El sargento se apellidaba Manihuari y para mejores señas, su apodo no podía calzarle mejor: le decían “Panda”. Dos ojeras circundaban su rostro como si tuviera un par de anteojos permanentes y a veces, con ese rasgo, es inevitable que un amante de las bromas venga y te calce un sobrenombre de esa naturaleza.
Manihuari es un muchacho bastante noble. Nacido en Iquitos, se ha dado una vuelta por el Perú para prestar servicio militar en el VRAE. Un día, se me acercó diciéndome que “tenía un pescado para mí”. Como andaba ocupado en una u otra cosa, no le tomé mucha atención. Pero al día siguiente insistió en la invitación pues “ya estaba caliente”, así que fui al comedor.
Manihuari me había servido un Chilcano de boquichico. Su textura es un poco especial, dándole un aspecto entre crudo y ahumado. Descansaba en un caldo tibio y un poco salado y a un lado del infaltable plátano maduro. Lo curioso era el recorrido del propio pescado. Resulta que este era de la Amazonía de Iquitos y no del Apurímac. La madre de Manihuari se lo envió, primero salándolo para que se conserve. Después hizo un enorme recorrido desde un caserío próximo a Iquitos para llegar aquí. Pasó por Lima, subió a Huamanga y después volvió a meterse a la selva; esta vez a la de Cusco. Por lo menos, 1,900 kilómetros de travesía hasta mi estómago.
Enterado de su recorrido, no tuve opción de rechazar la invitación. Manihuari se puso feliz de que comiera el boquichico (me vigilaba muy atentamente, para ver mi expresión de agrado). No son muestras de afecto exclusivas. A veces, en las conversaciones diarias, los jefes más antiguos relatan las innumerables veces en que la población ha terminado salvando del hambre o la sed a alguna patrulla. No son pocas las invitaciones de los jefes Ashánincas para beber ingentes cantidades de masato, o de los propios niños nativos que te pueden convidan, como si fueran caramelos, ranitas ahumadas o un afeado gusano negro llamado capote¸ el cual cocinan en pequeñas brasas, siempre humeantes.
A veces, sorprende tanto el Perú de los buenos, que no sé qué país es el que sale en los noticieros de televisión.
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He visto varias veces a un ciudadano alemán recorriendo las calles de Pichari, particularmente cuando salgo a correr con mis compañeros. Debe tener unos treinta años. Al pasar, el alemán saluda muy efusivamente nuestro recorrido, levantando ambos brazos.
Lo curioso es que el alemán vende helados D´Onofrio.
Un día, salí por un trámite a la ciudad y me topé con el alemán en su carrito. Así me enteré sobre sus orígenes. Quise comprar un helado y me dijo:
— Son helados D´Onofrio, de muy buena calidad, se los recomiendo.
El helado que escogí estaba a tres soles, pero el heladero extranjero me subió el precio, insistiéndome sobre el tema de la calidad y garantía de esta desconocida marca de color amarillo y sol sediento.
En ese momento, yo parecía el europeo y el europeo parecía un peruano de los ochenta, con harta pasta para el “recurseo”. Por curiosidad le pregunté de donde era. Hasta ese momento asumía que era norteamericano por su español forzado y su cabello rubio. Pero el heladero, al verme en uniforme, no interpretó mi pregunta como una curiosidad, sino como un interrogatorio de la SS. De inmediato extrajo, de la cajita donde también guarda las cucharitas de madera, su pasaporte y me lo mostró:
— Soy de Alemania, soy absolutamente legal, mis papeles están en regla y estoy aquí para poder practicar el idioma español.
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La ausencia de lluvias por la época ha disminuido el caudal de los ríos, por lo que las familias se acercan a las corrientes con poco temor a bañarse, lavar la ropa o simplemente jugar. Por estos mismos días, sin mucho alboroto, dos de los más peligrosos terroristas que pululaba la zona –Yuri y Renán—han sido capturados y sorpresivamente, empieza a renovarse un aroma al que estábamos desacostumbrados: el olor a paz.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.