La semana pasada el presidente Vizcarra anunció que se iba a prolongar el encierro masivo hasta fines de mayo.
¿La razón? Que la pandemia, como era más que evidente, continuaba expandiéndose. El fracaso de los cada vez menos metafóricos ‘martillazos’ se debía, según Vizcarra, a la indisciplina de la gente, aglomerada, por ejemplo, en los mercados en lugar de quedarse en casa. Así que, aflojando un poquito en ciertos rubros, la respuesta fue una quincena más de martillo.
Mortalidades
No se necesita gran perspicacia para percibir que esos martillazos han sido eficaces en fracturar los huesos de la economía, pero poco útiles en frenar la epidemia. ¿Por qué persistir entonces en un costoso error?
El argumento es que si no se hubiera hecho eso, la situación sería muchísimo peor. Ello pudiera ser verdad si se lo comparara con no haber hecho absolutamente nada.
Pero, incluso frente a naciones que han tenido acciones contradictorias ante la pandemia, con fuertes conflictos entre varios niveles de gobierno, como en Brasil, las comparaciones sobre los daños ocasionados por el Covid-19 en pérdida de vidas son desfavorables para el Perú.
Veamos, por ejemplo, el cálculo comparativo de muertes por Covid-19 hecho por la BBC sobre la base de datos de la universidad Johns Hopkins, actualizados al 12 de mayo. Al lado de las cifras absolutas, figura el índice de víctimas mortales por cada 100 mil habitantes, que es la manera de establecer, al margen de las diferencias en el número de habitantes, la mortalidad específica en cada país por la epidemia.
Aquí está:
En Sudamérica, como se ve, el país que de lejos ha sufrido la mayor mortalidad es Ecuador (12,6 muertos por cada 100 mil habitantes). El segundo en ese deprimente ranking es el Perú, con 6,1 muertos. Luego viene Brasil, con 5,6 muertos en el mismo índice. Comparativamente, Chile tiene 1,8 y Colombia 1,0.
Otras bases de datos, como el Worldometer, dan, con mínima diferencia, el mismo resultado. Así lo muestra el ranking de muertes por Covid-19, por millón de habitantes en Sudamérica, al 11 de mayo:
- Ecuador: 122
- Perú: 59
- Brasil:53
- Chile: 17
- Bolivia: 10
- Colombia: 9
- Argentina: 7
- Uruguay: 5
- Paraguay: 1
- Venezuela: 0.4
En Sudamérica, el Perú es uno de los países que impuso confinamientos más tempranos y rigurosos. Sin embargo, como se ve, solo está por debajo de Ecuador en cuanto a la mortalidad específica por la pandemia. El confinamiento, la rígida cuarentena, no se tradujo en una menor pérdida de vidas humanas.
Asumimos que en todos los países hay un subregistro. Sabemos que ese es el caso en el Perú. En el de Venezuela, lo más racional es considerar que sus cifras no se corresponden en absoluto con la realidad. En los otros países, sin embargo, es probable que los promedios de subregistro no alteren la comparación.
El “Shock Sanitario” y los daños colaterales
¿Cuáles han sido los daños a la economía del país y a la vida de la gente ocasionados por el prolongado encierro de la población con un cese virtualmente total de actividades productivas?
Enormes, como nadie ignora en el Perú.
¿Eran necesarios? ¿Acaso la única manera de sobrevivir?
No, claro que no. Lo hemos visto ya, pero lo desarrollaremos más en la segunda entrega de esta nota.
Ahora, observemos con detalle lo que han significado los martillazos para los bienes y servicios, las transacciones, patrimonios, empleos, trabajos, ingresos, pobreza.
Al empezar, sin embargo, tengamos claro que nuestro país no es una isla en la desgracia económica.
La pandemia tendrá un efecto profundamente recesivo sobre la economía mundial. No está claro hasta dónde llegará ni qué sectores, aparte de los más obvios (turismo, por ejemplo) sufrirán con mayor fuerza la recesión. Tampoco sabemos aún qué tipo de cambios políticos acaecerán como resultado de la peste.
«El problema, como se ve, es el martillo. Y la solución radica en cómo enfrentar con éxito la pandemia del Covid-19 sin destruir la economía a combazos».
La experiencia histórica indica que períodos de gran alarma suelen promover acciones para fortalecer regímenes autoritarios o intentar imponerlos. Las democracias sólidas demuestran su fuerza en circunstancias como esa y logran prevalecer, pero las más débiles enfrentan tiempos turbulentos y peligrosos.
Hay que tener presente, a la vez, que, en medio del infortunio, nuestro país estuvo en mucho mejores condiciones que otros en nuestro rango de desarrollo para enfrentar el violento choque de la pandemia. El sostenido crecimiento que, salvo el 2008-2009, tuvo el Perú en los primeros veinte años de este siglo, junto con un manejo por lo general pragmático y sensato de las finanzas públicas, encontraron al país saneado, con buenas reservas y con crédito internacional. Ello ayudó mucho a aminorar el golpe.
Así que pudo haber sido peor.
Pero de todos modos fue muy malo.
IDL-Reporteros entrevistó a varios economistas, de generaciones y tendencias diferentes, para que diagnosticaran el nivel de daño que hemos sufrido y lo que ello puede significar en términos de los empleos perdidos, la pobreza incrementada, el horizonte recesivo.
Al responder, buena parte de ellos se refirió a una publicación reciente, este 8 de mayo, en el blog Foro Económico. “Perú: Estimando el impacto macroeconómico de COVID-19”. Sus autores son Bruno Seminario, Luis Palomino y Gonzalo Pastor. Aunque el título haga destemplar los dientes idiomáticos, el contenido es revelador.
La crisis, explican los autores, no obedece a ninguna de las causas tradicionales. En este caso, “ha sido gatillada en el sector salud y amplificada por una paralización casi total de porciones significativas del sector servicios que son intensivas en uso de mano de obra […] Negocios de restaurantes y hoteles, transporte, servicios personales y comercio están cerrados durante la cuarentena, con un impacto severo sobre la tasa de desempleo, especialmente en Lima metropolitana”.
Y la crisis ya tiene un nombre: el “Shock Sanitario”.
¿Indicadores? “El consumo de energía, el valor de comercio exterior, la masa salarial, las ventas internas muestran una caída del 25 al 40 por ciento entre abril 2019 y abril 2020. Las ventas de cemento cayeron casi el 94% y las importaciones de bienes de capital el 38%. La inversión pública cayó casi el 30% respecto del año pasado”.
El “ponderador líder” de “diversos estadísticos de actividad económica” registra una caída “interanual” de 42 por ciento en abril de este año. En cuanto al “indicador de inversión bruta”, la caída es estimada en 78 por ciento entre abril 2019 y abril 2020”.
El gráfico que sigue, tomado del estudio que cito, ilustra la brutal caída de la actividad económica:
A la derecha de la caída vertical, en rojo, está la curva hipotética de la recuperación, que por ahora es solo eso: una hipótesis esperanzada.
Y esta, en expresión gráfica, según la ponderada apreciación de los autores del informe, sería la caída proyectada del Producto Bruto Interno (PBI) en 2020.
Lo expreso en porcentajes: antes del Covid-19 teníamos, de acuerdo con los autores, la proyección de un crecimiento modesto del 2,4% en 2020. La pandemia significa un decrecimiento proyectado del –16%.
Será el peor decrecimiento en un año que hayan visto (y experimentado) los ciudadanos que viven en el Perú de hoy.
Ni la económicamente desastrosa década de los 80 en el siglo pasado sufrió contracciones iguales a la que se proyecta este año. En 1983, la caída fue del –10,4%. Y aunque los tres últimos años del primer gobierno de Alan García acumularon decrecimientos junto con una terrible hiperinflación, ninguno pasó del -13%. Así, en 1988 se decreció en –9,4%; en 1989, el peor año, en –12,3% y en 1990 en –5%. Ya hemos visto que este año, 2020, se calcula un -16%, si las cosas no empeoran.
Probablemente esta haya sido la caída más súbita y rápida en la historia de nuestra República. Las hubo peores. La guerra con Chile claramente lo fue, pero tomó varios años de preludio, desarrollo y desenlace. Esta sucedió virtualmente de un momento al otro. Quizá ni siquiera se deba considerarla como una crisis sino como un siniestro de enorme dimensión.
La opinión de los economistas entrevistados por IDL-R coincidió en el diagnóstico global y solo difirió en la precisión del detalle.
Luis Miguel Castilla incluyó el factor externo en su apreciación: “Esto es una combinación del shock de demanda y de la oferta, hay una contracción en la demanda externa, el mundo está en recesión, el precio de los commodities [materias primas] ha bajado, el cobre ha caído casi en un 20%, caen las remesas que recibimos, y a eso se le suma la cuarentena… [La crisis] en general nos estaría haciendo retroceder 5 años atrás”.
La proyección de pérdida de puestos de trabajo, según Castilla, “… fluctúa entre 700 mil empleos formales perdidos este año, y entre 2 y 3 millones de empleos en riesgo”. El problema, añade es que, “el 70% de la población son trabajadores informales, se va ver forzada a trabajar cuando aún no se ha controlado la pandemia y eso puede afectar su salud […] en general la pobreza va a aumentar en 8 puntos, lo que hemos generado en 5 años se va a esfumar”.
Un dato actual muy importante, indica Castilla es que “… el ingreso promedio de los trabajadores en segmento C y D en estos últimos meses ha caído en un 60% desde que empezó la cuarentena, esto es una brutalidad […] Nunca ha habido una crisis tan aguda y tan rápida”.
Óscar Dancourt mencionó un tema importante: cómo va a debilitar al Estado una economía en recesión. “[…] no tengo la cifra oficial de cuánto menos va a recaudar el Estado o su déficit fiscal, tendremos que esperar a [la información de] la Sunat pero debe ser un desplome considerable, tal vez un 30% […] Hay 14 millones de trabajadores en la economía urbana, a ojo de buen cubero el 80% debe haberse visto afectado por la paralización”.
Richard Webb dio una primera apreciación sobre la crisis actual: “Todo sugiere que va a ser de gran magnitud, pero estamos en un naufragio… es casi absurdo adivinar un número […] No creo que pueda compararse a la guerra con Chile, entonces perdimos casi la mitad del PBI […] ahora van a haber sectores más afectados que otros, como la agricultura de exportación por ejemplo. No se trata solo de decir que abran las minas o mandar a los buques a pescar, los precios de los mercados extranjeros bajarán también”.
En esta crisis, dijo Carlos Ganoza Durant, “entre el 40% y 70% de la población se afecta de manera negativa y de forma severa”. Dentro de ellos, “el sector más afectado es el de los informales, son cerca de 11 millones de personas que se dedican a esas actividades. El 40% de los hogares depende de hogares informales para sostenerse, […] dependiendo de la respuesta del Estado, veremos un empobrecimiento masivo. El estimado es que la pobreza pudiera aumentar en 8 puntos. Si aumenta más, significaría retroceder 15 años”.
Gianfranco Castagnola busca puntos de comparación: “Yo he vivido las crisis de las décadas del 70, 80 y 90, pero nunca he visto algo como esto. La economía del país, en la lucha contra la pobreza, puede estar retrocediendo una década, en un rango entre 8 y 10 años”.
Castagnola anota el contraste entre casi 20 años de crecimiento económico y la situación actual: “En promedio crecíamos entre 2 y 4 % ahora esto será brutal. Detrás de esa cifra asoma el desempleo, la quiebra de empresas, el gasto constante de ahorros. Todos saldremos más pobres”.
¿Qué hacer para emerger de la crisis actual con el menor daño posible? Como siempre, no hubo consenso entre los economistas, aunque ello fue en el ámbito no económico. Mientras algunos piensan que la cuarentena es inevitable, otros sostienen que se debe tomar acción ahora.
“Extender el confinamiento” dice Carlos Ganoza Durant, “es reconocer que no tenemos la capacidad ni la imaginación de controlar la pandemia para hacerlo sin daño colateral para la economía familiar. […] una cosa es una cuarentena de 1 semana o un mes, pero 10 semanas podría causar más mal que bien. 10 semanas sin la ayuda adecuada es liquidar económicamente a las familias […] El problema es que igual la epidemia está descontrolada”.
La extensión de la cuarentena, afirma Luis Miguel Castilla, “… ya está jugando fuera de tiempo, lo más prudente es abrir la economía y focalizar el esfuerzo público [de salud] en las áreas con mayor riesgo […] Estamos en una fase en la que los intentos de controlar la pandemia a través de las medidas de confinamiento social [que] era para ganar tiempo para que hubiera suficiente capacidad de atención hospitalaria, [pero dado que] esta ya se ha visto rebasada, ya la economía no puede estar parada por más tiempo”.
Pese a lo brusca y brutal que ha sido esta crisis, existen hoy posibilidades, que no hubo en crisis anteriores, de salir de por lo menos lo peor de ella. En las anteriores, el Estado fue un protagonista sistémicamente debilitado, sin reservas, ni recursos. El Estado de hoy mantiene fortalezas estructurales, sobre todo la salud financiera previa al shock y la que aún conserva, que le permitirían tener un papel central en la recuperación del shock sanitario.
La parte final de la publicación de Seminario, Palomino y Pastor busca describir numéricamente lo que sería necesario para recuperar al país de esta crisis inédita.
Se titula “Aritmética de la Recuperación Económica” y trata de calcular “el tamaño del impulso fiscal necesario para revertir la economía a su crecimiento pre-COVID 19”.
Ese nivel de crecimiento, era, como se ha dicho, de un modesto 2,4% anual. Alcanzarlo después de esta crisis exigiría, según los autores, “aumentar el gasto fiscal en un rango de aproximadamente 18 a 26 por ciento del PBI en 2020”.
El objetivo de ese enorme gasto fiscal sería provocar “una recuperación económica con tasas de crecimiento mensual (comenzando mayo 2020) que serían el doble de aquellas registradas cuando a recuperación de la CFI” [la crisis de 2008-2009].
El escenario de recuperación enfrenta los riesgos de la desaceleración por la grave contracción que ya ha provocado el shock sanitario. Un riesgo mayor es que se retrase el levantamiento de los confinamientos o si se retorna luego a imponer nuevas restricciones.
El problema, como se ve, es el martillo. Y la solución radica en cómo enfrentar con éxito la pandemia del Covid-19 sin destruir la economía a combazos.
¿Cómo hacerlo? ¿Lo lograron otros? ¿Podemos tener una solución eficaz y adaptable a nuestros niveles reales de gestión?
Lo veremos en la entrega siguiente, final, de esta nota.