— Súbase, me dijo el hombre frente a la mula.
No quise. Sabía que eran como siete horas de camino y que el peso del equipo dificulta las marchas, pero no quería tomar el riesgo. Alguna vez el paraje fue recorrido por pelotones de tupacamarus y aunque se sabía que estaban extinguidos, en la selva se cuecen cosas de las que nunca se sabe.
El camino no era muy alentador. Se trataba de un estrecho sendero que penetra la selva, más allá de Soritor, y los últimos días, con la lluvia y el tráfico de jumentos, cada paso era peor que el anterior. El sol se alzaba con nitidez y se hacía abrasivo.
Íbamos hacia el Dorado. Nos acompañaba el funcionario electoral que estaría encargado del proceso. Era la primera vez de todos: de nosotros en ese lugar, del joven funcionario y el del pequeño poblado del Dorado.
Varios años antes, una sequía asoló Cajamarca y un grupo de agricultores tomó la decisión de escapar de sus pueblos. No daba ni para el pan llevar. Se internaron en esos horizontes que conocían de lejos y de oídas. Semanas después, hallaron un área cercana a un río que permitiría levantar sus casas, su plaza/campo de futbol/vóley/pista de desfile, y hacer chacra.
Lo fundaron y volvieron con sus familias. Recorrieron desfiladeros, y selvas hostiles de animales sorprendentes. No necesitaban más que eso. La tierra para vivir, comer y crecer.
***
Para las elecciones, los dorados se reintegraban al país, por una convicción democrática que ni ellos comprendían. En ese lugar donde el brazo de la civilización no alcanza, una elección podía ignorarlos. Al principio, los dorados entendieron que debían saber en dónde votar. Y para eso tenían que saber, en qué punto del país estaban. Enviaron comisiones a las gobernaciones de San Martín y Amazonas.
— Ustedes pertenecen a Amazonas- les dijeron en San Martín.
— Ustedes pertenecen a San Martín- les dijeron en Amazonas.
Los dorados iban y venían sin éxito, hasta que lograron, que un estudiante universitario llegara provisto de un navegador satelital. El estudiante les dijo, por fin, en donde estaban:
— Están en el distrito de Ohmia, provincia de Rodríguez de Mendoza
Pero también les confesó que a solo cuatrocientos metros comenzaba el departamento de San Martín.
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Así, en cada elección los dorados debían dar su lejano voto, para lo cual tenían dos alternativas. La primera era cruzar a mulo la cordillera hasta alcanzar Ohmia. La segunda; hacer el recorrido a pie hasta San Marcos, en auto hasta Soritor, trasbordo a Rioja; nuevamente avanzar hasta Jazán y de allí a Chachapoyas. En esa capital, debían abordar otro transporte con dirección a Rodríguez de Mendoza y una vez allí, seguir hasta Ohmia.
Llegar a Lima se les hacía menos trabajoso.
Por eso, cuando la ONPE les comunicó que habilitaría una mesa de sufragio, los dorados sintieron que el progreso llegaba. Había llegado como tantas otras cosas. No precisamente con nosotros y las ánforas, sino con algo más visual: el cine.
En el Dorado hay un salón comunal. Como en otras partes, es el lugar de las reuniones importantes, de las asambleas, las fiestas y también los velatorios. Como la señal de televisión no llegaba hasta esos espacios, se decidió comprar un televisor junto a un reproductor de DVD. Se le instaló precisamente en el salón comunal, que también pasó a tener la función de sala de cine.
Con el pasar del tiempo, los dorados terminaron convirtiéndose en cinéfilos. En las ciudades donde la televisión es parte de lo cotidiano, los personajes de la farándula y los deportes son habituales. En cambio, en El Dorado, nadie sabe quiénes son. En el Dorado solamente se sabe quién es Anthony Hopkins, Quentin Tarantino, Morgan Freeman o Javier Bardem. Los niños se han alimentado de cine y es de lo único que podrían hablar con naturalidad, además de las cosas del campo.
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Llegamos entrada la noche, rodeados de niños que nunca habían visto un soldado y armamento. Aprecié el lugar hermoso; con una cadena de elevaciones coronadas por cedros sin memoria y un río sin apuros.
Sin luz ni telefonía, perfectamente aislados y sujetos a la realidad por el vínculo de la fantasía del cine, los dorados se disponían a participar en unos comicios en donde jamás conocerían a los candidatos. Como la elección era de alcaldes y presidentes regionales, resultaba mucho peor, pues cualquier intercambio comercial por más mínimo que fuera, lo hacen en las poblaciones de San Martín y no con las de Amazonas.
Para los postulantes de Amazonas, también sería como recibir los votos de una compañía de desconocidos.
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La jornada electoral ha terminado. Ha obtenido el triunfo un extraño para ellos, aunque hay una sensación de alivio porque en el departamento vecino la victoria la obtuvo un candidato que era del agrado de muchos. Se han enterado por la radio. Cuando las ánforas están listas para el retorno, los dorados convergen en el salón comunal, ponen música y sacan cerveza de un congelador a kerosene. Me llama la atención el congelador y me cuentan que, para llevarlo hasta allí, un día todos los hombres abandonaron el pueblo y con mucho cuidado subieron el aparato por la trocha, con el mismo cuidado con que se llevan los santos en procesiones. Se tomaron una semana, pero lo valió.
— Imagínese lo que es tomar la cerveza caliente, y con este sol.
Al día siguiente, inicié el recorrido de vuelta viendo un puercoespín amenazado por los perros y a los niños curiosos yendo despacito hasta la escuela. No sé si volveré.