Ante la relativa indiferencia frente a un hecho grave, IDL-R considera necesaria la publicación de la siguiente nota editorial.
Hace pocos días se publicó en redes sociales el siguiente mensaje de alucinante toxicidad:
El autor de ese mensaje es (o era cuando lo escribió) Dave Hernández, periodista de Trome, que pertenece al Grupo El Comercio y es el diario impreso de más alta circulación en lengua española.
Así que esto, además de un hecho criminal, se convirtió en un problema periodístico. Un hecho que destacará en la lista de vilezas que, por desgracia, puede producir esta profesión.
Dado que el lenguaje debe ser la herramienta madre del periodismo, las menos de veinte palabras del avieso mensaje están tan mal escritas que lo confunden. Parecen sugerir que el “héroe nacional” emularía a John F. Kennedy y no a quien lo asesinó en Dallas, en el trágico 22 de noviembre de 1963. ¿En qué “héroe nacional” pensaba ese individuo: en Lee Harvey Oswald, el supuesto asesino; o en Jack Ruby, el que lo mató de un plomazo en el estómago poco después de su captura?
Lo que queda claro es que el perpetrador del texto insta a despachar al chotano al destino del bostoniano.
¿Cuál fue la reacción del grupo que mantiene una posición de dominio en el mercado de la prensa tradicional en el Perú?
Un estudio de tibieza, por decirlo con suavidad.
El director de Trome publicó el siguiente comunicado:
El director de El Comercio, Juan Aurelio Arévalo, buscó a su turno interponer una distancia sanitaria entre su diario y Trome.
¿Nada que ver en el asunto? Basta con observar la invariable uniformidad en la línea editorial – y de cobertura y hasta de titulación–, de todas las publicaciones del Grupo El Comercio respecto al gobierno de Pedro Castillo para pensar que si tal independencia existiese, demostraría una derogación cotidiana de las leyes de la probabilidad.
Pero así la hubiera, ¿cómo no reaccionar con terminante indignación ante lo que es una afrenta (y una amenaza) a los valores fundamentales del periodismo libre?
Referirse con generalidades a “un acto de violencia” o “llamado a la violencia” ¿no son cómodos eufemismos para zafar el cuerpo de una situación incómoda? Una pelea de MMA es un “acto de violencia” como también lo es una riña de borrachos en una taberna. La violencia tiene categorías, contextos y gravedades. Ese periodista hizo una incitación abierta al asesinato del presidente de la República con un brutal insulto racista de por medio. Para él, el asesino, descrito como “héroe nacional” no mataría a un presidente de la nación elegido por una mayoría de los votos de los ciudadanos peruanos, sino a un “chotano de mierda”.
El fascismo y otros fanatismos extremos (el de, por ejemplo, la Revolución “Cultural” china –y su terrible expresión a través de Sendero Luminoso aquí– o el de las purgas stalinianas en los 30 del siglo pasado) perfeccionaron el método de deshumanizar por el descrédito extremo a la víctima planeada para justificar su asesinato.
Ahora, en el Perú, cuando en medio de la fuerte polarización que sufrimos, el extremismo de la ultraderecha fascista se encuentra a medio paso de transitar de su desatada violencia verbal a la violencia física, el peligro es claro; más aún cuando este proceso se da en medio de la inoperancia y la cobardía de quienes debieron haberlo frenado hace tiempo.
Siempre ha sido así: el fascismo avanza cuando una democracia no produce líderes dignos sino cobardes empeñados en el apaciguamiento, dispuestos a degradarse antes que a enfrentar el riesgo de defenderse.
No es ninguna casualidad que la vil incitación retuitee al cabecilla de uno de los subgrupos de La Pestilencia.
Infaltable en los hostigamientos que perpetra La Pestilencia (el último, el miércoles 19 de enero fue contra el domicilio de la fiscal de la Nación, Zoraida Ávalos), Roger Ayachi es cabecilla de uno de sus grupos, autodenominado “Los Combatientes”. Ahora, en respaldo al periodista de Trome, anuncia el propósito de pasar al uso de la fuerza contra el presidente de un gobierno legítimo.
Ninguna de estas líneas se escribe en apoyo a la gestión del presidente Pedro Castillo ni de su gobierno. IDL-Reporteros ha publicado investigaciones que no solo muestran un patrón de incompetencia, ignorancia de aspectos elementales de gobierno y administración pública, confusión sobre objetivos, fines y estrategias; sino también casos visibles de corrupción y otros signos de ella que exigen investigaciones a fondo y con prontitud, que esta publicación realizará, junto con otras, en toda la medida de sus posibilidades.
Pero toda investigación, todo escrutinio, debe suceder dentro de las libertades, los derechos y también los deberes de la legalidad democrática, que tanto ha costado mantener.
Detrás de los esfuerzos por subvertir la democracia, combinando la leguleyada con la intimidación, la fuerza bruta y la incitación a los asesinatos están grupos de reaccionarios fanáticos, en alianza con quienes medraron parasitando el país a través de los círculos de corrupción que han lastrado nuestra Historia.
Ahora, con bandas de matones en las calles; y con neofascistas y ultraderechistas en la política, han encontrado un objetivo fácil en el desorientado y asustado gobierno de Castillo –además de un frecuente aliado en los hechos en los partidarios de Cerrón–.
Nada de esto es nuevo. Es un proceso que está empeorando, pero lleva ya tiempo. Lo que sí es nuevo y es grave es que una abierta incitación al asesinato del Presidente sea hecha por el periodista de un medio principal y que la reacción de esos medios y del periodismo en general haya sido tibia y flácida.
El periodismo es el medio que debe servir para que la gente, los ciudadanos sepan, conozcan, participen y debatan con la mejor información posible. Para que fortalezcan su condición de ciudadanos y de gobernantes de último recurso –que eso es la democracia-. El periodismo debe darle a cada habitante de un país la posibilidad de estar casi tan bien informado como sus gobernantes. Esa es la misión que tenemos, que algunas veces se cumple y gracias a la cual las democracias se sostienen y sus sociedades progresan.
Pero el periodismo puede también ponerse al servicio de las dictaduras, de la desinformación, de la corrupción y de las formas más corrosivas y letales de la mentira.
Aquí lo vivimos no hace mucho con la prensa chicha y los medios prosternados ante el fujimorato.
En otros tiempos y otros lugares fue mucho peor.
El genocidio de Ruanda en 1994 –en donde se mató a más de 800 mil personas en tres meses– fue en gran parte organizado, provocado y dirigido por Radio Ruanda y la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, que transmitió sus mensajes de odio utilizando la frecuencia y los equipos de la anterior. Desde arengas hasta canciones y jingles, además de desinformación al por mayor, se utilizaron a lo largo de varios meses antes desatar, en acción coordinada desde las radios, la matanza genocida.
En Alemania, cuando los nazis subieron al poder en 1933, se publicaban más de 4 mil 700 periódicos en la que era, en varios aspectos, una de las naciones más ilustradas de la tierra. Toda esa inmensa estructura fue puesta al servicio de la mayor maquinaria de propaganda en la Historia, que manipuló por completo a su población y la hizo participar en las mayores atrocidades que sufrió la humanidad. Hacia el final de la segunda guerra, la mayoría de los 1.100 periódicos que todavía se publicaban seguían bajo propiedad privada, aunque totalmente sometidos al ministerio de Propaganda nazi.
La prensa, el periodismo, debe servir a la libertad, a la democracia, a los derechos de cada ciudadano. Una democracia sin periodismo libre es imposible.
Pero la prensa también puede servir a la opresión, la dictadura, la corrupción, la mentira, el mal. Una dictadura exitosa sin una masiva prensa sometida es también imposible.
Tengamos claro, por eso, que el periodista que poseído por el espíritu de Radio Ruanda llama a asesinar al presidente de la República, se convierte en un periodista criminal y no debe ser tratado como periodista sino como criminal.