Este editorial plantea una estrategia general para la sociedad civil democrática frente al dilema de elegir entre dos peligros graves para el país. Ese dilema es nuestra “alternativa del diablo” y el desafío que enfrentamos, como en la novela de Frederick Forsyth, es resolverlo burlando la trampa de Satán.
Publicada en 1979, “The Devil’s Alternative” se sitúa en lo que entonces era un futuro próximo, 1982, dentro de la Guerra Fría. Forsyth, (autor del clásico “El día del chacal”), tejió un ajustado argumento de acciones, confrontaciones y demandas que desembocan en una situación insostenible con solo dos salidas, cualquiera de las cuales garantiza inmensa y devastadora pérdida de vidas humanas, preludio probable de una guerra termonuclear.
La que enfrentamos en el Perú, a partir del domingo 11 pasado, no nos acerca al apocalipsis, pero sí, en términos de la democracia, a la calamidad. Cualquiera de los dos candidatos que disputarán la segunda vuelta representa una seria amenaza al sistema que con gran esfuerzo conquistamos el año dos mil y que luego tocó defender elección tras elección, mal menor tras mal menor, hasta lograr el período más largo (y próspero aunque notoriamente imperfecto) de vigencia democrática en nuestra historia.
El dilema se complica porque una amenaza proviene, para decirlo en términos simplificados, desde la derecha y la otra desde la izquierda. Dentro del espectro amplio de la sociedad civil democrática, quienes se orienten a la izquierda pondrán mucho mayor alerta al lado opuesto del espectro y descuidarán o tolerarán el lado cercano. Lo mismo sucederá desde la derecha. De hecho, ya sucede.
Pese a que se necesita conocer mejor a los candidatos, su entorno, su dinámica y sus objetivos reales –con todo el preciso detalle que ello implica–, me parece indiscutible con lo que se sabe ahora, que ambos representan, desde la perspectiva y circunstancia de cada cual, un serio peligro para la democracia en el país. Conocemos más sobre el fujimorismo, pero lo suficiente sobre Perú Libre como para estar seguros de la real amenaza de un lado y otro.
El tema de cómo llegamos a esta situación desastrosa y lo que esta revela o enseña sobre nuestra historia, estructura, visión y gobierno, es apasionante y de gran importancia, pero no lo voy a abordar en esta nota, puesto que lo premioso ahora es decidir qué hacer frente a nuestro dilema, nuestra alternativa del diablo.
Dos candidatos para la segunda vuelta. Hay que elegir una u otro, no hay salida aparente. Uno puede destruir la democracia desde un lado del espectro político; y la otra puede hacerlo desde el opuesto.
Podemos votar o no hacerlo. Votar por alguno de los dos o por ninguno de ellos. Eso no cambia las cosas.
Una u otro, en sus términos. ¿Es la fatalidad que enfrentamos?
No necesariamente.
¿Cuáles son los puntos vulnerables del dilema?
Uno importante es el de la representación.
La democracia es, por definición, el gobierno de la mayoría a través del voto, junto con el respeto a las minorías, por mandato de la ley.
La segmentación disminuye el tamaño las mayorías, pero en cualquier caso deben representar una cercanía razonable al concepto de lo que es mayoritario.
Eso fue lo que sucedió durante las elecciones que tuvo el Perú desde que se conquistó la democracia el año dos mil.
Para explorar el nivel de representación democrática en esas elecciones, vamos a comparar los resultados de los dos ganadores de primera vuelta con relación al total de electores hábiles de ese momento. Es un buen indicador de representación ciudadana.
– En las elecciones de 2001, hubo 14 millones 906 mil 233 electores hábiles. En la primera vuelta, Alejandro Toledo tuvo el primer lugar con 3 millones 871 mil 167 votos: el 25,9% de todos los electores hábiles. Alan García, que llegó segundo, tuvo 2 millones 732 mil 857 votos, el 18,3% de los electores hábiles. Los dos primeros puestos en la votación concentraron el 44,2% de todos los electores de país (y el 59,5% de todos los votos emitidos).
– En las elecciones de 2006, hubo 16 millones 494 mil 906 electores hábiles. Ollanta Humala ganó la primera vuelta con 3 millones 758 mil 258 votos: el 22,7% de todos los electores hábiles. Alan García, que otra vez arribó segundo, tuvo 2 millones 985 mil 858 votos, el 18,1% de todos los electores hábiles. Los dos primeros lugares sumaron el 40,8% de los electores del país (y el 46% de los votos emitidos). Recuérdese que Lourdes Flores, que llegó tercera, perdió por pocos votos frente a García, lo que indica unas mayorías aún más concentradas que en la elección anterior. También debe recordarse que la inquietud frente a la relación de Humala con el chavismo, entre otras cosas, le dio la victoria a García en la segunda vuelta.
– En las elecciones de 2011, hubo 19 millones 949 mil 915 electores hábiles. Ollanta Humala ganó la primera vuelta con 4 millones 643 mil 064 votos, el 23,2% de todos los electores del país (y el 28,2% de los votos emitidos). Keiko Fujimori fue segunda con 3 millones 449 mil 595 votos, el 17,2% de los electores hábiles del país. En conjunto fue el 40,4% de todos los votos posibles del país. Humala, que aprendió de su experiencia en la campaña anterior, aceptó expresar su lealtad a la democracia con un juramento solemne en la universidad de San Marcos. Eso le dio el triunfo en la segunda vuelta.
– En las elecciones de 2016, hubo 22 millones 901 mil 954 electores hábiles. Keiko Fujimori ganó la primera vuelta con 6 millones 115 mil 073 votos, el 26,7% de los electores hábiles del país. En el segundo lugar, Pedro Pablo Kuczynski, tuvo 3 millones 228 mil 661 votos, el 14,1% de los electores hábiles del país. En conjunto fue el 40,8% de todos los votantes del país. Pese a que Keiko Fujimori casi dobló la votación de Kuczynski en la primera vuelta (la diferencia más grande entre el primero y segundo en todas las elecciones generales peruanas en este siglo), este se impuso en la segunda gracias a la movilización de la sociedad civil democrática, que le dio la victoria.
– En las elecciones de 2021, hubo 24 millones 520 mil 719 electores hábiles. Pedro Castillo ganó la primera vuelta con 2 millones 689 mil 804 votos, el 10,9% de los electores del país. En segundo lugar, Keiko Fujimori obtuvo 1 millón 885 mil 666 votos, el 7,6% de los electores. En conjunto tuvieron el 18,5% de los electores hábiles del país.
¿Qué enseña esa exploración de la representación electoral en las cinco elecciones generales de este siglo? Que las cuatro primeras tuvieron un grado significativo de representatividad. Los dos primeros candidatos en la primera vuelta de cada una de esas elecciones lograron el 44,2%, el 40,8%, el 40,4% y el 40,8% de todos los electores hábiles del país. Y mucho más, por supuesto, de los votos emitidos y los votos válidos. Hay poca duda de que esas elecciones expresaron la voluntad de la mayoría.
En patente contraste con todas las elecciones anteriores, el ganador y el segundo puesto de la primera vuelta de 2021 sumaron apenas el 18,5% de todos los electores hábiles en el país. En cualquier otra elección esos porcentajes no les hubieran dado más allá del tercer o cuarto puesto de la contienda electoral, dependiendo del número de candidatos.
¿Podemos considerar mayorías a esos porcentajes? Una “mayoría” que no alcanza siquiera la mitad de la mitad no es otra cosa que una minoría más.
De manera que, si la democracia es el gobierno de las mayorías, con respeto a las minorías, el que viene amenaza ser el gobierno de la minoría sin respeto a la mayoría.
El profundamente anormal proceso de elecciones generales que ha tenido lugar, terminó siendo la competencia entre candidatos pigmeos compitiendo con candidatos micro y candidatos nano. La micropolítica y sus electoralmente diminutos candidatos decidiendo el destino de una gran nación.
Tanto el candidato con el 10.9% de la representación del país, como la candidata con el 7,6% de la misma emergen, desde la izquierda y la derecha, como las más graves amenazas a la democracia en el país este siglo. ¿Alguna mayoría les dio ese mandato? Por supuesto que no.
Estamos en una nación enferma, infectada y debilitada por el ataque de la peste y la incompetencia de sus gobernantes para enfrentarla, donde, en la actual disfunción balcánica, dos políticos minoritarios, enfrentados entre si pueden llevar, por la izquierda o la derecha, a la democracia al despeñadero.
¿Qué puede hacer la sociedad civil democrática para impedirlo? Verdaderamente mucho, a condición de que haya una movilización intensa, en izquierda, centro y derecha, para lograrlo. Miren las cifras del 2011 y, sobre todo, del 2016. Si con semejante diferencia y un candidato más bien limitado, se logró la victoria, gracias a una acción simultánea y vigorosa en la parte final de la campaña, hoy sería mucho más fácil lograrlo … si uno de los dos candidatos no prendiera e hiciera sonar todas las alarmas. Lamentablemente, los dos las prenden.
Nuestro voto, el voto en defensa de la democracia, es un arma no solo poderosa sino decisiva y no debemos usarla antes de tiempo. Si lo hacemos, convertimos el arma en un regalo, quedamos inermes y sometemos nuestro destino.
Pero, a la vez, los dos quieren ganar. Y, como se probó una y otra vez, la masa de votación de los sectores democráticos movilizados es más que suficiente para impedir la victoria de cualquiera de los dos candidatos. De manera que en esta elección no hay dos sino tres protagonistas.
Ahora es difícil saber cuál significa mayor peligro. Si la elección fuera mañana el campo democrático iría dividido, un gran número votaría en blanco o viciado y una cantidad probablemente menor dividiría su voto de acuerdo con su inclinación política. Pero hay tiempo para que la sociedad civil democrática tome conciencia de lo que está en juego, se organice y actúe.
Nuestro voto, el voto en defensa de la democracia, es un arma no solo poderosa sino decisiva y no debemos usarla antes de tiempo. Si lo hacemos, convertimos el arma en un regalo, quedamos inermes y sometemos nuestro destino.
El voto masivo del sector democrático debe quedar en suspenso mientras se exige a ambos candidatos por igual, una claridad puntual sobre las garantías, medidas y seguridades de mantener y también fortalecer el sistema democrático. Posiciones inequívocas sobre libertades políticas, derechos humanos, respeto a las minorías, libertad de prensa, de opinión, de organización, a la separación de poderes, autonomía del BCR y otras instituciones vitales para la regulación eficiente del Estado, respeto a la meritocracia no deliberante de las Fuerzas de Seguridad. Fortalecer o, por lo menos, no afectar la lucha contra la corrupción. Defensa de la democracia y los derechos humanos en el nivel internacional.
Debe haber una presión continua y sistemática por respuestas inequívocas. Y también acuerdos básicos dentro de los sectores democráticos, desde la izquierda hasta la derecha. ¿Aceptaríamos un gobierno mafioso, deshonesto, patán y vengativo en la derecha, aunque prometa libertades económicas para sus amigos? ¿Toleraríamos un gobierno que, diciéndose de izquierda, imite a Maduro y a Ortega, recorte libertades fundamentales y busque perpetuarse en el poder? Si la respuesta es un no inequívoco a ambas preguntas, desde cualquier sector en favor de la democracia, entonces las fuerzas democráticas tendrán la capacidad última de decisión.
Cada día se conocerá mejor a los candidatos, sus entornos, sus aparatos, tanto los visibles como los que se quiera mantener lejos de la luz. Bajo el escrutinio y la presión, es probable que uno de los dos, o los dos, tomen la decisión de efectuar los cambios para que su organización tenga la posibilidad de ganar la elección y llegar al poder. Si se llega a ese punto, habrá que pedirles a uno de ellos, o a ambos, jurar lealtad a la democracia, como lo hizo Humala en 2011. Solo entonces el voto debe ir a quien ha reformado su organización y jurado solemnemente defender la democracia. Ese candidato o candidata debe ganar. Puede desagradarnos o no, pero habremos cumplido con el deber de garantizar la supervivencia de la democracia.
¿Pueden engañarnos, prometer lo que sea, jurar en vano y luego hacer lo contrario? No es imposible, pero tampoco fácil. Habrá mucho mejor conocimiento y mayores fuentes de información como para no avizorarlo. Aún si sucede así, el gobierno que viene no tendrá control sin contrapesos y la sociedad civil, que se habrá mantenido fuerte, podrá manifestarse desde fuera, en la escala y con la intensidad que sea necesaria.
Cabe también la posibilidad de que ambos candidatos rechacen negociar con la sociedad civil. Si fuera así, esta debe estar preparada para vigilar y, cuando necesario, confrontar al nuevo gobierno cuando inicie su deriva antidemocrática. Noviembre pasado no está lejano y sus lecciones permanecen vivas y vigentes.
Eso es lo que hay que hacer. Demandará esfuerzo, vigilancia, discusiones y, es probable, algo de riesgo. Pero todo eso es poco al lado de lo que significaría luchar por reconquistar la democracia perdida.
Dentro de las acciones preventivas, se debe postergar la decisión de voto (en lugar de regalarlo) hasta que se lo pueda aplicar en forma decisiva para asegurar la defensa de lo que hoy está en peligro.
Las alternativas del diablo siempre tienen salidas. Pero no se llega a ellas sin coraje, decisión, inteligencia y la disposición a dejar parte de uno mismo en el camino.
Mientras tanto, repito lo que ojalá se convierta en el mantra de estas semanas: No regalar el voto. Bien jugada, es la carta ganadora para defender la democracia y garantizar su permanencia.
(*) Con la colaboración de César Prado.