Nuestra historia, suele ser un cónclave de yerros y omisiones. En un país que ha soportado cruentas guerras y revoluciones a tropel, el papel de la mujer en la construcción de la nación de una u otra forma se ha topado con una enorme desmemoria machista, que apenas aborda contados nombres de una que otra heroína, para dar paso a una prominente presencia masculina. En su versión más moderna, el nombre de María Elena Moyano resume el sacrificio físico de la mujer dándole la cara al terror. Sin embargo, han sido muchas más. En bastantes casos, empuñando las armas.
Las tropas de Cáceres no podrían haber soportado el inmenso desgaste de la campaña de La Breña, sino hubiera sido por las rabonas. Es interesante apreciar que a pesar que este sacrificio está descrito en los numerosos relatos sobre este hecho, la relevancia siempre se lo llevan los valientes breñeros, más no las breñeras, como si estas no hubieran tomado parte del conflicto.
Una nublada mañana del año 1997, cincuenta damas pertenecientes a la promoción número 107 de la Escuela Militar, hicieron su aparición por ese centro de estudios, tradicionalmente diseñado y gobernado por hombres. No imaginábamos qué tanto representaría como cambio. El proceso de adaptación no fue fácil. Implicaba la modificación de una cultura organizacional de 100 años. La mujer representaba la madre, la esposa, la novia, pero jamás la combatiente profesional.
Finalmente, se dio. Pronto, las dificultades en el tratamiento, en determinar qué servicios podían hacer y cuáles no, qué especialidades podrían ejercer o a qué cursos deberían acceder –teniendo en consideración nuestra larga trayectoria en fuerzas especiales—se fueron esclareciendo. Paulatinamente, las mujeres en el Ejército, en la Armada y la Fuerza Aérea han ido incorporándose con éxito a tareas y competencias que en ese 1997 veíamos lejanas: hay cientos de mujeres paracaidistas, anfibias, maestro de salto, caída libres, ingenieros militares y especialistas en telecomunicaciones. Aunque las armas de combate, como la infantería, artillería y caballería todavía carecen de damas, esto es solo de forma aparente.
Se ha hecho común que mujeres de cualquier graduación tengan mando sobre varones y en el propio batallón que comando –que es una antigua unidad de infantería motorizada– hay oficiales y suboficiales mujeres, lidiando en el día a día con cientos de soldados hombres, sin amilanarse en absoluto.
Las mujeres no tan débiles: la otra cara de una moneda
Como suelo comentar, mi generación ingresó al Ejército en un momento bastante álgido. Un gran número de los instructores que teníamos venían de pelear en alguna parte, sea en la frontera con Ecuador, en el Huallaga, en Ayacucho, las alturas de Junín o en las selvas de Satipo o Amazonas. La casuística era enorme y dentro de esta, solíamos oír relatos sobre mujeres terroristas, cada una más sanguinaria que la otra. Las responsables de los tiros de gracia. Así, fueron Sendero Luminoso y el MRTA quienes incorporaron a la mujer dentro de su infantería, papel que el propio Estado no contemplaba ni en sus mejores sueños. Yo solía leer documentos incautados a senderistas en los que se describía su profundo arraigo a las normas de conducta del PCP. La presencia de estas damas se ha dado en varios contextos violentos. La toma de la residencia del embajador del Japón no fue exclusividad de varones y la escurridiza camarada Olga brega en el VRAEM amparada por una numerosa hueste que la protege a diestra y siniestra.
El 1 de junio de 1987, los policías de la comisaría de Uchiza no podían creer lo que veían. Dos mujeres aparecieron a media tarde. Una, de tez morena, venía uniformada como ranger. La segunda, fue descrita con “cabellos rubios”. Pidieron hablar con el capitán Raúl Carvajal, el comisario. Le exigieron al capitán que deponga las armas a cambios de sus vidas. El capitán se negó y de inmediato lo asesinaron. El ataque duró varias horas y les costó la vida a otros cinco guardias civiles.
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El machismo es un patrón cultural que será difícil de erradicar, pues tiene milenios. No es, sin embargo, imposible. Los escasos niveles de educación a lo que ha estado sometida grandes proporciones de nuestra población es lo que lo hace viable, como suele suceder con todos los fenómenos de la anomia social. Me resultaba llamativo ver, en los poblados de las afueras de Azángaro, a los hombres andando cinco metros delante de su esposa y a ella cargando con toda la prole. Era una costumbre ancestral o de igual manera a los apus de ciertas etnias amazonenses provistos de la facultad de tener cinco o seis esposas. Una helada tarde, en una base del altiplano hice traer a un campesino que le había roto una costilla a golpes a su esposa. Estaba medio oscuro; no podía distinguirle los ojos debajo del sombrero y comenzaba a granizar. Le pregunté:
– ¿Por qué le has pegado a tu mujer?
– Porque es mi mujer, me respondió.