Resumen de la entrega anterior: Estos son los despachos, desde los campos de batalla en Ucrania, de ‘Wiman’, el sargento del Ejército Peruano que sirvió por varios años en el VRAEM y que, luego de licenciarse, decidió viajar a Ucrania para luchar como voluntario en defensa de esa nación en la guerra contra Rusia. En la entrega anterior (que se puede leer en este enlace), ‘Wiman’ relató las incidencias de su largo viaje a Ucrania, su incorporación a una unidad de voluntarios extranjeros, la dieta de trigo, la marcha al frente, el bautizo de fuego, las primeras bajas. Aquí, su segundo despacho desde el centro de la guerra.
Al amanecer del 22 de abril, una camioneta nos sacó de donde nos encontrábamos y volvimos al colegio donde estuvimos anteriormente, junto a uno de los heridos; un español que sería trasladado a Kiev. Ahí nos enteramos de que iríamos a una nueva misión: atacar piezas de artillería.
‘Lucas’, nuestro comandante español, recibió a un mando ucraniano de nombre ‘Vitali’ y comenzaron una discusión en la que los georgianos también participaron y dejaron ver toda su rabia. Había indecisiones e intentos de disolución y en eso, llegó un sacerdote. Se hizo una misa que no entendí, aunque en el fondo igual me conmovió. El final de esa jornada fue para una toma de decisiones. ‘Vitali’ se nos acercó y preguntó si deseábamos quedarnos en la guerra. Le preguntamos lo que significaba eso. Nos respondió:
—Posiblemente se rompa el contrato que firmaron y regresen a su casa.
Mis compañeros me preguntaron: «¿Qué piensas, ‘Wiman’?». Les respondí: «Yo nunca he abandonado una misión». Decidí permanecer. Mi equipo de combate, al mando de ‘Vitali’, quedó en 13 hombres: tres peruanos, dos brasileños, dos polacos, dos letones, un estadounidense, un español y un francés. Otro grupo, al mando de ‘Lucas’, marchó para Kiev.
No pasó mucho tiempo después de haber tomado esa decisión cuando un ataque de artillería nos sorprendió, junto a unos civiles que se asustaron. Aseguramos la zona, a la espera de nuevas órdenes. ‘Vitali’ nos dijo que la razón por la que nos movíamos eran los drones. Un solo movimiento detectado por estos y caían morteros, granadas y misiles.
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Por varios días estuvimos agazapados. Los drones no dejaban que nos movamos con libertad. Conmigo estaba el polaco Roberth, que es valiente. En el enfrentamiento pasado, había cargado a nuestro herido unos 150 metros, en medio de las explosiones. Tres señoras llegan a cocinarnos. Lo de siempre: trigo.
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El 27 de abril aparecieron nuevos refuerzos. Esta vez eran ingleses. A uno de ellos lo conocía, porque fue parte del primer equipo que integré y lo recordaba más porque me contó que conocía el Perú: «Lo que más me gustó fue Cusco», dijo. Me confesó que no había venido con nosotros porque se quedó dormido y anduvo viendo cómo darnos alcance, hasta que se le presentó la oportunidad. Recién el 1 de mayo marchamos a una nueva misión, más riesgosa que la anterior.
Ese día salimos al atardecer y pasamos por donde estuvimos anteriormente, solo que esta vez todo estaba destruido por los bombardeos. Pudimos alcanzar unas casas abandonadas y, en eso, aparecieron unos soldados ucranianos que estaban en un búnker bajo tierra y nos hicieron señas para ingresar. ‘Vitali’ nos dijo que iniciaríamos la acción sobre el objetivo a la una de la mañana. Descansamos poco antes y comenzamos a rezar cuando recibimos la orden: realizar una emboscada a un grupo ruso que operaba artillería pesada sobre Mariupol. Del equipo que intentó hacerlo la vez anterior, no quedaba nadie. Y lo sabíamos.
Por las noches, las piezas de artillería dejaban de disparar para no revelar su posición y eso facilitó que avancemos. Pero ya cuando estaba aclarando, comenzó el concierto: rusos y ucranianos comenzaron a lanzarse proyectiles que caían cerca de nosotros y aprovechamos el ruido para aproximarnos al objetivo. ‘Vitali’ se dio cuenta de que no podíamos hacer mucho: no solo había tropas rusas sino tanques T 90 esperándonos. Además, la carencia de comunicación con los elementos próximos hizo que el comandante desistiera de lanzarse al ataque. Retrocedimos, pero no sería por mucho tiempo.
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Nos juntamos para ver en la carta el punto por donde atacar y, esta vez, salimos con la luz del mediodía. Verificamos equipos, armamento y las comunicaciones integradas con nuestros pares para tener capacidad de pedir apoyo. Iniciamos la marcha nuevamente aprovechando el concierto de explosiones y en el camino un perro nos comenzó a seguir. No estábamos demasiado lejos y, en eso, sentimos un ruido extraño. Nos escondimos como pudimos y comprobamos pronto que se trataba de uno de nuestros conocidos: un dron ruso.
Se quedó en el aire por más de 20 minutos, mientras permanecíamos escondidos. Cuando creímos que se había retirado, apareció otro. ‘Vitali’ cayó en la cuenta de que eran demasiado numerosos para avanzar, a pesar que ya la pieza de artillería rusa estaba en las proximidades. Nos dijo:
—No quiero arriesgar la vida de ustedes. Si otro dron llega a vernos, nos caerá todo su apoyo de fuegos. Es probable que muramos en este sitio.
Comenzamos el repliegue y uno de los combatientes cayó en un hoyo profundo. Nos detuvimos entre los arbustos para ayudarlo a salir y apareció otro dron. Esta vez el perro comenzó a husmearnos y el dron a seguirlo. Lo peor era que el perro se movía de un lado a otro y no se detenía, delatando nuestra posición, mientras el dron lo vigilaba. Me puse a pensar: «ahorita nos llueven las bombas». Hasta que el perro vio a otros animales, se puso a seguirlos y el dron desapareció.
Era lo que creíamos. El dron nos volvió a encontrar y esta vez nos persiguió, mientras comenzó un bombardeo en el área. Salimos corriendo hasta llegar a unas casas abandonadas y destruidas. Sentía los silbidos cerca de mí. Al alcanzar las construcciones nos sentimos seguros, y pude dormir algo. ‘Vitali’ nos despertó. Dijo que nos alistáramos para salir de la zona y fue de verdad. Llegaron dos camionetas, pero con todo y equipo no entrábamos. Entonces decidieron que el otro grupo —donde estaba yo— fuera corriendo unos 200 metros para alcanzar otros vehículos estacionados afuera. Comenzó la carrera y, de nuevo, una andanada de granadas. Logramos alcanzar los carros y salimos como pudimos del lugar, para ponernos a buen recaudo. Felizmente, no tuvimos bajas. Nos miramos y de nuevo pudimos disfrutar el sabor del trigo esa misma noche.