
Lo llamaron con su apelativo de combate y supo que transpiraría:
—Capitán Acurazzi, aliste su patrulla. El teniente Delgado ha muerto. La misión es recuperarlo y devolverlo a su familia.
Entre los militares peruanos que pasean por la zona de emergencia, la frase no suena a ciencia ficción. El capitán recordó a Delgado. Las cuadras del batallón son de color ladrillo y a ambos lados se extienden hileras de camarotes dejando un pasadizo encerado por donde los oficiales y soldados transitan. Delgado caminaba siempre por allí, sea dando o recibiendo órdenes. Era de tez blanca, complexión delgada y cabellos lacios. Mientras alistaba su equipo, el capitán recordó (sigue haciéndolo hasta ahora) esos detalles imperceptibles en el día a día, que aumentaban de magnitud conforme se acercaba la hora en que iría al rescate de su compañero extinto.
Los helicópteros dejaron a las patrullas de Acurazzi a un día de camino. Mientras avanzaban tratando de ganar la altura por las entrañas de la oscuridad, del otro lado las patrullas “León” se batían contra el enemigo que esperaba fusilarlo a como dé lugar. Después de un día de marcha, el refuerzo se aproximó a la zona y logró distinguir el escenario. Ubicó las posiciones desde donde los senderistas tenían fijada a los soldados y ordenó que los morteros hagan el cálculo necesario para iniciar su descarga. Por la radio, llamó al capitán de la otra patrulla y le dijo:
—“Cachorro”, por esta Acurazzi. Iniciaremos fuego para ayudarte a salir de ese hueco.
***
A su salida, el sonido de una granada de mortero asemeja la inocencia del destapado de una botella. En el aire se perfila en forma de una parábola y su caída es estrepitosa y violenta. Los terroristas fueron sorprendidos por la repentina descarga que les cayó encima. Reaccionaron. De inmediato apuntaron sus fusiles y ametralladoras sobre las piezas de los morteristas, quienes recibieron una furibunda respuesta de plomo.
Mientras tanto, el capitán “Cachorro” y sus hombres comenzaron a atravesar la quebrada a la carrera. Se sentían un blanco móvil. En especial, los que cargaban el cuerpo del teniente Delgado, pues el peso los retrasaba y además no sabían si el espacio por recorrer estaba minado. ¿Qué se siente poner los pies en lugar donde uno sospecha que se puede quedar sin una pierna? Felizmente, los terroristas se mantuvieron entretenidos cruzando fuegos con “Acurazzi”. Después de doce horas de combate ininterrumpido, las patrullas finalmente se encontraron. Estaban exhaustos.
***
Al amanecer, idearon un plan sumario de evasión. Intentarían engañar a los senderistas sobre el punto en que serían extraídos. Se dirigieron al oeste, en una tortuosa marcha por la selva en la que hacían malabares, escudriñando el terreno, evitando los claros, abriendo los ojos para distinguir el perfil enemigo. Los de la patrulla “León” llevaban doce días de combate y sus raciones de comida eran solamente para cinco. Después de una serie de comunicaciones radiales, se dispuso su repliegue.
Serían los momentos más tensos. Las naves en vuelo se acercaron a ametrallar la zona, con cuidado de no entrar en fratricidio, no ser víctima de los tiradores dispersos entre el follaje y de colocarse en un lugar accesible para el abordaje de las tropas. Dos patrullas lograron su cometido. El primero en subir fue el teniente Manuel Delgado, quien ya no vería su propio retorno.
El tercer helicóptero debía recoger a Acurazzi y su gente. Pero a la hora de ubicarse, no posó en el suelo, sino que se sostuvo a dos metros y medio de altura. La única forma de treparse, era que un hombre ayude al otro. El capitán, como jefe de patrulla (y según el no escrito evangelio del liderazgo en combate), se puso al último. Entonces, cuando le tocó el turno de subir no hubo quien pudiera asistirlo. El murmullo del peligro y los escasos segundos que tenía para sacar su aeronave, hicieron que el piloto alce vuelo nuevamente. La patrulla pudo ver como su capitán se quedaba completamente solo. Su única compañía, quizás, era el enemigo que se le acercaba.
Acurazzi miró su reloj: eran las trece horas de ese día de abril. Su oído se atizó y la vida se le paralizó en la incredulidad. Estaba tranquilo, como era él. Por un lado el sonido de los rotores salvadores se alejaban y por el otro, la proximidad de unas pisadas amenazantes le hicieron tomar una decisión súbita: separar una bala para él mismo.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.