Desde hace unos años, la comida peruana ha comenzado a encandilar paladares más allá de nuestros límites. Sea como destino gastronómico para turistas extranjeros o por la migración de cocineros a restaurantes de otras latitudes, el reconocimiento a la sazón con la que vinimos al mundo ha alcanzado niveles que son orgullo de nuestros paisanos. El origen de la sabrosura está en la fusión de varios crisoles: una fauna y flora asentada en pisos altitudinales con sus peculiaridades y un complejo proceso de mestizaje y migración en el que han confluido poblaciones nativas con otras provenientes de África y Asia.
Lo que quizás se ha omitido en esta historia es que, en gran parte, el éxito tiene sus orígenes más remotos en las dificultades, la pobreza, el subdesarrollo y la esclavitud en sus muy diversas, abiertas o solapadas formas.
Cuando en 1980, Sendero Luminoso inició su mesiánica y despiadada guerra para la conquista del poder, el país era muy diferente al que conocemos hoy, y las Fuerzas Armadas, también. Su diseño y mentalidad para la guerra era absolutamente convencional. La “amenaza comunista” de aquel entonces, en el imaginario militar promedio, era una fuerza más parecida a la de Fidel Castro, que a la que tuvieron que enfrentar, tres años después, en la serranía del Perú.
La derrota del terrorismo, fue la conjunción de una dura experiencia en el que se integraron la política estatal, el valor de policías, soldados y ciudadanos y, mucha –muchísima en realidad— imaginación. Extrayendo lo bueno de lo malo que resultó el terrorismo para nuestro país, obtuvimos algo que pocas Fuerzas Armadas en América Latina poseen: experiencia de combate.
¿Podemos exportar soldados, marinos y aviadores?
Por más que un soldado profesional o no profesional sea bien entrenado, es en definitiva la experiencia en operaciones militares la que determina la competencia de una fuerza militar. En los ejercicios simulados, por más reales que parezcan, el soldado finalmente sabe que la bala enemiga no le impactará en la cabeza, a no ser que sea por una negligencia. La realidad no es tan amable y en misiones de paz en países donde el conflicto es parte de la realidad natural, ese añadido es oro puro.
Combatir no solamente implica la competencia frontal con un enemigo, sino contra otros factores, que van desde la madre naturaleza –muchas veces la naturaleza es un desmadre—hasta la carencia de presupuestos. O el propio olvido. Los militares peruanos han tenido que lidiar con todos esos factores y, gracias a un viejo adagio que se enseña en las escuelas de formación “el oficial es mago”, se aprendió a resolver muchísimos problemas tácticos y logísticos poniendo el recurso de la imaginación al servicio de la guerra contraterrorista.
El año 2004, el Perú firmó un contrato con la Organización de las Naciones Unidas para enviar contingentes de las Fuerzas Armadas a misiones de paz. Haití fue el primer destino. Aunque en años anteriores oficiales peruanos ya habían participado en este tipo de operaciones, no era una constante o un denominador común. En Haití, los peruanos rápidamente pusieron en práctica su sapiencia en lo que mejor conocían: las acciones de peligro.
En Pichari, conocí y me hice amigo del capitán de Fragata Omar Tejada, quien tuvo la oportunidad de comandar el contingente de Haití. La de la isla no era su primera experiencia como peacekeeper. Había estado anteriormente en Sudán, donde era imperativo restablecer las condiciones para la puesta en marcha de una democracia mínima, así que era una voz autorizada para relatarme cuáles eran sus impresiones o parte de sus vivencias. Me dijo: “en Sudán fue la primera y única vez que tuve un AKM rastrillado apuntando mi cabeza”. Sin embargo, las satisfacciones fueron mayores cuanto obtuvo una respuesta ante un informe sobre la lamentable situación de un millar de desplazados, estos fueron rescatados y puestos a buen recaudo de las milicias que los perseguían.
En Sudán, un mosquito acabó con la vida de un oficial filipino preparado en jungla en menos de dos días y me hizo recordar uno de los problemas más comunes que suelen asolar a nuestras topas: la uta o leishmaniasis; dificilísima de curar y que en regiones como el VRAEM nos generan muchos problemas y bajas por enfermedad. Recuerdo, en la frontera del Perú con Ecuador, en un lugar llamado Puesto Grau al noroeste de Zarumilla, que vi a varios policías que custodiaban los hitos, en una lucha diaria contra la plaga de manta blanca que no respetaba ni las celosías.
Los años venideros nos mal prometen ser duros en el orbe mundial. Es probable que, por esto, una mayor cantidad de soldados, aviadores y marinos peruanos sean llamados a cumplir con las exigencias que el milenio exige. La vida que vivimos nos ha preparado para ello. Estoy casi seguro, que daremos pelea, en cualquier escenario.