Reproducción de la columna ‘Las palabras’ publicada en la edición 2531 de la revista ‘Caretas’.
En esta opaca y turbulenta semana necesitaremos sobre todo claridad. Aunque se hable mucho sobre “corrupción”, la palabra clave será “confusión”: la radical alteración de significados en los que una pugna de poderes entre organizaciones medularmente contaminadas llevará a que hasta la tinta china clame a la luz como bandera.
Menos de tres meses después del primer intento de vacancia presidencial, a fines de diciembre, la política peruana escenificará otro esperpento con el mismo tema. La posible destitución del presidente Kuczynski por la única razón legalmente posible ahora: la “incapacidad moral permanente”.
“Para Keiko Fujimori la permanencia de PPK y, en especial, su alianza con Kenji/Alberto Fujimori, era una amenaza existencial que estaba forzada a combatir sin nombrarla y sin parecer que lo hacía”.
¿Qué significa eso? Decidir que una persona dada –en este caso el Presidente– es un inválido moral a perpetuidad. No tiene, se supone, ni tendrá capacidad para distinguir el bien del mal, la luz de la sombra, lo justo de lo injusto, lo correcto de lo incorrecto, el pudor de la promiscuidad, el manjar blanco de la mala leche.
Lo extremo de esa calificación parece haber tenido como objetivo que solo pudiera ser utilizada en circunstancias inesperadas, insostenibles, catastróficas. Un sicópata asesino, un loco de atar, un obseso incontrolado, un ladrón a quien no basta que la plata llegue sola, un tirano sin barreras, una combinación de todo lo anterior.
¿Es eso PPK? No. No lo es. Es otras cosas, por cierto: un hombre sin palabra; un Presidente sin carácter; un jefe de Estado sin eficiencia; un mentiroso sin éxito; un político con conflictos de interés; un hombre de negocios vestido de político. Su muralla china es como la original luego de que los ejércitos de Gengis Kan la pasaran por encima, el costado, al medio y abajo.
Se dijo de él hace un año y pocos meses que era el Presidente con mejor educación en el mundo, quizá en el siglo también. Yo lo dudo. ¿Acaso la educación no te enseña a pensar bien y, muchas veces, a decidir mejor? Cuando eso no sucede, uno camina por la vida aparejando informaciones con deformaciones; y con frecuencia estas te impiden usar bien aquellas.
Añado algo más: PPK es el principal responsable de enfrentar otro proceso de vacancia a menos de tres meses del primero. Cuando se salvó del anterior, lo mínimamente inteligente hubiera sido hacer los cálculos de una aritmética indispensable. Y si los hizo, calculó pésimo.
PPK salvó aquella jornada de diciembre por la abstención de Nuevo Perú y la sorpresiva acción de Kenji Fujimori en la retaguardia de Fuerza Popular. También por haber pedido disculpas por su desprolijidad y desorden personales, por haber apelado a los valores democráticos de quienes le dieron el triunfo en la elección y por haber prometido un gobierno diferente, inspirado en los valores que el peligro le había hecho redescubrir.
Sin embargo, en menos de 24 horas traicionó la palabra empeñada. Indultó a Alberto Fujimori, pese a que había prometido no hacerlo el día anterior. Con ello, alienó definitivamente tanto a los sectores democráticos como a quienes dividen el mundo entre la gente que tiene palabra y la que no la tiene.
Probablemente PPK pensó que con el indulto a Alberto Fujimori ganaba no solo un aliado firme en Kenji Fujimori sino también la gratitud y hasta la lealtad (así fueran renuentes) de Keiko Fujimori. Con eso no necesitaba a nadie más y hasta podía descalificar como “comunistas” a quienes le increparon su falta de palabra.
Se equivocó por completo: hubo dos tipos de grupos que resintieron a fondo el indulto: los bulliciosos y los silenciosos. Los primeros hicieron marcha tras marcha, de jóvenes sobre todo. Los segundos maldijeron entre dientes en las reuniones directivas de Fuerza Popular.
El indulto de Alberto Fujimori fue un golpe fuerte para Keiko, ya en franca pugna con su hermano Kenji y sabiendo a quién prefería el padre. Para Keiko, la derrota en la moción de vacancia de diciembre pasado fue tanto más peligrosa que sus derrotas previas el 2011 y el 2016, porque en esta ocasión el contraste fue sucedido por una lenta pero sostenida ofensiva de Kenji que en poco tiempo redujo su representación de 72 a 59 congresista. Con tendencia a la baja. Su base partidaria empezó a convertirse en una piel de zapa. El progreso de Kenji, la felicidad de Alberto significaban la entropía de Keiko, el tránsito de la masividad a la progresiva insignificancia.
Esa percepción de inminente emergencia es lo que hizo posible la coalición de la izquierda [sea lo que fuere que ello signifique] con el keikismo de Fuerza Popular para lograr la vacancia. Para la heteróclita y confusa izquierda, la vacancia mezclaba la ira por lo que veían como la burla del indulto, con el hecho de que PPK responde muy bien al estereotipo, casi al nivel de caricatura, de lo que es para ellos el capitalismo financiero gringo. Era un buen objetivo pero no un enemigo vital.
Para Keiko Fujimori, en cambio, la permanencia de PPK y, en especial, su alianza con Kenji/Alberto Fujimori, era una amenaza existencial, que estaba forzada a combatir sin nombrarla y sin parecer que lo hacía. La izquierda le dio el pretexto y el vehículo perfectos. Gracias a los oficiosos esfuerzos de César Villanueva y a la hospitalidad de Víctor Andrés García Belaunde, logró que la izquierda retire el indulto como razón de vacancia (¡su motivo fundamental!) y que se centraran en la corrupción como causa de destitución del Presidente. En su particular círculo del infierno, tanto Molotov como Von Ribbentrop deben haber observado con interés el pacto.
¿Es cuestionable Kuczynski por corrupción y por haber mentido sobre su relación transaccional con Odebrecht? Por supuesto que sí. ¿Debe ser investigado? Ya lo he dicho, pero lo repito: sí, claro que sí.
Pero: ¿Es cuestionable Keiko Fujimori por corrupción y por haber mentido sobre su relación recipiendaria con Odebrecht? Claro que sí. ¿Debe ser investigada? Por supuesto que sí.
¿Hay diferencia entre ellos? La hay, sin duda. Mientras que PPK es más bien huidizo y apaciguador, Keiko Fujimori y su grupo han utilizado en forma constante la intimidación, la amenaza, el trolleo, el descrédito y la mentira agresiva. Basta ver la arrogancia y la patanería del Mototaxi en las vísperas del primer intento de vacancia en diciembre (ofensivas simultáneas contra el presidente de la República, contra el fiscal de la Nación –en dos frentes–, contra el Tribuna Constitucional; amenaza de Keiko de demanda judicial a El Comercio, exigencia de Galarreta a las empresas de retirar su publicidad de Caretas), para tener una idea, y un olor, del régimen que se venía.
Es verdad que el peligro del mototaxi es menor ahora que hace tres meses, aunque eso puede cambiar rápidamente si ganan. Pero así fueran más pacifistas que Lanza del Vasto, ¿quién puede justificar que un investigado por corrupción juzgue y condene a otro investigado por corrupción? Solo lo haría un experto en encubrimientos, de esos que aconsejan que cuando el peligro de una investigación en toda la banda frente a la corrupción generalizada se aproxime, hay que sacrificar a los dos o tres corruptos más lornas a la mano y lanzarlos a la hoguera fingiendo la ira de un savonarola implacable, mientras, viendo a los demás distraídos por las llamas, bolsiquean a los tontos que hoy los ayudaron sin saber lo que mañana les espera.