—¿Y?, le pregunté al oficial.
El oficial sorbió un poco más de café. Me relataba con convicción su experiencia: “Una noche, justo a la hora de acostarme, un perro que teníamos en la base se puso a ladrar como loco. Entonces llamé a un sargento y le pregunté qué le pasaba. El sargento me respondió:
—Es que ha venido el Maligno, mi capitán.
—¿El Maligno? ¿Quién es el Maligno? ¿Un cabo o un sargento?, le pregunté alarmado.
—No mi capitán, el Maligno es un demonio. ¡Y está en el patio!
Se me erizó la piel. Te juro que pensé que iba a aparecer en la ventana. El perro salió corriendo hasta el patio y se puso a ladrar. Tomé un poco de valor y por una de las rendijas de la barraca de madera me puse a observar. Pude ver una especie de remolino que flotaba y el perro lo perseguía ladrándole”.
El café se había terminado; el oficial sonreía.
***
He escuchado decenas de historias como esa, incluso antes de conocer la selva. No es extraño que los soldados que hacen guardia por las noches inicien un tiroteo contra un enemigo invisible y la comprensión de los oficiales da para que le crean. No hay sanciones para atacar a un fantasma a balazos. Dentro de lo racional que uno intenta ser, debe subordinarse sino a la creencia, por lo menos a no buscar un enfrentamiento con lo desconocido. Otro oficial me relató que una noche, mientras patrullaba y debía cruzar un cementerio, la tropa se negó a seguirlo: habían detectado al Tunche en inmediaciones.
El año pasado, estaba escribiendo como a las dos de la mañana en mi oficina y sentí unos gritos de llamada de atención que provenían del límite de la base de Villa Virgen. Llamé al teniente de ronda y este me comunicó, como si fuera de rutina: “el sargento Huamán Ahumada dice que el Tunche está por su puesto y no quiere regresar a la guardia”. Me dirigí hacia allá y hallé al sargento lívido, alejado varios metros del torreón. Me relató la ocurrencia de su pánico y me dijo que no regresaría. Para quien no comprende el mundo paralelo que se teje en la selva, podría tratarse de una insubordinación, pero parece que comenzamos a acostumbrarnos a ese óbice de no saber que es lo real, que es lo ficticio y qué cosa son del más allá y qué cosas son terrenales, o del más acá.
Como lo he expresado anteriormente, la capacidad de combate de los selváticos o charapas, es impresionante. No podrían morirse de hambre. Se alimentan sin demasiada exclusividad, son valientes, arrojados, soportan la fatiga, el sobrepeso del equipo, ven detalles que son difíciles para otros y hasta parecen tener cierta clarividencia para orientarse, cruzar cochas o discernir el final de un sendero. Sin embargo cualquier sospecha de la aproximación del Tunche, los anula. El silbido con el que lo identifican los aterroriza y rompen cualquier norma escrita si es que lo presienten.
Los casos parecen descabellados, pero ni tanto. Poco después de la emboscada de Sanabamba, un jefe de base solicitó el relevo aéreo de un soldado. Cuando se le preguntó por el motivo de la solicitud, la respuesta fue:
—Está poseído.
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El “Chullachaqui” es el duende más temido. Su principal característica es la capacidad de extraviar a la gente dentro del monte. Me cuentan que es feo de rostro, pero tiene la capacidad de parecerse a un amigo o conocido de su víctima. Un oficial me explicaba cómo un soldado se perdió dos meses en la frontera con Colombia y sobrevivió de milagro comiendo aguajes. Los relatos de los extraviados son similares: al parecer alguien de confianza los llama y cuando reaccionan, ya están perdidos. Otra patrulla se detuvo de improviso al hallar en su camino una chacra perfectamente ordenada y cultivada. Le pidieron al teniente no hacer ruido porque era “la chacra del Chullachaqui” y no debían molestarlo. Además le dejaron cigarros encendidos, “porque le gusta fumar”. El mismo oficial tuvo que asistir obligado a un ritual en el que tuvo que fumar toda la noche, para rescatar a una niña en poder del duende. Se impresionó mucho: sobre el centro de una covacha, la niña estaba con los ojos cerrados, amarrada con sacos, retorciéndose y hablando improperios.
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Creer o no creer, resulta una decisión que proviene de la propia educación personal. Lo que sí es obligatorio, es creerle al otro: entender cuando la piel se le eriza, cuando expresa el convencimiento de su creencia. Aunque no voy a relatarlo pues prefiero evitar el limbo de la ficción, una vez por incrédulo, salí mal parado de una situación similar y entendí (y me atengo ahora, con mucha severidad) esa vieja canción: no juegues con el diablo; el diablo tiene candela.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.