En medio del horizonte oscuro que tendió la pandemia sobre nuestro país, emergen puntos de luz en los lugares donde se la combate con éxito. No son muchos, pero crecen mientras demuestran que aun con pocos recursos se puede salvar vidas y derrotar a la peste, meses antes de que llegue la vacuna.
Uno de los puntos donde brilla con fuerza la luz está situado en un área de pobreza en Lima; en el distrito de Independencia, tercera cuadra de la avenida Chinchaysuyo, no lejos de la estación Naranjal del Metropolitano. Se trata del Centro Materno Infantil Tahuantinsuyo Bajo.
Pese a lo que sugiere el nombre, no es un centro dedicado solo a menesteres obstétricos y pediátricos sino a la atención primaria de salud en general. Desde abril, cuando pocos lo hacían, el Centro abrió sus puertas para ofrecer atención primaria a pacientes de Covid-19. Y no paró de hacerlo, con excepcionales resultados.
Mientras que en el Perú, la tasa de letalidad del Covid-19 es de 3,9%, según la información oficial de la “Sala Situacional”, en el Centro de Tahuantinsuyo Bajo es de apenas el 0,8%.
No se trata de suerte ni de haber escogido pocos casos, pues en estos meses, el pequeño Centro, con apenas una docena de médicos presentes (otros 12, por razón de edad o vulnerabilidad, trabajan desde sus casas), ha atendido a más de tres mil personas, con picos de cerca de 200 pacientes semanales durante los meses de mayores niveles de contagio. Ahora reciben de 10 a 15 pacientes por día.
Cerca de 2 mil 500 casos (2,448, para mayor precisión) fueron rigurosamente sistematizados a lo largo de estos meses, de manera que hoy cuentan con el registro prolijo de esa base empírica, que permite saber qué funcionó en cada caso y por qué.
La real dimensión de esa hazaña se comprende mejor con un solo dato que ilustra la realidad de las condiciones en las que ese equipo médico enfrentó la peste. El Covid-19 suele matar, como se sabe, por asfixia; y hasta hace poco, el centro de Tahuantinsuyo Bajo disponía de un solo balón de oxígeno para atender a sus pacientes. La situación mejoró algo, pero sin permitirles superar una circunstancia abismalmente deficitaria, con la donación reciente de dos compresores para uso individual.
¿Cómo lograron en Tahuantinsuyo Bajo, con atención gratuita, resultados que serían la envidia de la clínica más pituca y cara?
Luego de varios días de reportaje y entrevistas, IDL-R puede contarles cómo.
El éxito de ese centro de salud se explica por los siguientes factores.
- La atención primaria, sin hospitalización, con métodos baratos y eficaces de tratamiento, aplicados según la circunstancia tanto en la etapa inicial de la enfermedad como en la de cascada inflamatoria;
- La extraordinaria dedicación y entrega de buena parte del personal de salud del Centro, con médicas, médicos, enfermeros y enfermeras que arriesgan cotidianamente la salud y la vida, para salvar a sus pacientes sin regatear ni día ni hora para hacerlo.
Les contaremos algunas de las historias de heroísmo cotidiano que se producen en Tahuantinsuyo Bajo, pero, para entenderlas mejor, veamos primero en qué consiste el tratamiento que aplican.
¿Recuerdan este esquema que explica las diferentes fases del Covid-19 en sus víctimas?
El tratamiento para la etapa de infestación viral comprende “dos esquemas, la hidroxicloroquina con azitromicina y la ivermectina con azitromicina. Pero la primera opción es la hidroxicloroquina”, dice el médico Alexander Huerta, “en caso de pacientes cardíacos, sí opto por ivermectina con azitromicina”. El tratamiento se da a toda persona con síntomas leves. Estos medicamentos son gratuitos para todo paciente con SIS.
En el gremio médico hay, como se sabe, una controversia sobre la hidroxicloroquina, donde los prejuicios, apasionamientos y pensamiento grupal juegan un papel mucho más importante que el análisis racional de los hechos. Esa controversia no es ajena a Tahuantinsuyo Bajo, pero no ha impedido el tratamiento.
“La hidroxicloroquina se está empleando en la primera fase y nos ha dado [buen] resultado, por más controversias que pueda tener el medicamento”, señala Gricel Ynga, una médica cuyo trabajo es de crucial importancia en el Centro. La mayor parte de los pacientes a quienes se da este tratamiento, se curan sin pasar a la segunda fase de la enfermedad, donde ya se necesita soporte de oxígeno.
De todos los pacientes que recibieron tratamiento en Tahuantinsuyo Bajo, aproximadamente al 63% se le ha aplicado la terapia de hidroxicloroquina con azitromicina; al 25%, ivermectina y azitromicina; al 6.01%, hidroxicloroquina e ivermectina; y al 5%, cloroquina y azitromicina. Los resultados han sido cuidadosamente procesados en Tahuantinsuyo Bajo, gracias sobre todo al trabajo de Gricel Ynga.
Como se ve, la sinergia de hidroxicloroquina con azitromicina ha sido, con claridad, la más eficaz.
Cuando los pacientes llegan al centro de salud en un estado severo y necesitan soporte de oxígeno, ello se debe a que ya pasó la fase viral y se ha iniciado la respuesta inflamatoria que desemboca en la llamada “tormenta de citoquinas”.
En esta fase, los tratamientos anteriores no tendrán efecto. De acuerdo con los estudios y experiencias nacionales e internacionales, en esta etapa se debe aplicar corticoides, aunque, como no, hay diferencias en cuanto a la dosificación. En Tahuantinsuyo Bajo se aplica de preferencia metilprednisolona o dexametasona vía endovenosa, una vez al día, en una terapia de “pulso”.
Los “pulsos” [dosis altas] de corticoides se aplican en el Centro a pacientes con menos de 92% de saturación de oxígeno y con síntomas de compromiso pulmonar.
Cada pulso consiste en un gramo o medio gramo de metilprednisolona, o 200 o 100 mg. de dexametasona. Esta es la equivalencia que emplean en el centro de salud.
El resultado, aunque con un número comparativamente pequeño de casos (25 tabulados) ha sido claramente favorable. Pese a que llegaron con niveles muy bajos de saturación de oxígeno, 13 pacientes fueron dados de alta y 12 continúan en tratamiento. Ninguno de los que hizo el tratamiento de pulsos falleció. Tres personas murieron, luego de interrumpirlo para hospitalizarse en lugares donde no se practicaba el pulso.
¿Cómo se decidió el centro de Tahuantinsuyo Bajo a aplicar un tratamiento al que se resisten otros médicos? La inspiración ha sido el trabajo del eminente neumólogo Roberto Accinelli. [Ver su artículo: “Las armas para vencer la pandemia”, en IDL-Reporteros]. Accinelli no solo lleva a cabo un trabajo incesante de enseñanza e intercambio de experiencias con médicos en la primera línea de lucha contra el Covid-19 en todo el país, sino que conoció a los más veteranos de ellos en antiguas campañas contra la tuberculosis en centros de atención primaria. La experiencia ganada entonces no solo ha sido útil para el desafío de hoy sino que permitió establecer vínculos de confianza con médicos que siguen en plena actividad.
Uno de esos médicos es Juan Carlos Madrid, un sanmarquino de 67 años a quien, al comienzo de la pandemia, le indicaron que debía irse a casa por la vulnerabilidad que sus años imponían. Madrid se negó a dejar su puesto. “A mí me dijeron, por la edad, para que pida licencia y esté en mi casa sentadito cobrando mi sueldo. Pero no pues. Yo digo, ¿entonces quién iba a atender a los pacientes? ¿quién organizaba? La experiencia también es importante. […]”, añade Madrid “que nuestra misión como médicos es darnos a los pacientes incluso por encima de nuestra salud”.
Su familia no estuvo precisamente de acuerdo, como es natural, pero el ejemplo de Madrid, que se dedicó por entero a tratar casos Covid-19 desde el principio, fue muy importante para motivar a buena parte del personal médico a hacer frente al desafío que amenazaba con desbordarlos.
Como indica Madrid, al inicio de la pandemia tenían dudas sobre qué tipo de tratamiento utilizar.
“Nosotros”, recuerda Madrid, “abrimos la atención el 16 de marzo, pero … solo veníamos a decirle al paciente que tome paracetamol y cualquier otra cosa, que se comuniquen con el 113. Yo decía ‘¿pero por qué tenemos que hacer eso? Si podemos dar nosotros el tratamiento’. […] Vimos en farmacia qué había: cloroquina y azitromicina. Había bastante cloroquina, empezamos con eso. Pero ahora sabemos que es mucho mejor la hidroxicloroquina”.
Entonces, para discutir sobre el tratamiento, Madrid decidió contactar a un viejo conocido. “… me contacté con [Roberto] Accinelli. Yo lo conozco de años a Accinelli. Lo conocí en Cayetano. […] Él trabajaba en Neumología. De ahí nos hemos hecho amigos. Y cuando salí de ahí, hemos mantenido el contacto. […] Accinelli también es un paradigma en control de tuberculosis. Él implementó la atención de los pacientes con TBC en los centros de salud. Los pacientes antes de eso se morían porque iban a los hospitales… Así como el Covid. Nadie iba a los centros de salud. Accinelli implementó que los tratamientos debían darse en los centros de salud. Así controlamos la tuberculosis. Antes era absurdo que vayan a los centros de salud”.
“Nosotros”, dice Madrid, “comenzamos a atender a los pacientes Covid antes de que el gobierno siquiera pensara en darle la oportunidad al primer nivel, que es lo que debió hacerse desde un principio”.
Al inicio de la emergencia no tenían pruebas, ni moleculares ni rápidas. Solo disponían de algunas pruebas rápidas para las gestantes. Ahora tienen ambas pruebas pero, gracias a su experiencia, no son la herramienta principal para el diagnóstico, que es clínico. Se las usa para obtener, o no, una confirmación.
Luego de discutir el tratamiento con Accinelli, formaron un Comité Covid en Tahuantinsuyo Bajo, en el que Madrid fue nombrado asesor. El líder del comité fue el médico José Pando Hermosilla, quien, después de una intensa actividad, enfermó gravemente con Covid-19. Logró sobrevivir a la enfermedad, pero aún se recupera de sus secuelas y no pudo continuar participando en el vibrante esquema de acción que logró organizar.
Además de Pando y Madrid, en el comité Covid-19 actuaba una médica activa y vehemente, Gricel Ynga, a quien pusieron a cargo de recoger y organizar la data, además de la logística. Ynga hizo todo eso y mucho más.
Junto con ese grupo de médicos trabajó un equipo de enfermeras. Victoria Sallo es una de ellas. La recia cusqueña, que hizo con gran esfuerzo su carrera de enfermera, trabajó con acostumbrado ahínco desde el principio, pero cayó enferma con Covid-19 en mayo. El contagio fue en el trabajo, asegura, porque no les daban equipos de protección adecuados. La mascarilla que les daban, dice, “es mascarilla del material de la caja de huevos. Si nosotros seguimos acá trabajando es porque tenemos vocación de servicio. Hemos tenido que comprar con nuestros propios medios”.
Conoció lo que es el embate duro de la enfermedad. “Es un dolor de espalda, de pecho, que no te deja respirar. Es un malestar general que no te deja ni caminar”, dice. Ella contagió a su esposo y sus dos hijos. Todos se atendieron en Tahuantinsuyo Bajo y, gracias al sistema de tratamiento, superaron pronto la enfermedad. Luego, instaron a Sallo a volver a su trabajo. “Ellos eran los que me decían que tenga paciencia, que [los pacientes que llegan al Centro] son personas que me necesitan”.
Una tía suya, de 67 años, entró grave a la UCI del Rebagliatti y falleció ahí. Sallo lamenta que en ese tiempo el Centro no diera todavía terapias de pulso. Quizá se hubiera podido salvar aquella vida, como se ha logrado hacer con tantas otras.
Gricel Ynga llevaba dos años trabajando como médica en el centro de salud de Tahuantinsuyo Bajo cuando estalló la pandemia. En cuanto empezó a trabajar con casos de Covid-19 dejó su casa en Canto Grande y se mudó sola a un cuarto que alquiló frente al Centro, para poder atender los casos cuando fuera necesario, lo cual pronto significó todo el tiempo.
“No voy a visitar a mi familia desde que empezó la pandemia”, dice Ynga. “Mi mamita está con una etapa muy triste, horrible, pero qué podemos hacer. […] así tiene que ser por lo menos dos o tres meses más”.
Ynga se ha encargado, entre muchas otras cosas, de registrar cada caso que documenta la estrategia de Tahuantinsuyo Bajo. Cada paciente Covid-19 tiene un médico asignado para hacer un seguimiento telefónico a toda su familia y al paciente”.
Ynga trabaja, además, en el tratamiento de pacientes. El testimonio de estos es elocuente: “Gricel … sacó adelante a mi esposo”, dice Nancy Sosa, “… nadie lo quería atender. Si lo llevaba al hospital, ya no iba a vivir. La doctora me llamaba a las tres de la mañana, a las cinco de la mañana, para que yo le tome la saturación. Yo me dormía pero ella me despertaba. La doctora Gricel vino aunque no era su turno. Gracias a la doctora Gricel mi esposo está vivo”.
“Me dijeron que lleve a mi hermano, [Johnny Acosta] a un hospital”, dice Giovanna Acosta, “pero la doctora Gricel me atendió, le pusieron oxígeno, lo estuvieron monitoreando, le pusieron el metil[prednisolona] a la vena. […] [Gricel] Iba y venía. Siempre con la doctora monitoreando. Yo no me puedo quejar. Mi hermano estaba muy grave, ya casi no había esperanza, pero gracias a la doctora ya está mejor. La doctora me monitorea siempre, todos los días me escribe.[…] es muy dedicada, no todos son así”.
Para Ynga, la peste fue, además de desgracia, una enseñanza. “Para mí”, dice, “ la pandemia me ha enseñado a ver todo en un paciente. A ver cardiología, a ver neumología, todo medicina interna… un paciente de Covid viene hipertenso, diabético, gordito, viene con síndrome de ansiedad; y encima viene con su papá, mamá, abuelita y todos ellos con múltiples problemas. No solamente es un paciente Covid, sino que es un paciente con todos los problemas que ha acumulado toda una vida. Porque por el Covid no es que le ha dado diabetes o hipertensión, o su situación de pobreza. Esto ya viene de atrás, todo lo que ha tenido él. Entonces eso es lo que nos demanda al final. El Covid es el espejo de todo lo que no hemos hecho antes”.
Como se ve, el Covid-19 hace emerger al filósofo o la filósofa escondido en cada médico.
“Nosotros”, prosigue Ynga, “hacemos rastreo de contactos […] En otros lugares no se preocupan por los contactos pero nosotros sí. Tenemos un registro especial para los contactos”.
El seguimiento es un proceso a la vez directo y laborioso: “todos los días el encargado de farmacia recoge una ficha epidemiológica que ya está llenada por nosotros, para que le den el tratamiento respectivo al paciente. Esa ficha se queda en farmacia. Y la trasladan a una base de datos. Hay dos personas encargadas de epidemiología. Ellas me mandan por correo una base general. Yo la descargo y distribuyo a los pacientes con cada médico. Si es adulto mayor, lo direcciono a un médico que ve adultos mayores; si es gestante, a un ginecólogo; si es un niño, a un pediatra. Hay otra doctora que se encarga de llamar a los contactos. Hay un médico que se encarga de llamar a toda su familia del paciente. Al contacto se lo llama cada semana. Si tiene síntomas, se le dice que vaya al establecimiento inmediatamente. […] Hemos tenido 184 gestantes con Covid, y 60 dieron a luz. Todos muy bien. Una nomás fue a UCI pero ya salió, ya está estable”.
¿Se entiende ahora porqué el sistema de tratamientos ha tenido éxito pese a todas las carencias?
El tratamiento de Covid-19 precisa oxígeno, mucho oxígeno. Hasta hace pocas semanas, Tahuantinsuyo Bajo tenía un solo cilindro de oxígeno, cuyo uso fue optimizado hasta la última molécula.
Los médicos se vieron con frecuencia obligados a conectar el balón de oxígeno a la cánula nasal de un paciente por un rato, luego desconectarlo y ponerlo en la cánula de otro paciente; y repetir el cambio de tanto en tanto.
“Nosotros trabajamos en situaciones precarias, qué vamos a hacer. Así hemos salvado vidas”, dicen los médicos. Hace pocos días, afortunadamente, una empresa privada donó al centro de salud dos concentradores de oxígeno de 10 litros, que ya han sido instalados.
Pero eso no solucionó el déficit cotidiano y obligó a improvisar soluciones.
“Cuando han necesitado oxígeno”, dice Victoria Sallo, “llamamos a algunos pacientes que ya los han dado de alta y tenían balones. Les decíamos ‘Señora, nosotros le damos la garantía, por favor’. Y traíamos el balón”.
Hace poco, recuerda Sallo, un paciente diabético, obeso, llegó con falta de aire y con 84 de saturación. Sallo llamó a un antiguo paciente suyo que accedió a prestar su balón. “Nosotros mismos hemos trasladado el balón de Puente Piedra a Independencia a las doce de la noche”, dice la enfermera.
Rescate de la muerte
Durante el reportaje en Tahuantinsuyo Bajo, IDL-R pudo ver en acción el esfuerzo de parte de los médicos del Centro para salvar vidas que, en casi cualquier otra circunstancia, engrosarían la larga lista del luto nacional.
El sábado 3 de este mes, una ambulancia trajo a Alfonso Quispe Romero al Centro. Llegó en malas condiciones. Un hijo suyo, Juan José (abogado del Instituto de Defensa Legal), afectado en forma severa por la enfermedad, se encontraba en la UCI de una clínica y otros miembros de su familia mostraban ya los síntomas del Covid-19.
Alfonso Quispe tiene 79 años y el agravamiento de los síntomas mostraba un rápido y aplastante deterioro en su salud. Su llegada al centro de Tahuantinsuyo Bajo fue una medida desesperada – sabiendo el notable récord de sus médicos– para evitar un desenlace fatal.
Quispe fue atendido por el médico Juan Carlos Madrid. Su primer examen arrojó una saturación de oxígeno de apenas 78. La decisión fue de oxigenarlo de forma inmediata y ‘pulsarlo’ con metilprednisolona.
Horas después, un hijo de Quispe, Marco Antonio, llegó también con obvios signos de inflamación por Covid-19. Se lo puso bajo el mismo régimen de su padre.
Desde el sábado hasta el martes por la mañana, Alfonso Quispe permaneció en el centro. Las condiciones son duras: no hay camas y se duerme en la carpa Covid-19, donde en las noches hace mucho frío. La necesidad de oxígeno de ambos era también superior a la que el Centro podía proporcionar, teniendo sobre todo en consideración sus otras obligaciones, por más que hicieron proezas de sumar el aporte de los compresores con el del balón.
El frío se pudo enfrentar con ropa y mantas de abrigo, pero la incomodidad no era leve y, sobre todo, el peligro de quedar sin oxígeno era grande. Pero si el paciente terminaba hospitalizado, era virtualmente seguro que los ‘pulsos’ de metilprednisolona se iban a interrumpir y el agravamiento se iba a desencadenar.
Tanto Juan Carlos Madrid como Gricel Ynga lucharon porque los pacientes se quedaran. Unos pocos profesionales del Centro –que suelen oponerse al tipo de terapias y tratamiento que distinguen a Tahuantinsuyo Bajo, pese al resultado no solo exitoso sino salvador que estas tienen– se quejaron de que la presencia de los enfermos de Covid-19 ponía “en peligro” al personal. Es decir, que no se atendiera esos casos de Covid-19. Madrid e Ynga se turnaron en la atención sin pensar en horarios para asegurar que los enfermos recibieran tratamiento.
El domingo en la noche se consiguió el oxígeno suficiente y el martes por la mañana, luego del último ‘pulso’, se dio de alta a Alfonso Quispe y a su hijo. En lugar de llegar en crisis al hospital, regresaron a su casa. El mayor de los Quispe salió con una saturación de 93, y su hijo con 94. Gricel Ynga fue con ellos, como hace con los pacientes de alta que inician la convalescencia, para instalarlos, ver cómo van a administrar la oxigenación que necesitan y organizar el seguimiento por telemedicina. El trabajo, para ella, no ha terminado, pero una vida ciertamente se salvó.
Y así, con un esfuerzo cotidiano que bordea y frecuentemente alcanza el heroísmo, un grupo notable de médicos, enfermeras y personal sanitario del centro de Tahuantinsuyo Bajo convirtió lo que hubiera podido ser la reseña de otro luctuoso fracaso en un caso sobresaliente de éxito en la recuperación de pacientes, mediante el empleo metódico de tratamientos pragmáticos, de bajo costo y alta eficacia que bien puede ser el ejemplo de lo que puede y debe hacerse en el país entero.