Las cloroquinas eran hasta hace poco cumplidoras cenicientas medicinales. Antiguas, baratas, confiables. Promisorias experiencias contra el COVID-19 parecieron encaminarlas al estrellato. Y entonces se desató una envenenada controversia cuyo contagio surcó desde las patologías de la ciencia hasta las de la política.
-Didier Raoult y la hidroxicloroquina
-Demagogos, especuladores y espías
Si en la guerra la verdad suele ser la primera víctima, en la plaga lo es la lucidez. El miedo resulta ser el perverso prestidigitador, el consumado ilusionista que distorsiona las percepciones de la vigilia y las angustias de los sueños.
Por eso, las plagas cambian con rapidez la visión del mundo en las personas y los grupos, desde el orden de sus realidades cotidianas hasta sus valores y creencias. Y así la crónica de pestes y epidemias comprende no solo el daño causado por el microbio, sino el que se autoinfieren sociedades y líderes destemplados por el temor.
Uno supondría que en estos tiempos las cosas deberían haber cambiado y que todos –o por lo menos muchos– debiéramos estar en condiciones de discutir las estrategias para combatir la plaga con la misma claridad con la que Bill Gates expuso su hoy célebre TED Talk hace unos cinco años. ¿No tenemos todos los elementos cognitivos y analíticos que él dispuso para su casi profética exposición a partir del manejo perspicaz y riguroso de los datos de la realidad?
Pues no. Pese al bono del conocimiento adicional de los últimos cinco años, coexistimos con una desinformación enorme que el escenario de crisis multiplica y donde ningún TED Talk supera la estridencia de los demagogos, en contrapunto con patologías doctoradas, codicias en modo turbo e inteligencias medrosas y aturdidas.
Verán buena parte de lo dicho en el relato de las tribulaciones de un remedio simple y barato, con patente caducada por antigüedad, con larguísima experiencia de uso. Es la crónica de dos maduras y eficientes cenicientas de farmacia, la hidroxicloroquina y la cloroquina; y de los hechos que en la práctica negaron hasta ahora el acceso de una medicina de bajo costo y fácil administración a los miles de pacientes (sino más) que la necesitaron y no la tuvieron. De los estúpidos enfrentamientos que convirtieron la nueva posibilidad de un viejo remedio en la pastilla más politizada de estos meses de confusión y tragedia.
La carta de Vladimir Zelenko
Hace pocos días, el 12 de abril, Vladimir Zelenko, un médico general, de familia, del condado de Monroe, en el Estado de New York, dirigió una carta abierta a “todos los profesionales médicos del mundo”.
En el primer párrafo, Zelenko describe lo que ha hecho “por los últimos 16 años”: ser el médico de “aproximadamente el 75% de la población adulta de Kiryas Joel”, a la que describe como “una población con estrechos lazos entre sí, de aproximadamente 35 mil personas en la cual la infección del COVID-19 se esparció rápidamente y sin frenos antes de la imposición de distanciamiento social”.
Como se sabe, New York es el Estado más golpeado –de lejos– por el COVID-19 en Estados Unidos. Dentro de él, Kiryas Joel es uno de los puntos de mayor vulnerabilidad.
Situado en condado de Orange, la mayoría de los residentes de Kiryas Joel pertenece a la secta Satmar, una expresión radical de la ultraortodoxia religiosa en el judaísmo, con familias numerosas que viven en Kiryas Joel en condiciones de pobreza.
De acuerdo con el censo de 2008, Kiryas Joel tiene las más altas tasas de pobreza en los Estados Unidos, con dos tercios de sus habitantes situados por debajo de la clasificación de pobreza del gobierno federal. Los estrechos lazos sociales impiden que haya hambre o delincuencia, pero sí se trata de una comunidad de familias numerosas con mucha gente aglomerada.
¿Por qué vale la pena saberlo? Porque las comunidades de judíos religiosos han tenido niveles más altos de contagio del COVID-19 que sus vecinos seculares. En Israel y fuera de él. Según una nota del New York Times del 30 de marzo, la población ultra-ortodoxa en Israel representa “entre el 40 y 60%” de los pacientes por COVID-19 en los mayores hospitales, pese a llegar apenas al 12% de la población. Hay localidades ultra-ortodoxas, escribió el diario, donde el nivel contagio es de “cuatro a ocho veces mayor que en el resto de Israel”.
Así que el doctor Zelenko está en la primera línea de tratamiento para uno de los grupos humanos más vulnerables en el mundo al contagio del COVID-19.
¿Qué hizo Zelenko?
En su carta, el médico indica que luego de haber hecho pruebas a cientos de personas en su comunidad, cerca del 61% resultó positivo. Eso significaba alrededor de 20 mil personas infectadas. Entre ellas, Zelenko indicó que habría unos 1,500 en la “categoría generalmente aceptada como de alto riesgo (más de 60 años, con compromiso inmune, comorbilidades, problemas respiratorios)”.
“Dada la urgencia de la situación” continúa Zelenko, “desarrollé el siguiente protocolo de tratamiento pre-hospitalario, del que he visto solo resultados positivos”.
Los pacientes fueron clasificados así:
“1. Cualquier paciente con dificultad respiratoria es tratado;
2. Cualquier paciente en la categoría de alto riesgo, con síntomas moderados, es tratado;
3. Pacientes jóvenes, saludables y de bajo riesgo, incluso con síntomas, no son tratados. A menos que las circunstancias cambien y caigan en la categoría 1 o 2”. Esos pacientes, “como es sabido”, dice Zelenko, “probablemente se curarán solos”.
El tratamiento de Zelenko consiste en el siguiente régimen:
A) Hidroxicloroquina, 200mg, dos veces por día, por 5 días;
B) Azitromicina, 500mg, una vez al día por 5 días;
C) Sulfato de Zinc, 220mg, una vez al día, por 5 días.
Zelenko armó ese protocolo de tratamiento, luego de “combinar los datos obtenibles de China y Corea del Sur con el reciente estudio publicado en Francia […] Sabemos que la hidroxicloroquina ayuda al Zinc a entrar en la célula. Sabemos que el Zinc frena la replicación viral. En cuanto al uso de Azitromicina, postulo que ella previene infecciones bacteriales secundarias. Las tres drogas son bien conocidas y normalmente bien toleradas, de manera que el riesgo para el paciente es bajo”.
¿Cuáles fueron los resultados? Zelenko indica que “desde el 15 de marzo” su equipo trató a “aproximadamente 1,354 pacientes”. Entre ellos, 405 pacientes fueron sometidos al tratamiento descrito. Dos pacientes murieron, seis fueron hospitalizados por neumonía y cuatro entubados a un respirador. Todos los cuatro, informa Zelenko, fueron pronto desconectados del respirador. El resto se curó. 393 de los 405 pacientes tratados no tuvieron siquiera necesidad de hospitalizarse. Los efectos negativos reportados fueron náuseas y diarrea en un 10%.
De acuerdo con esa experiencia, la “urgente recomendación” de Zelenko es iniciar tratamientos extrahospitalarios con el protocolo descrito, “tan pronto sea posible”. Zelenko concluye que ese tratamiento, “previene el síndrome de insuficiencia respiratoria aguda, previene la necesidad de hospitalización y salva vidas”.
Entrevisté por teléfono a Zelenko el lunes 13. Gracias a su carta abierta, el médico de familia de Kiryas Joel es ahora una figura pública. El New York Times sacó una nota sobre él, el gobierno de Trump elogió hiperbólicamente su tratamiento; y Zelenko experimentó lo que significa el aplauso exagerado de un extremo de la polarización política. Sin embargo, Zelenko mantiene su posición y recalcó en la entrevista lo que para él son los factores principales a tener en cuenta.
Aquí las citas principales:
“Todo el mundo está construyendo respiradores; yo trato de mantener a mis pacientes fuera de ellos”.
“Es esencial empezar temprano el tratamiento […] lo más importante es reducir la carga viral antes de que haga daño”.
“Por lo normal, un paciente experimenta mejoras seis horas después del inicio del tratamiento”
“¡El tratamiento cuesta solo 20 dólares!”
“Mi objetivo es que mis pacientes: no entren al hospital, no sean conectados al respirador, no mueran”.
[Sobre el cumplimiento de todos los requisitos metodológicos] “Hay una confusión conceptual. Lo que no tenemos es tiempo. Hay que actuar”.
Zelenko no fue, por cierto, el primer médico en investigar, utilizar o aconsejar el uso de la hidroxicloroquina para el tratamiento del COVID-19. Pero le tocó un papel similar al de un bombero que lucha por sofocar un incendio que se acaba de desatar en una estación de gasolina.
Droga vieja para virus nuevo
Ese es el título de un artículo escrito por Andrea Savarino, a comienzos del mes de marzo, en el que planteó con mucha precisión, la posición que ahora gana paulatino consenso:
“Bajo las circunstancias actuales”, escribió Savarino, “de incertidumbre y opciones limitadas, creo que una droga antigua, barata, sin patente, de administración oral –la cloroquina– debe ser considerada para [su aplicación a] ciertas poblaciones en alto riesgo de exposición al virus COVID-19”.
Savarino menciona la colateral genealogía peruana que, a través del árbol de la quina y la quinina, tienen la cloroquina y la hidroxicloroquina. Ambas drogas son sintéticas. La cloroquina fue desarrollada en 1934 por Hans Andersag y se empleó desde entonces fundamentalmente contra la malaria. La hidroxicloroquina se usa para tratar el lupus y el reumatismo.
En su artículo, Savarino menciona que la cloroquina ha sido incorporada en las guías de tratamiento por COVID-19 en China, Corea e Italia. El autor indica que “se conoce más sobre la cloroquina” (y la hidroxicloroquina) que casi “sobre todas las nuevas drogas [para tratar el COVID-19] que, por definición, no tienen experimentación humana en seguridad o eficacia”.
De acuerdo con Savarino, la cloroquina (y la hidroxicloroquina) puede ser la única droga disponible de inmediato como terapia provisional (stopgap), mientras otras drogas potencialmente mejores son desarrolladas. “Por ahora”, añadió Savarino, “la cloroquina solo necesita un perfil de riesgo/beneficio mejor que el status quo de ausencia de terapia”.
¿Quiénes serían los beneficiarios potenciales de esa terapia provisional? “Profesionales de salud en alto riesgo por exposición constante al COVID-19, y 2) pacientes de COVID-19 que permanecen en sus casas, y sus familiares. Ninguno de esos grupos recibe ninguna terapia ahora”.
El seguimiento de Savarino se remonta a epidemias anteriores. El 2006, en un artículo para The Lancet, desarrolló las propiedades antivirales de la cloroquina contra la epidemia SARS. Según su artículo, el ministerio chino de Salud recomendó ese año una dosis de 500mg de cloroquina dos veces por día contra el SARS. En 2020, los chinos repitieron la experiencia contra el COVID-19.
Sobre los riesgos, Savarino puntualiza que “ninguna droga está libre de riesgos, que incluyen toxicidades conocidas cuanto desconocidas”. Los peligros mayores asociados con la cloroquina, escribe Savarino, son: “daño ocular, complicaciones cardíacas y limitación a la capacidad anti infecciosa del organismo”. Las bajas dosis utilizadas en la terapia anti-COVID-19 difícilmente causarían esas complicaciones, indica.
La última parte de su artículo fue una advertencia sobre el precio de no hacer nada; que, al final, fue el caso de muchos lugares. “Sistemas de salud alrededor del mundo colapsados, dejando la atención a los pacientes”. Las otras drogas serán escasas o reservadas solo para pacientes en estado crítico. “Remdesivir es una droga promisoria para el COVID-19, pero se administra por vía endovenosa y por eso probablemente se limite a pacientes hospitalizados…”.
A comienzos de marzo –largo tiempo en la circunstancia actual–, Savarino propuso, teniendo en cuenta que “los países en desarrollo, de utilidad crítica para erradicar el COVID-19, requerirán una droga barata como la cloroquina”, tomar las “siguientes acciones concreta para frenar esta pandemia”.
Lo primero que se necesitaba era que: “los fabricantes de medicamentos genéricos incrementaran la producción de cloroquina e hidroxicloroquina. Que los proveedores de servicios de salud muestren el riesgo/beneficio favorable para la población de pacientes. Nuestra colaboración para generar data clínica sobre la cloroquina en esas poblaciones lo más rápido posible”.
A continuación, Savarino propuso una metodología alternativa para la aplicación masiva, teniendo en consideración que la situación actual no permitía el tiempo para hacer las pruebas de acuerdo con los requisitos ortodoxos de evidencia (pruebas aleatorias, en doble ciego). En su propuesta, los pacientes y personal bajo riesgo alto, recibirían cloroquina o hidroxicloroquina en forma voluntaria. Se comprometerían a reportar el uso, los síntomas, efectos colaterales, visitas hospitalarias a una base de datos en línea. Dicho estudio “observacional por su naturaleza y lejos de ser perfecto”, podría probar la eficacia de las drogas, llevar a su uso masivo “y salvar muchas vidas en el proceso”.
Cuando Savarino escribió su artículo, el yate Princess Diamond estaba anclado en cuarentena, con la población cautiva, contagiándose más cada día. “Si yo estuviera [ahí] y tuviera la fortuna de contar con un pomo de cloroquina conmigo, tomaría la inequívoca decisión de tomar la droga profilácticamente. Todos los individuos bajo alto riesgo deberían disponer de esa misma opción en forma inmediata”.
Ahora, después de casi dos meses y más de 132 mil muertes en el mundo por la epidemia, se puede ver algunos resultados de la inacción:
Hay una escasez mundial de cloroquina e hidroxicloroquina, convertidas de la noche a la mañana de añosas cenicientas de la medicina en reservas estratégicas. Los más hábiles se proveyeron mientras los menos capaces discutían primero sobre los estándares metodológicos de investigación y luego sobre cómo recoger cadáveres de las calles.
Durante ese lapso, sin embargo, mientras el doctor Zelenko lograba reveladores resultados en su humilde geografía, abstraída del tiempo en todo menos en sus peligros; y mientras el doctor Savarino no lograba quien tome en cuenta su largo conocimiento, un debate mucho más intenso y apasionado remecía los laboratorios de infectología en Francia y resonaba con apasionados ecos partidarios en la discusión política.
Y el tema de esas vehementes discusiones, llenas de bilis y de ardiente hostilidad era las hasta hace poco olvidadas cenicientas, que ahora se encontraban admiradas por un grupo muy poco admirable y denostadas por otro que las atacaban por enfrentar a quienes las defendían. En la ironía final de las cosas, las primas de la quinina terminaron secuestradas y utilizadas no para salvar vidas sino para socavar adversarios.
Didier Raoult y la hidroxicloroquina
Si Vladimir Zelenko desarrolló su trabajo terapéutico en el modesto territorio del Estado de New York donde vive su especial clientela, el caso de Didier Raoult es todo lo opuesto. El eminente infectólogo de Marsella es uno de los científicos más destacados en su campo en Francia y probablemente en el mundo. Brillante, prolífico, infatigable, de fuerte carácter y controvertidas opiniones sobre un amplio rango de temas, que van desde la política hasta sus colegas, Raoult provoca sólidas lealtades –sobre todo en Marsella– y fervientes enconos, especialmente entre colegas que compiten por la consagración e intelectuales que detestan lo que provenga de la derecha (y en Francia ser de derecha o de izquierda lleva a confrontaciones que cargan por lo menos un par de siglos a cuestas).
Arthur Conan Doyle desarrolló otros personajes literarios aparte del inmortal Sherlock Holmes. Uno de ellos, el profesor George Edward Challenger, genial e iracundo, tan convencido de su inmarcesible talento como de la imbecilidad de sus colegas, y siempre dispuesto a corretear a bastonazos a los periodistas, recuerda un poco, hechas todas las salvedades culturales y las licencias literarias, al profesor Raoult.
Con lo divertidas que son las polémicas y los enfrentamientos científico-políticos en Francia, lo relevante ahora es que Didier Raoult realizó investigaciones sucesivas sobre la hidroxicloroquina y su eficacia, junto con la azitromicina, en el tratamiento del COVID-19 Fueron intensamente atacadas y defendidas. El arranque de un artículo sobre el tema en Le Monde, escrito por un crítico de Raoult, ilustra la profundidad de esos enfrentamientos colaterales y la importancia creciente que tomaron a medida que crecía el COVID-19 y la discusión sobre la hidroxicloroquina dejaba de ser un asunto de investigaciones marginales para convertirse en uno de vida o muerte para muchos.
“Los franceses están a favor de la cloroquina” escribió Stéphane Foucart, “Casi el 60%, de acuerdo con una encuesta de IFOP, está convencido de su eficacia en el tratamiento del COVID-19. En las redes sociales, cientos de miles de personas claman por la liberalización de sus recetas. Un ex ministro de Salud, Philippe Douste-Blazy, lanzó una petición para ese efecto y reunió medio millón de firmas. Distinguidos profesores, políticos de la derecha y de la izquierda, abundan. El propio jefe de Estado viaja en estos días a Marsella a capturar algo del halo de gloria que rodea al microbiólogo Didier Raoult […] promotor de la cura milagrosa. Llevando [Macron] con él, después de la de Donald Trump, un segundo sello de aprobación presidencial”.
«Hasta ahora las investigaciones de Raoult confirman experiencias similares y establecen fuera de la duda razonable que estos tiempos plantean, que el tratamiento temprano con hidroxicloroqina y azitromicina es eficaz en combatir la infección del COVID-19»
Está traducido al guerrazo, pero ustedes pueden adivinar el estilo…
¿Qué hay detrás de todo eso? En apretadísimo resumen, que Didier Raoult logró resultados que respaldaron con su autoridad lo que ya tenía otros registros: que la hidroxicloroquina logró éxito en el tratamiento temprano del COVID-19. Que no era ninguna “cura milagrosa”, pero sí la única que, para efectos prácticos, se podía aplicar a muy bajo costo para frenar el ataque viral antes de que causara daño irreparable.
La gran controversia –entre los puristas de la metodología y quienes intentan que la ciencia ayude, así sea abreviando sus métodos, a controlar un incendio que crece cada hora, forzó eventualmente a las autoridades francesas a permitir, a fines de marzo, la aplicación de la hidroxicloroquina y la cloroquina. Sin embargo, como sucedió en otros casos, se permitió su uso solo “en casos severos o graves, por decisión colegiada de los médicos y exclusivamente dentro del ámbito hospitalario”.
Esa decisión, resultado de un equilibrio precario entre las polaridades enfrentadas, contradecía la experiencia clínica de la eficacia de la hidroxicloroquina en el inicio de la infección y no después.
Parecidos protocolos fueron adoptados por la FDA en Estados Unidos (el 28 de marzo) y por el ministerio de Salud en el Perú, (el 29 de marzo): permitir el uso de esos medicamentos pero bajo restricciones muy parecidas a las francesas, sobre todo en Perú; casi como si se tratara de medicamentos radioactivos. Por supuesto que ello limitaba el efecto curativo en su uso.
Pero, el jueves 9 de abril, una visita sorpresiva del presidente Emmanuel Macron al Instituto que dirige Raoult en Marsella, inició un cambio mayor en el orden de cosas. Raoult explicó al presidente de Francia los resultados de un último estudio entre el 3 de marzo y el 9 de abril, con más de mil participantes que recibieron un tratamiento con hidroxicloroquina y azitromicina. El 91.7% tuvo “curación viral” en diez días. Un 4.4% adicional, quedó libre de presencia viral el día 15. Cinco pacientes murieron y 31 necesitaron hospitalización más prolongada. ¿La interpretación final del estudio? Que la combinación de hidroxicloroquina y azitromicina “si se empieza inmediatamente después de la diagnosis, es un tratamiento seguro y eficiente para el COVID-19, con una tasa de mortalidad del 0,5% en pacientes mayores. [El tratamiento] evita el empeoramiento y limpia la presencia del virus y el contagio en la mayor parte de los casos”.
Los resultados del estudio y la visita de Macron no terminaron, por cierto, con la polémica: solo la llevaron a otros planos. Pero lo cierto hasta ahora es que las investigaciones de Raoult confirman experiencias similares y establecen fuera de la duda razonable que estos tiempos plantean, que el tratamiento temprano con hidroxicloroquina y azitromicina (al que Zelenko añade Zinc) es eficaz en combatir la infección del COVID-19 y que, en consecuencia, previene hospitalizaciones, disminuye contagios y, sobre todo, salva vidas.
Algunas observaciones de Raoult, científico eminente antes que nada, son particularmente resonantes en la circunstancia actual:
“A partir de que nosotros hemos mostrado que el tratamiento es eficaz, yo encuentro inmoral no administrarlo. Es así de simple […] Nosotros creemos que hemos encontrado el tratamiento con nuestro equipo. Y sobre el plano de la ética médica, yo estimo no tener el derecho en tanto médico de no utilizar el único tratamiento del que se han hecho pruebas”.
Y para quienes deseen entrever las opiniones de Raoult sobre sus colegas rivales:
“Yo soy un científico y reflexiono como un científico, con elementos verificables. […] En mi equipo nosotros somos gente pragmática, no pájaros de la televisión”.
“Yo hice un estudio científico sobre la cloroquina y el virus hace 13 años, que fue publicado. Después cuatro estudios más han mostrado que el coronavirus es sensible a la cloroquina. Todo esto no es una novedad. Que el círculo de ‘decididores’ no esté informado del estado de la ciencia, es sofocante […] Es solo una cuestión de tiempo antes que la gente deje de comerse su sombrero y diga: esto es lo que hay que hacer”.
La tableta secuestrada
Si el debate sobre la terapia anti-COVID basada en la hidroxicloroquina movilizó las seculares líneas divisorias en la sociedad francesa, la polarización adquirió ribetes de farsa (sobre el trasfondo de la tragedia que ya sufría el país) cuando la discusión llegó a Estados Unidos.
En pocas palabras, Donald Trump y la derecha republicana secuestraron a la hidroxicloroquina y la hicieron aparecer como el Excalibur en tableta para la lucha contra el COVID-19.
La hipérbole trumpiana contagió a sus seguidores dentro de Estados Unidos y también fuera de él. En Brasil, Jair Bolsonaro se lanzó en descripciones milagreras de las virtudes de la HQL y la AZT.
La publicación especializada, Media Matters encontró, por ejemplo, que Fox News había mencionado favorablemente el uso de la hidroxicloroquina y la azitromicina casi 150 veces en seis días. Los reportes en contrario habían sido silenciados. Lo opuesto, aunque en escala menor, había sucedido con CNN.
En medio de la devastadora crisis de salud, la discusión dejó de ser factual, basada en análisis racionales, para convertirse en un asunto de fe y de ideología.
Vladimir Zelenko fue ensalzado hiperbólicamente por gente cercana a Trump (como Rudy Giuliani) y por Fox News y la prensa de similar orientación, mientras que el periodismo liberal –por lo general de mayor calidad y opuesto a Trump– cubría con suspicacia no solo el trabajo de Zelenko sino el tratamiento mismo de HQL y AZT.
El New York Times, por ejemplo, publicó un reportaje sobre Zelenko el 2 de abril, cuyo título no necesitaba un analista para saber cuál era la orientación:
“El ‘simple médico del campo’ convertido en ‘estrella de la derecha’ por pregonar la cura del virus”.
El reportaje abordó someramente el aspecto médico de los tratamientos de Zelenko a sus pacientes, y se centró sobre todo en cómo este había sido utilizado por la derecha trumpiana con una exageración desinformadora.
Menciona que Twitter eliminó un tweet de Giuliani por afirmar que la hidroxicloroquina era “100% efectiva” en el tratamiento del COVID-19. También mencionó la decisión de Facebook, YouTube y Twitter de retirar un vídeo de Bolsonaro en el que afirmaba que la HQL “funciona en todas partes”.
El uso de la desinformación por parte del régimen de Trump y sus partidarios no es precisamente una noticia nueva, aunque cada episodio aporte detalles pintorescos. Pero al centrarse en ello el reportaje dejó sin explorar los resultados de las terapias anti-COVID que realizó Zelenko en su comunidad.
La única mención indirecta fue un párrafo breve que mencionó la autorización de emergencia que había hecho la FDA para permitir el uso de a hidroxicloroquina y la cloroquina contra el coronavirus. El mismo párrafo indica que la científica jefe de la FDA, Denise Hinton escribió en la autorización que ambas drogas “pueden ser efectivas en combatir el COVID-19”.
El caso es que no hay razón alguna para que una pastilla sea considerada ultra-derechista. Ni tampoco el exitoso tratamiento de Zelenko a sus pacientes en Kiryas Joel debiera tomarse como parte de la campaña de reelección de Trump, sino un utilísimo trabajo de campo lleno de enseñanzas sobre cómo enfrentar una avasalladora emergencia.
Demagogos, especuladores y espías
Con la tableta secuestrada por los debates políticos y sus fórmulas químicas involuntariamente travestidas en trumpistas y ultraderechistas, mientras el análisis racional de su uso estratégico se perdía en la estática de banalidades, un conjunto de acciones organizadas se llevaban a cabo entre bambalinas y por debajo del radar. Ellas sí cambiaron la naturaleza de las cosas.
Los stocks de las humildes y baratas hidroxicloroquina y cloroquina se convirtieron en objeto de codicia para todo tipo de especuladores y a la vez en objetivo estratégico para Estados con capacidad de previsión. Maniobras intensas, incursiones de compras para acaparamiento o para aprovisionar reservas estratégicas pusieron en competencia a especuladores y espías.
Ante la inminente escasez de una medicina que no representaba, por su bajo precio, mayor interés para los productores comerciales, la presión de compra se centró en los principales fabricantes de genéricos en el mundo. El más importante es la India, cuyo primer ministro es el derechista Narendra Modi, que mantiene una relación notoriamente cordial con Donald Trump y hasta con Jair Bolsonaro.
El miércoles 8 de abril, en mensaje a la nación, Bolsonaro anunció que “fruto de mi conversación con el primer ministro de India”, Brasil recibiría en esos días embarques de materia prima para la fabricación de hidroxicloroquina, que se hará en Brasil.
En Brasil, el uso de las cloroquinas para enfrentar la pandemia ha sido totalmente secuestrado por el encarnizado enfrentamiento político entre Bolsonaro y la oposición. Es un debate irracional en el que la amenazadísima salud pública es la primera víctima.
Bolsonaro utilizó la información de que quien probablemente sea el más reconocido cardiólogo de Brasil, Roberto Kalil, que cayó seriamente enfermo por el COVID-19 fue curado con el uso de la hidroxicloroquina. Kalil lo admitió públicamente, indicando que “mi estado general era pésimo. Fue discutido con el equipo [médico] varios tipos de tratamientos, dentro de ellos la hidroxicloroquina y acepté”.
Kalil también empleó corticoides, anticoagulantes y antibióticos en su exitosa recuperación de un caso grave.
El otro caso de recuperación del COVID-19 que se utiliza como arma arrojadiza en Brasil, es el del infectólogo paulista David Uip, quien dirige la lucha contra el COVID-19 en Sao Paulo. Uip estuvo fuera de acción dos semanas antes de recuperarse por completo en una terapia que incluyó la prescripción de hidroxicloroquina firmada por el propio Uip.
En las clínicas de primera línea, el uso de la hidroxicloroquina en Brasil se ha generalizado. Un conocido hospital geriátrico, el Prevent Senior, ha tratado a más de 400 pacientes mayores y logrado reducir su estancia de 14 a 7 días, mediante el uso temprano de la hidroxicloroquina.
¿Quién lo pregonó? Flavio Bolsonaro.
El mismo día que Jair Bolsonaro dio su “mensaje a la nación”, tanto Narendra Modi como Donald Trump anunciaron conjuntamente por Twitter, un acuerdo para aprovisionar a Estados Unidos con hidroxicloroquina india.
En Israel, por su parte, donde el debate sobre la HQL entre médicos es tan o más animado que en otros lugares, el ministerio de Salud adquirió “grandes cantidades” de la droga para tenerla en inventario debido a que “si en una pocas semanas los datos arrojan que es beneficiosa, será muy difícil adquirirla”, según un miembro del Equipo de Manejo de Epidemias. Aparte de ello, casi 2 millones y medio de pastillas de cloroquina fueron también compradas por Israel a la India.
¿Y en el Perú?
Ahora, cuando la fiebre ya desatada de compras no se transforma todavía en una estampida, pregunté al ministro de Salud, Víctor Zamora, sobre las previsiones de aprovisionamiento del Estado peruano no solo sobre la hidroxicloroquina sino también sobre los otros equipos con mayor y más angustiada demanda en el mercado internacional.
Una de las víctimas del COVID-19, es el mundo globalizado que surgió con el fin de la Guerra Fría. Ahora, la angustia ha cerrado puertas y fronteras. Como informó hace pocos días un boletín del New York Times, “Por lo menos 69 países han prohibido o restringido la exportación de equipo médico de protección, instrumentos médicos y remedios”. La batalla actual, escribió un reportero del Times “es sobre la supremacía de productos que pueden determinar quién vive y quién muere”.
Con esa cita en mente, pregunté al ministro Zamora por el estado del equipamiento nacional anti-COVID, en especial la hidroxicloroquina.
A través de un memo y una corta conversación, Zamora indicó que “a inicios de marzo a nivel de los establecimientos de salud se contaba con un stock de aproximadamente medio millón de unidades, siendo su consumo mensual de aproximadamente 120,000 unidades”.
En cuanto a la situación actual, “a la fecha existe stock de hidroxicloroquina en los establecimientos de salud en la concentración de 400 mg, así como en los almacenes de CENARES (recientemente ingresó 100,000 unidades de las cuales ha [distribuido] aproximadamente el 75% de las mismas a nivel nacional). Asimismo, se tiene prevista una compra adicional basado en la proyección de su utilización en el marco del COVID-19 (aproximadamente 1 millón trescientos mil) y se encuentra a la fecha en fase de indagación de mercado”.
¿Indagación de mercado? Podría empezar con una llamada a Narendra Modi.