En la vida, cada uno juega con las cartas que le reparte el destino. Puede jugar bien, puede jugar mal, puede tirar las cartas, rebelarse, reclamar, lamentarse, conformarse, burlarse, pero las cartas de esa baraja son el tiempo y circunstancia que nos limita. Y dentro de esa realidad, debemos elegir.
La realidad de nuestra democracia nos permitió cortos sueños y largos y recurrentes dilemas. Cuando la conquistamos, el año dos mil, pensamos que por la naturaleza noble de nuestra lucha, la corrupta vileza de nuestros enemigos y la forma fundamentalmente no violenta con la que se logró prevalecer, podríamos lograr una suerte de refundación democrática – y también, en el proceso, moral– de nuestra república.
Ya sabemos qué vino después. Crecer (desigualmente, pero crecer) en la economía y vivir en la cornisa en lo político e institucional. Fallaron ¡y cómo! cada uno de nuestros líderes nacionales. En la sociedad civil fallamos también en no haber puesto la suficiente pasión, inteligencia e información en la vida pública. Para algunos de nosotros fueron los años de paz soñados cuando no la tuvimos y esa paz fue bienvenida, pero nos adormeció.
En cuanto a nuestra democracia, el proceso fue inequívoco. Logramos salvarla y mantenerla a costa de tolerar la mediocridad y no poder evitar los rebrotes de la corrupción, que si bien no llegó a los niveles de crimen organizado del fujimorato, es lo suficientemente seria.
Y así avanzamos con una democracia dañada, una de las menos populares en América Latina, para enfrentar cada cinco años la disyuntiva del mal menor. En ninguna elección tuvimos la oportunidad de elegir al bien mayor. Siempre, salvo alguna excepción, votamos por quien no hubiéramos deseado hacerlo, para salvar la erosionada democracia del enemigo del momento. Como he escrito en otras oportunidades, el mal mayor de una elección se convirtió en el mal menor de la siguiente. En el proceso, la imagen de la dictadura fujimorista fue atenuando en el tiempo sus características de crimen e infamia.
La elección invariable del mal menor genera lógicamente un proceso de degradación. Elegimos a Toledo para parar a García; elegimos a García para parar a Humala; elegimos a Humala para parar a Fujimori. Y ahora, si la serie perversa sigue su lógica, el mal menor nos terminará llevando, al fin del círculo, de regreso al fujimorato por más que este se presente como nuevo y diferente.
Estamos a diez días de la elección más importante desde que derrotamos al fujimorato. Lo tenemos ahora acercándose a las puertas del Palacio, con cierta ventaja en las encuestas, con mayoría holgada en el Congreso (gracias a la perversa matemática de nuestro proceso electoral), avanzando con arrogancia y avidez a lo que creen ya una victoria inevitable.
Sobre todo después de la clara victoria de Keiko Fujimori en el debate con Pedro Pablo Kuczynski el domingo pasado en Piura. Victoria que no se debió a la destreza dialéctica, harto modesta, de Fujimori, sino a la dubitativa inseguridad de Kuczynski.
Faltan diez días. Un debate más, unos pocos días de campaña. Y se acabó.
¿Nos resignamos?
¿Verdad que no?
¿Se puede hacer una contraofensiva eficaz – y victoriosa – todavía?
Claro que se puede.
Pero no es fácil, porque requiere la conjunción intensa y virtualmente simultánea de varios factores:
• Kuczynski debe plantear, con energía, con indignada pasión, la elección como la más importante confrontación entre democracia y dictadura que se ha dado desde el año dos mil. Debe enfrentar decididamente a Fujimori en el debate, con una selección de los centenares de argumentos que retratan la naturaleza real de su candidatura y bastan no solo para ganar con contundencia la discusión sino para explicar (aunque sea a estas alturas, dado que no se hizo antes) lo que está en juego.
• Kuczynski debe convocar a todas las fuerzas democráticas para movilizarse y evitar la caída de la democracia en el Perú. Él puede no ser el líder mejor caracterizado para ese efecto, pero es la persona a quien el destino puso en esa circunstancia. No tendrá otra oportunidad mayor en su vida. Debe crecer para merecerla y puede hacerlo.
• La convocatoria debe ser hecha con sencillez, consciente de las grandes diferencias que existen entre él y buena parte de lo que constituye la oposición democrática más decidida. Debe hacerles saber que en ese frente para salvar la democracia nadie renuncia a sus diferencias, ni a su derecho a la oposición, pero que la única manera de garantizarlo es haciendo que la democracia sobreviva.
• Los otros líderes de las diversas agrupaciones democráticas deben ser claros e inequívocos en su llamado a votar por Kuczynski. Sí, a votar por Kuczynski. No hay otra. Yo sé que no es fácil, ¡pero no existe alternativa! Y hay que tener el valor de decirlo con todas las palabras, incluso las de difícil pronunciación, como el apellido del candidato. Debe hacerlo Verónika Mendoza y el Frente Amplio, en lugar de refugiarse en eufemismos. Podrán hacerle oposición a su gobierno si lo merece (y probablemente lo merecerá). ¡Pero ahora la única manera de vencer a Fujimori es no solo llamar al voto por Kuczynski sino movilizar a todos los cuadros, a todos los militantes para votar por la Democracia, que en este caso significa votar por Kuczynski! Así son las ironías de la vida, convertidas ahora en realidades.
• Kuczynski debe saber que no solo es uno de los candidatos más lecheros (suertudo para los que no lo entiendan) en nuestra historia electoral, sino que, de ser elegido Presidente, le deberá su elección a la movilización de fuerzas que no lo hacen por él sino por la democracia. No debe olvidarlo un solo día mientras esté en el poder y verá que ello le ayudará a hacer un gobierno mucho mejor de lo que casi todos, incluso él, hubieran esperado.
• A la par, todas las organizaciones democráticas no partidarias deben movilizarse al máximo, en sus colectivos, en las redes sociales, en las calles. La marcha del 31 de mayo debe ser la más grande que se ha hecho en el país después de la Marcha de los Cuatro Suyos. Y debe ser en todo el país, con una intensidad que reverbere hasta el día mismo de las elecciones.
• Mientras tanto, hay que informar por todos los medios posibles. Vídeos y audios que recuerden esa época nefasta y que demuestren la conexión íntima que existe con la candidatura presente de Fujimori, deben ser propalados cuanto antes. Kuczynski, entre otros muchos defectos de estrategia electoral, no hizo prácticamente la contracampaña que hubiera tenido resultados decisivos. La sociedad civil y sus organizaciones deben llenar ahora ese vacío. Contracampaña en este caso significa exponer la verdad.
• Si todo eso se hace; si, finalmente, todos los líderes democráticos se reúnen, como pares, con Kuczynski, para proclamar a los peruanos que deponen temporalmente sus diferencias para salvar la Democracia, esta tendrá claras probabilidades de emerger victoriosa en la noche del 5 de junio.
Hace pocos días, Víctor Delfín circuló un ‘Manifiesto por la Patria que queremos’. En él, el escultor que desempeñó un protagonismo destacado en las luchas del año dos mil escribe:
“Muchos de nosotros hemos estado en la gran lucha de los años 90 contra el fujimontesinismo, muchos seguimos peleando para que no queden impunes sus crímenes. Nunca nos hemos rendido ni lo haremos. Tuvimos que tomar, muchas veces, decisiones difíciles para que el fujimorismo no asaltara el poder nuevamente, lo hicimos con la misma convicción con la que firmamos este manifiesto”.
Hay que tomar, con energía y sin remilgos, otra decisión difícil ahora. Hagámoslo con la firme esperanza y propósito de recibir con una democracia madura y vigorosa los doscientos años de nuestra república.
(*) Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2438 de la revista ‘Caretas’.