El médico cirujano Zócimo Condori, que cumplía funciones administrativas en la Dirección Regional de Salud de Puno, tomó una decisión: se ofreció de voluntario –ante la falta de cirujanos especialistas– y salvó varias vidas en el hospital Carlos Monge Medrano de Juliaca, donde llegaron heridos críticos por las violentas protestas en Puno los primeros días de enero, que dejaron 18 civiles muertos y un policía calcinado. “Fue una matanza, como una guerra”, relata el médico.
En el hospital Carlos Monge Medrano agonizaba Yunny Anahui Jacho, de 29 años, la primera víctima de bala producto de los enfrentamientos en el aeropuerto Inca Manco Cápac, de Juliaca, registrada en el libro de Emergencia del hospital, el viernes 6 de enero.
Anahui Jacho ingresó a las 17:23 horas. Un balazo le fracturó la pelvis y dañó sus vísceras.
El diagnóstico: “trauma sacroilíaco pélvico por PAF [proyectil de arma de fuego], shock hipovolémico, shock neurogénico, trauma vascular ilíaco”.
No podía ser operado en el hospital por falta de un cirujano especialista en tórax y cardiovascular.
El médico Zócimo Condori estaba de vacaciones cuando se desató el infierno. Por redes sociales se enteró del clamor de los familiares de algunos heridos de bala y de la urgente necesidad de un cirujano.
Nacido en Arequipa, de padres puneños, Condori Cari, de 45 años, es médico cirujano precisamente en la especialidad de tórax y cardiovascular. Templó el pulso en el Hospital Nacional Hipólito Unanue, en El Agustino, Lima, a inicios de su carrera profesional.
Condori decidió ir al hospital y al llegar se puso a disposición de la junta de médicos integrada por Benito y Víctor Calderón, padre e hijo, Froilán Idme, Hernán Cutipa, Jhoel Apaza, entre otros.
En la sala de emergencias, entre los gemidos de los heridos y charcos de sangre, el concurso de Condori resultó providencial.
El neurólogo Jhoel Apaza apuró a Condori por los pasadizos para que evalúe el estado crítico de Anahui Jacho, quien se encontraba postrado en una cama de la unidad de cuidados intensivos.
“Es bien jovencito”, recuerda haber pensado Condori, “se va a morir”.
Destaque urgente
Cuando Condori llegó al hospital, los esfuerzos por referir a Anahui Jacho, grave, al hospital de EsSalud en la ciudad de Puno –donde había un médico cardiovascular– o a la ciudad de Lima, habían fracasado. El Seguro Social de Salud informó que no tenía camas UCI disponibles y el aeropuerto de Juliaca había cancelado los vuelos por los disturbios.
Entonces la junta médica decidió operar a Anahui Jacho en el mismo hospital.
El médico Ismael Cornejo-Roselló, director de la Dirección Regional de Salud (Diresa) de Puno, oficializó el destaque de Zócimo Condori como cirujano cardiovascular del hospital en el acto, “en razón a la magnitud y gravedad de ciudadanos afectados por las fuerzas del orden en el control social”.
Condori ocupaba un cargo administrativo en la Diresa de Puno desde el año pasado, a pesar de que la plaza en cirugía cardiovascular, en el hospital de Juliaca, estaba desierta desde antes de la pandemia.
Llegan más heridos de bala
A las 17:20 horas, del sábado 7 de enero, Danilo Gutiérrez Enríquez, de 19 años, ingresó al hospital en estado inconsciente. El diagnóstico: “shock hipovolémico, trauma abdominal por PAF, trauma pélvico”.
“Esa cirugía fue terrible”, relata Condori.
“El muchacho estaba en shock, sangraba masivamente, tenía lesiones en el intestino grueso, la vejiga, el recto. Casi hace paro cardíaco en plena cirugía”, detalla el cirujano.
El libro de Emergencia del hospital registró 25 atenciones ese día: lesiones en rostro, ojos y cuerpo, producto de perdigonazos, laceraciones múltiples y signos de asfixia por los gases lacrimógenos. Casos de vida o muerte.
La pesadilla recién empezaba.
“Fue como una guerra”
El lunes 9 de enero las manifestaciones se reanudaron con fuerza.
Antes del mediodía había empezado la arremetida de los manifestantes en el aeropuerto Inca Manco Cápac una vez más.
A las 14:00 horas, empezaron a llegar al hospital Carlos Monge los primeros heridos de bala producto de ese enfrentamiento.
“Uno tras otro, con impactos en el cuello, en el tórax, en el abdomen, todos falleciendo, otros ya sin signos vitales. Proyectiles del tamaño del dedo pulgar, municiones de guerra”, describe el cirujano.
“Fue una matanza, como una guerra”, califica Condori.
El puñado de cirujanos, anestesiólogos y enfermeras del hospital Carlos Monge Medrano –y el médico cirujano cardiovascular Zócimo Condori–, lucharon incansablemente para salvar la vida de la mayor cantidad de personas.
Pero no siempre fue posible.
A las 15:45 horas –de acuerdo con el registro de ingresos a emergencias, en un apurado y nervioso apunte de puño y letra– ingresó Marco Samillán Sanga, de 31 años. El diagnóstico: “shock hipovolémico, trauma abdominal abierto y lesión de aorta”.
“Estaba pálido, taquicárdico, hipotenso, con dificultad respiratoria”, describe Condori. “Alcanzó a decir su nombre, es ahí cuando los compañeros internos lo reconocen estupefactos”.
Samillán era médico internista en el mismo hospital. Según los testigos, se encontraba en la zona del conflicto asistiendo a los heridos, como miembro de una brigada de primeros auxilios, cuando fue baleado. “En su mochila negra tenía su estetoscopio, tensiómetro, saturómetro, guantes quirúrgicos, gasas y vendajes”, relata Condori.
“Samillán murió en la mesa de operaciones de un paro cardíaco, antes de que pudiéramos abrirlo”, detalla el cirujano. “Una bala en la aorta es una sentencia de muerte”.
“Fue lo más triste que creí ver ese día”, admite Condori.

Se equivocó.
Otro herido, Rommel Quispe Humpiri, de 23 años, llegó a emergencia exangüe, con un hilo de vida, a las 17:20 horas.
“Llegó en estado de shock, pálido, hipotenso, saturación en 70%, hematoma grande en zona axilar izquierda y tosía sangre. El balazo había lesionado una arteria importante y el pulmón izquierdo”, describe Condori.
Rommel Quispe sobrevivió.
Pocas horas después, a las 20:15 horas, se registró el ingreso al hospital de Bryan Apaza Jumpiri, de 17 años, con “traumatismo encéfalo craneano, grave por PAF”. No logró sobrevivir.
Los sobrevivientes

El 9 de enero fueron atendidos 55 heridos de diversa gravedad en el hospital de Juliaca, algunos de los cuales pudieron ser trasladados a hospitales de Arequipa o Lima, por tierra. Todos habían sido dados de alta al cierre de esta crónica.
Condori lamenta que ningún paciente civil grave haya podido ser embarcado en los aviones Antonov de la Policía que aterrizaron en Juliaca, trasladando refuerzos policiales, medicinas y víveres.
“Eso no pasa ni en la guerra”, sentencia.