegetación que cubre la loma hasta donde se pierde la vista. Una torta seca de bosta de vaca delata a los visitantes previos.

La búsqueda en el teléfono inteligente arroja la fabulosa Guía de flora de las lomas de Lima (SERFOR, 2015). Se han encontrado semillas de begonias en sitios tan antiguos como la Ciudad Sagrada de Caral, en el valle de Supe, y Loma Paloma, en Chilca.
Un claro en el cerro revela el sustrato debajo del vergel: la rica, oscura y delgada capa de tierra orgánica. Un muro pequeño construido con la misma piedra del monte delata la huella del hombre. Son vestigios de una terraza construida por el antiguo peruano. La temperatura fría de la piedra condensa la humedad, las gotas de agua se filtran entre la piedra caliza y aún alimentan los puquiales que emergen briosos cuenca abajo.
“La loma es tan biodiversa como el bosque tropical”, explica García, analizando otra diminuta flor al milímetro. “Las especies no compiten entre ellas, se complementan. Unas tienen de inga y otras de mandinga, conviven sin pelearse, no como los humanos”, hace un ademán impaciente con la mano. Un bosque tropical a escala bonsái. La Guía de flora ha identificado 134 especies de plantas silvestres, muchas de ellas endémicas –como la flor de Amancaes– y algunas en vía de desaparición.
El primer anuncio del inicio de la temporada de lomas es la florescencia de la Begonia geroniifolia; el fin de la temporada lo anuncia la florescencia de su prima hermana de ocho pétalos. En un día luminoso, las lomas teñidas de colores pudieron verse desde los galeones españoles en el mar. “Un agradable rocío enverdece los cerros durante el invierno cubriéndolos de flores de varios colores que atraen graciosas aves como los ruiseñores”, describió fray Buenaventura de Salinas y Córdoba en su Memorial de las historias del Nuevo Mundo Pirú de 1631.
Un botón diminuto de color morado, una brizna lila, una hojita singular, una raíz intrincada. Cada planta es única. Una gota de agua prendida de un pistilo. El minúsculo capullo resalta a través de la lupa microscópica. La niebla se ha ido disipando con la mañana. “Se llevan las flores sin saber que fuera de su hábitat se marchitan muy rápidamente”, lamenta Maldonado.
La silueta de un toro recortado contra el cielo gris aparece en la cima de la montaña. El pastor y el resto de las reses se dibujan luego. Desde Huarochirí descienden pastores desde tiempos inmemoriales para alimentar a sus animales en estas pequeñas y frágiles islas de vegetación. Lo que queda aún de una población trashumante.
Bienes raíces

De repente, un estruendo rebota en las montañas y parece dejar el tiempo en suspenso.
– Son las 12 del mediodía, anuncia García sin molestarse siquiera en mirar la hora.
Es la explosión en la cantera de la UNACEM –la Unión Andina de Cementos S.A.A.–, a la vuelta del cerro.
Hasta las aves enmudecen.
El año pasado, el Ministerio del Ambiente (Minam) concedió a la UNACEM el reconocimiento oficial del Área de Conservación Privada (ACP) Lomas de Quebrada Río Seco, la primera de su clase en Lima Metropolitana, con el objetivo de que la empresa se ocupe de la conservación de un ecosistema de lomas. Se trata de 787.82 hectáreas ubicadas en el distrito de Pachacámac y que se superponen al área del Parque.
Pero el ACP tiene una vigencia de apenas diez años, un asunto que inquieta a García, Maldonado y a los demás miembros de la asociación Defensores de Las Lomas, preocupados de que esa zona se convierta a la larga en una bolsa de cemento.

Una tropilla de parapentistas y ciclistas de montaña es otra entusiasta defensora de las lomas contra la explotación minera y contra las mafias de terrenos. Una recatafila de enormes carteles en el perímetro del Parque da cuenta de la guerra inmobiliaria que, a grandes dentelladas, devora las lomas para construir condominios y casas de campo. Pero la mayoría quiere que el paisaje se conserve por siempre. Mientras tanto, un solitario algarrobo en la cima del cerro suele ser regado por los deportistas con el agua de sus cantimploras, en una especie de pago urbano a la Tierra.