Los tres meses más largos de la historia.
El 6 de enero de 1983, la 2ª División de Infantería del Ejército, que se hallaba acantonada en Huancayo desde mediados de 1965, inició una marcha hacia Ayacucho para hacer frente a la novedosa guerra que había puesto sobre la palestra Sendero Luminoso. Una marcha sin retorno. Un joven oficial de esos tiempos, preguntó a un coronel por la cantidad de tiempo que duraría el desplazamiento. El coronel le respondió con aire triunfalista:
— Yo creo que tres meses nada más. Apenas esos comunistas nos vean, comenzarán a rendirse.
Hoy, casi 33 años después, la 2ª División (hoy 2ª Brigada de Infantería) todavía no retorna del lugar de donde partió.
El primer comandante de la división, el general Clemente Noel, pronto entendió de la necesidad de contar con una fuerza de intervención rápida, y es así que, después de una fase de intenso entrenamiento de tropas, se dio origen a la Compañía “Lince”, nombre de un felino euroasiático. La razón de la denominación fue que uno de sus fundadores hizo un curso de artillería en la ex Unión Soviética y trajo la denominación a las tropas de élite. La “Lince” tiene combatientes legendarios, hombres que por sí solos son una novela de acción, y de los que hablaré en su momento.
La primera misión registrada fue el 28 de setiembre de 1984, en Canayre, donde se trabó en combate con una columna armada. La última misión es ahora, en que usted está leyendo este artículo. Los “Linces” están en estos momentos ascendiendo en secreto por uno de los inmensos y laberínticos cerros que dominan el valle del Apurímac, y que por motivos obvios, no puedo mencionar.
Es una de esas formas de vivir inquieto. A veces, sucede que por dos días no se reciben noticias de lo que ocurre en los distintos puntos de la zona de emergencia y los oficiales al mando se inquietan porque ya saben que alguna noticia va a aparecer. El silencio es la advertencia. Suceden cosas de apariencia mínimas y que después se vuelven una avalancha, o una avalancha de noticias que resultan ser una falsa alarma.
Pero sea lo que sea que ocurra, la orden inmediata es: “que venga la Lince”.
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Lucho por la vida.
He visto al capitán José Luis Casas después de mucho tiempo. Como he escrito anteriormente, es fácil expresar los daños colaterales en cifras, en papel de periódico o digitarlos desde un teclado. Lo que resulta difícil es ver al hombre-cifra a tu lado. Sobre todo si preservas de una amistad de mucho tiempo. Probablemente a muchos no les suene el nombre de José Luis Casas, pero para mejores señas, es uno de esos héroes que maneja su auto y con el que se puede cruzar en un semáforo de la avenida Brasil.
En abril de 2012, se llevó a cabo la operación “Libertad” –en donde saltó a la fama pública el ahora extinto camarada Gabriel– y durante el desarrollo de esta, el capitán Casas ingresó en un campo minado, lo que le costó la pérdida del talón. A pesar de los múltiples esfuerzos desplegados por los médicos, su familia y por él mismo, las lesiones producidas por el explosivo lo sacaron del servicio.
Recuerdo como lo conocí, en 1998. Yo estaba en cuarto año y un día le dije a un cadete Casas que se me presente, por algún motivo nada amable que no recuerdo. Por la noche encontré a José Luis en el patio de armas y le dije: “¿Por qué no se me ha presentado?”. José Luis me miró un poco extrañado y me respondió: “es que seguramente se lo ha dicho a mi hermano”.
Recién me di cuenta que se trataban de dos hermanos en la misma promoción de la Escuela Militar: Carlos y José Luis. Con los días y pesar de la diferencia de años de estudio –en la EMCH los cadetes de año a año no solían trabar mucha amistad—fuimos alternando y haciéndonos amigos, toda vez que vivíamos cerca; ellos en Pueblo Libre y yo en San Miguel.
Aunque las heridas y la muerte son cosas que un soldado y sus familias asumen como el riesgo de esta carrera; una vez que el daño está hecho, el sufrimiento se instala en la persona y miles de ideas fluyen por su cabeza. La peor: oír de la esperanza. Omar Palas, otro capitán que pisó una mina en circunstancias similares, me relató cómo se aferraba a la idea de permanecer en el servicio activo y su terca convicción de ponerse su uniforme de diario y seguir recorriendo el país lo hacían ilusionarse con la expectativa que la ciencia lo resanaría.
Era para lo que se habían preparado, estudiado, sacrificado tanto. Y de pronto, sentir el estallido debajo de ti mismo y saber que la espada de mando que recibiste un día de diciembre, solo tiene el valor de un adorno en la pared de tu sala. Entonces la vida se hace añicos, se hace una fractura de las ilusiones y se requiere una fuerte entereza mental para hacerse la idea que a partir de esa explosión tendrás que ser otro hombre. No precisamente el hombre que soñaste ser.
(*) Escritor y militar, el mayor EP Carlos Enrique Freyre lleva la literatura donde lo lleva el servicio.
Ahora Freyre sirve en el VRAE, donde a la par del cumplimiento de sus deberes de oficial, escribe notas, pensamientos y relatos sobre la intensa y conmovedora realidad que observa.
Son sus “Diarios de guarnición”, la columna que IDL-Reporteros publica cada 15 días.