A lo largo de la historia del conflicto humano, la pluma y la espada han sido blandidas con frecuencia por la misma mano.
El mayor EP Carlos Enrique Freyre ha retomado esa tradición ilustre (aunque hoy medio abandonada) y, como joven oficial y talentoso escritor, lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, observaciones, pensamientos sobre la variada, intensa, conmovedora realidad que observa.
Son los «Diarios de guarnición», que IDL-Reporteros publicará como columna, a partir de hoy, cada 15 días.
Estaba esperando en el puerto el cruce de un bote para cruzar el Apurímac, cuando vi a una mujer que con cierta prisa se me estaba acercando. Creí que transpiraba por el apuro. Entendí que venía a decirme algo. En cualquier caso y por la confianza de vernos la cara durante varios meses, la gente de cualquier pueblo suele pedir algún tipo de ayuda: desde una pequeña atención médica hasta la solución de un problema familiar –que es un tema recurrente por el machismo que pulula en los valles– o la intermediación ante los organismos públicos por la presencia de una plaga sobre las plantaciones de café. Sin embargo, la mujer vino trayendo una noticia y era el pánico y no el calor y el apuro lo que la hacía sudar.
— He visto a un hombre nadando muerto en el río, dijo.
Me demoré unos segundos en traducirla: el cuerpo de un ahogado flotaba aguas arriba.
El Apurímac tenía en sus remolinos el cadáver de un hombre de complexión media, de unos cuarenta años. De lejos, parecía el desenlace trágico de un nadador sin recursos, pero cuando lo acercamos a la orilla, tenía una serie de heridas a machete; una de estas exacta entre los dos ojos. El gesto del rostro denotaba una jornada de violencia extrema. Quienes lo atacaron, tampoco se gastaron el ánimo en enterrarlo. Simplemente, como si se tratara de una lección para los extraños, lo arrojaron al río y dejaron que la naturaleza siga castigando su humanidad.
¿Y quién era este hombre?
No era nadie. La noticia de su hallazgo se ha propagado por los valles, de casa en casa, de familia en familia, por las radios locales o los altavoces pueblerinos. La pregunta fue de ida y vuelta: ¿quién es el hombre que nadaba muerto en el río con un machetazo entre los ojos? Pronto, la respuesta negativa hizo su lento recorrido de retorno. El presidente de una comunidad fue más específico: “en Cuculipampa estamos completos porque no falta nadie”
Don Nadie debe ser enterrado como un anónimo y sin velatorio. Las teorías locales sobre su procedencia y designio llenan por varios días las conversaciones de los almuerzos o de las cosechas comunales en las chacras. Las hipótesis más cercanas admiten que se trata de una víctima relacionada al narcotráfico; de otra forma, no podría explicarse su presencia extraña en un paraje tan lejano y sin documentos de identidad. En estas regiones del país, los turistas no existen, o como me dice un hombre medianamente educado que me gasta una broma, son tan escasos como un vampiro.
Mientras la tierra va cayendo sobre el envoltorio que hemos conseguido para su cuerpo, me pongo a pensar en don Nadie. ¿No hará falta en algún otro lugar del país? ¿No habrá una mujer o una madre esperando su llegada con un almuerzo sobre la mesa? ¿No habría una historia, sea de felicidad o de tormento, escrita antes del machetazo que deshizo el rastro de su vida? La única certeza que queda en el tintero es que este hombre vino hasta la selva para morir en otra parte.