El cabo se apellida Amasifuén y como él, hay varios paisanos suyos venidos del oriente: Tapullimas, Tuanamas y Fasabis. A la edad que un joven citadino estaría buscando qué estudiar o cómo ganarse la vida, los selváticos andan viendo en qué batallón del Ejército van a enrolarse. Hay soldados provenientes de la selva en los cuarteles militares desde Puno hasta Tumbes y los admiro mucho por su índole laborioso, franco y libre de pensamiento. El cabo –quien estuvo buscando señal de celular subido en la pendiente de un cerro—ha recibido la noticia que su novia lo ha cortado:
—No entiende cómo es esto, masculla con impotencia.
Es una nueva víctima del amor lejano. Como él, cientos de hombres están desperdigados en el eje vial que une Tambo con San Francisco (La Mar, Ayacucho), donde se construye una carretera cuyo extremo final es Pichari y el trabajo es incesante. En un episodio fatal acaecido a mediados del 2013, Sendero Luminoso quemó varias maquinarias, lo que obligó a la instalación de bases militares en la región. La carretera tenía que nacer. Desde esa fecha comenzó un peculiar combate de resistencia, el cual consiste en que, mientras las tropas cuidan de las maquinarias y los operarios, los senderistas articulan la manera de cómo atacarlas. Dos emboscadas, tres muertos y varios heridos después del último octubre, le enseñaron muy rápido a la gente que las rutinas están prohibidas.
Así, un relevo de puesto para proteger las maquinarias es una tarea temeraria. Es preferible abrirse camino a machete que usar la carretera. Es como si uno quisiera irse caminando de Lima a Miraflores, pero en vez de usar la avenida Arequipa, se diera una vuelta por la avenida Aviación. La línea recta no es el camino más corto. La línea recta es una renuncia a la vida.
La carretera avanza: la soledad, la tensión, los relámpagos y sus bramidos, los ventarrones y el sol de destierro, son enemigos aparte. Los oficiales piensan en el estado de la tropa acicateada por los disparos nocturnos; por la tos de las ametralladoras que de cuando en cuando se activan para alejar el peligro. Piensan en los movimientos de los terroristas con la vegetación exuberante como mejor aliada e intentan comunicarse con sus familias para mentirles que están en una panacea. Raro trabajo el que nos ha tocado: ingeniárselas para no ser un muerto. Hay artilugios para captar la señal de un celular, colgando alambres o trozos de madera diseñados a puñal en los techos. Los obreros y sus máquinas siguen imparables. Zarandean la tierra, cortan cerros, revuelven la grava e instalan cunetas y confían en su suerte.
Algún día la carretera se hará realidad y la vida tendrá nuevos colores, ritmos y velocidad de marcha. Los soldados y los obreros que luchan ahora porque eso suceda, ya no estarán. En una carretera, con excepción de las cruces salpicadas en la boca de los barrancos, no existen los recuerdos. Los recuerdos se irán en la mochila de los Tapullimas, Tuanamas y Fasabis, que para esa época estarán peleando en otra parte, por la misma camiseta.
Y Amasifuén habrá conocido un nuevo amor, aunque por ahora no sabe quién es.